Rebeca con su hermoso vestido de seda y su rubio cabello atado entró al comedor del palacio. Saludó con una reverencia a su padre y al rey para que vieran la venda. En el balcón del jardín miraba el cielo azul tan claro, era un hermoso día para navegar. Ver las aves cruzar ese cielo le recordaba que sus alas nunca serían tan enormes como impartir su propio vuelo. De serlas, ella no estaría allí.
Su aliento cortado y el dolor en sus pies no le dejaban seguir detrás del carruaje que salió del castillo. La herida cocida de su pierna se le desprendieron las uñas, pero a la fuerza siguió hasta llegar al puerto. El poco aliento que le quedaba le alcanzó para gritarle por su apodo al reconocer sus botas. Esa nueva moda no era apropiada para quién usaba una corona.
Resultaba un poco incómodo por tener a su padre delante y que tuviera que elegir entre su vida o salvarle. Fue inesperada su caída, ese niño no dejaba que asombrarla. Allen intentó levantarse como ella lo había hecho tras los azotes, pero no tenía su resistencia. Si no le volvería a ver, sería cruel y alimentaría su esperanza una vez más.– ¡Esperarme! –le sostuvo de la mano viendo lo que bella que se veía con ese vestido. Raciro no quería que se fuera, entonces él sería la pausa a ese viaje.
–Lo haré Soldado–si le vería por última vez, sería cruel de alimentar sus esperanzas una vez más.
Por encima de la petición que vino a buscarla subió al barco calavera con elegancia. No era muy devota de la religión, pero debía de rezar para que Allen no sufriera en su ausencia. Ver como la tierra desaparecía en el horizonte no la hizo sentir aliviada, porque las dos personas que no quería que se vieran, se conocieron justo cuando no podía salvarle.
El rey llevó en su carruaje al joven soldado asombrado de su comportamiento por una niña que él conoció y apenas palabra cruzaron durante su estancia. Hablando sobre ella sin mencionar su nombre o intenciones descubrió un corazón tan puro que le dio repugnancia. Allen se quedó dormido a mitad del viaje, y el rey pensativo pidió a uno de los escoltas que solicitara una reunión con el coronel Robert.
En la oficina de la biblioteca real, la reunión daba inicio. El coronel Robert se sentó en la silla frente a la mesa atendía al motivo que tuviera por decir su alteza. El rey le habló sobre su hijo, la cara de vergüenza del padre se mostró pensando en que castigo darle al regresar a casa.–Le pido que no le regañe, Allen sigue siendo un niño–el rey pudo leer el rostro del padre con su expresión, aunque era algo más que evidente–Le cité para hablar sobre el rey Federico y su hija, la princesa Rebeca.
Al coronel se le hizo un nudo en la garganta de recordar las condiciones en que la encontró. No era un padre muy cariñoso según sus cualidades. Robert mencionó sobre el extraño encuentro entre ellos y las heridas que la niña presentaba según le contó su esposa.
–¿A usted le molesta que su hijo Allen dé más detalles sobre Rebeca? Parecía no querer hablar cuando le pregunté.
– ¿Decir qué? Allen no ha venido al palacio desde que la familia real de Invierno Eterno llegó a las tierras de Saruka.
Lo último que faltaría era que hubieran hablado después de ellos haberse dormido. Haruken podía decirle más sobre ese encuentro nocturno.
–Es verdad, pero pudo haberse encontrado con ella anteriormente. Creo que Rebeca fue nombrada como "Muñeca" por su hijo y un sobrenombre no se le ocurre a un niño de repente. Si hubiera dicho “princesa” entonces no lo tomaría tan serio.
–Allen es ocurrente, por eso yo creo que un sobrenombre no es tan importante.
– ¿Entonces por qué Rebeca reaccionó a su voz? No perdemos nada sino hablamos un poco.
No podía ir contra el rey, más no estaba seguro. Allen entró acompañado de una sirvienta. La presencia de su padre lo puso rígido como piedra. En el asiento jugaba con sus dedos sudando frío de los nervios. Como soldado había desobedecido la orden de no moverse de lugar y como hijo, escaparse de la casa era una travesura que se pagaba caro. La promesa resonó en sus memorias, falló a su palabra.
–Allen, como tú rey te pido que me hable de Muñeca.
Encogiéndose de hombros miró fijamente al rey permaneciendo callado.
¿Por qué volvía a repetir su petición delante de su padre?
Cambió la mirada a una extraña tensión que percibió. Sin violencia se comportaría como el niño ingenuo que hace un año liberó a una niña que pedía auxilio en sus pensamientos.
–¿Por qué me vuelve a preguntar si ya le dije lo que sabía? ¿Por qué con mi padre delante?
Robert ni siquiera pensaba que su hijo de diez años estuviera hablando en un tono muy serio. Esas dos preguntas insinuaban que había descubierto lo planeado. El rey divertido de tener delante una cerradura no se dejó intimidar por un niño que lo miraba como mismo lo miraba la niña.
–No creo que me haya dicho todo lo que sabes sobre ella. ¿Por qué le pusiste Muñeca?–era la primera persona que le preguntaba sobre eso.
–No conozco su nombre–mentía–Cuando ella decida decírmelo, ese día sabré que me quiere.
– ¿Qué te quiere? –Robert le miró.
–Sí padre. Me he enamorado de Muñeca.
Al fin conocía los sentimientos que invadían el alma de otro niño y lo ponían rabioso. Dos hombres enamorados de una misma mujer, ambos compañeros de vida, ambos guardianes a su lado. Por eso podía sonreír y afrontar las miradas de los adultos. Las confusiones se esparcieron como niebla cuando sopla el viento.
ESTÁS LEYENDO
LA NIEVE SIN VIDA LIBRO 1
AcciónLa golondrina es un ave libre, y esa libertad es la que desean estos niños. ¿Por qué los adultos fueron crueles en robarles su infancia para criarlos como ellos no querían ser? ¿Habrá salvación?