MEMORIAS 10

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Allen despertó algo confuso, pero sin rencor o siquiera maldiciendo al recordar lo sucedido. La garganta le dolía, le recordaba cuando se enfermó, sin embargo, el dolor de una gripe sobre las cuerdas vocales no era tan agudo como este que sentía. Al bajarse de la cama confundió la mansión de Donato con uno de los aposentos del palacio. Hiendo a la sala subió las escaleras buscando en todas las habitaciones a su princesa. Reconoció al mayordomo que descansaba al lado de una mujer, aunque le pareció irrespetuoso despertarlo debía de saber que había pasado con su princesa. Dos brazo fuertes le levantaron y le bajaron del segundo piso para que su amigo descansara. A pesar de las peleas del niño, éste se tranquilizó cuando vió el rostro del doctor. No entendía nada.

– ¿Donato? ¿Qué hace aquí?

Donato era un viejo amigo de su padre. Robert siempre acudía a él cuando su familia se enfermaba, sus conocimientos de medicina eran mejor que el curandero del pueblo. Aun recordaba a esos dos hermanitos de bebés. Tenerlo de grande involucrado en una situación tan complicada le hacía sentir culpable.  

–Yo vivo aquí Allen. ¿Cómo os sentios? –lo sentó en el sillón.

–Incómodo.

–Todavía tenéis las marcas de las sogas–le revisaba el cuello–Pasarán. Tu padre no puede saber de esto. ¿Me oíste?

– ¿Cómo usted sabe lo que ocurrió?

–Atendí también a la niña que te preocupa tanto. Mi amigo te vió desmayado y te trajimos aquí.

– ¿Usted atendió a Muñeca? –sus pupilas cobraron un brillo que incluso al doctor le sorprendió–Donato, ¿si me sacaron a mí porque no la sacaron a ella también?

– ¿Y piensas que ella no puede salir sola?

Allen solo volteó a ver una joven muy parecida físicamente a Muñeca. Donato la saludó como su pareja y en un beso corto la llamó por su nombre. Allen se preguntaba porque Susana se parecía tanto. Su pregunta marcó los límites de su sabiduría, a Susana le dió revoltura, pero no podía culpar a un niño de aquello. No contestó, se quedó callada mientras iba a la cocina. Donato se preguntaba con qué niño Federico lidiaba. Si fue capaz de lastimar a su pareja, entonces significaba que no era conveniente preguntas así en el torreón. Acarició la cabeza del niño con una sonrisa, siendo él quién despertara a su amigo.
Por inercia cubrió a Prisca que dormía reprochando que haya entrado sin avisar. En otro momento quizás hubiera bromeado. Sin embargo, cuando Donato le informó sobre la reciente pregunta hacía Susana, su expresión cambió. Tanto poder de razonamiento podía llegar a descifrar los planes.

– ¿Qué hacemos? –preguntó Donato– ¿Vamos por la princesa?

–Le devolveremos al palacio.

– ¿Te escuchas? –no podía ser en serio lo que decía.

–Sí. Molestaremos un poco a Federico, además, Muñeca va a querer verle. Nuestro objetivo con los niños surgió en el medio de nuestro objetivo real. Necesitamos un poco de fuego para descubrir a donde la llevan y que usan.

–Tener razón, más no puedo ignorarlos.

–Le cuidaremos las espaldas. Es necesario acabar con esto. Debemos de provocar que Federico no tenga salida.

Susana vió cuando Allen escapó de la casa sin abrigarse. No tuvo intención de avisarle a Donato. No le importaba ese niño que revolvió su vida con recuerdos amargos. Creyó superarlos, pero seguían allí. No le causaban tanto dolor como ver su vientre. El pequeño que llevó en su vientre durante nueve meses no le conocía. Se preguntaba cada día de que sería la vida de su hijo robado. Estaba cansada de ver a esa niña, pero quizás era hora de que su padre supiera que su hija primogénita estaba viva. Agarró un cuchillo de la cocina que escondió en un bolso para las compras. Para lograr no llevarse mal con Allen, le indicó una entrada secreta.
Le agradeció con una sonrisa, pues no podía dejar que fuera descubierto. Calculó un poco el terreno siendo quién guiara a Susana hasta adentro del torreón. Impresionada de esas habilidades, comprendió porque su esposo tenía tanta obligación con él. No creía capaz que con la furia oculta era incapaz de sentir frío. Deseosa de ver algo interesante le pasó el cuchillo por si algo ocurría.
Tomaron caminos separados. Allen miraba la hoja plateada y guardó el arma en su ropa. Buscó y buscó, más no la encontró. Le faltaba el aliento de tanto correr y el cuchillo le incomodaba.
Susana se encontró con la princesa que recibía el maltrato digno. Le hacía sentir bien como era golpeada, después de todo ella era la culpable. Oculta en las sombras vió a la pobre niña con lágrimas en sus ojos ser lanzada de las escaleras. Raciro se interpuso, la tomó en sus brazos enfrentando la furia del rey. Se aprovechaba que los adultos no estuvieran para lastimarla. Ese maniático bajó las escaleras, Muñeca había heredado esa sonrisa. A pesar de haberse enfrentado a personas peores, no podía controlar su temblor de desear que alguien viniera por ellos. La espada de Federico le cortaría la cabeza de ver cómo era desvainada y levantada en el aire.

LA NIEVE SIN VIDA LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora