MEMORIAS 12

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– ¡Ya detenerse! ¡Por favor! –suplicaba Allen desde su celda.

No pudo continuar su insulto debido al golpe en el rostro que le dieron para callarlo. No era la primera vez que lo golpeaban, pero aún no lograba contener las lágrimas. Sufría mucho y ver como Rebeca era azotada le rompía el alma. Alguien por no callarse estaba siendo castigada a pesar de haberle protegido desde que llegaron. El recuerdo de haber llegado a esas celdas subterráneas ya no yacía en su memoria.
Muñeca no hablaba, solo se mantenía callada atada a las cadenas. Recordaba su petición, por eso se esforzaba en levantarse a pesar de los duros castigos. Su dolor en la mejilla fue suficiente para sacarle el aire. Ninguno de los dos estaba bien físicamente. Allen volvió a protestar, pero terminó en el mismo poste con la espalda descubierta. Los ojos de Muñeca estaban cerrados, por eso no respondía a su llamado. Aterrado que estuviera muerta trató de alar las cadenas para romperlas. Le iban a detener, pero su jefa les ordenó que lo dejarán. Los entrenamientos estaban dando resultados. Logró romper las cadenas, pero necesitaba sacar la daga que guardaba en su cinturón. Con tantas vistas se decidió a tomar una espada. No olvidó como empuñarla o como agitarla para que no se acercaran. Lo que bien se aprende, jamás se olvida.
Uno de los hombres a mando de su jefa se enfrentó en un combate contra el niño. A diferencia del combate con el rey, contra Ren y los otros hombres que los maltrataban, Allen empezaba a madurar. Calmado, entrecerraba los ojos sin pronunciar una palabra mientras luchaba. Si quería derrotar a sus enemigos, esos hombres le enseñaron a estudiarlos. Era hora de cumplir su promesa.
Esa cruel mujer que gozaba con la lucha, liberó a Muñeca. La niña inconsciente cayó al suelo de tierra colorada. Su compañero se dió vuelta para aproximarse de que estuviera vida todavía. Un error imperdonable era dejar de mirar a su oponente. Las cadenas del cuello lo ataron al poste nuevamente. En su blanca piel, el propio abuelo marcó a sangre fría con hierro fundido el escudo de Saruka. El grito fue escalofriante, casi podía sacudir la tierra sobre ellos. El rey se tuvo que detener o perforaría sus pulmones, eso no era necesario. A pesar de sentir como su piel se quemaba y le ardía, el soldado no dejaba de mostrar sentimientos. Sus piernas no daban para pararse, mucho menos sus brazos para alar las cadenas.

– ¿Están felices? –Muñeca abrió los ojos sin tener fuerzas para levantarse.

–Despertaste mi nieta–el rey acariciaba la cabeza de la pequeña con una sonrisa tenebrosa.

– ¡Dejen de tocarla! –Allen le gritó apenas un hilo de su voz no se trataba con la tos. Con esa herida le costaba respirar.

–No veo nada de malo que un abuelo quiera consentir a su nieta.

–Cuidado con tu nieta, padre–la jefa de aquel grupo puso sus brazos en su cintura–Puede sacarte una pistola cuando menos te lo esperas.

–Cumplió con su parte. Estoy orgulloso de la maravillosa asesina que hemos criado. Rebeca, Muñeca será una gran nieta como lo fue tu madre.

– ¿Cumplir con su parte? –susurró sin despegar la vista de su amiga.

A la orden de levantarse, se levantó con desequilibrio en algunas ocasiones. Con la amarga consciencia llegó a quién la miraba con lágrimas secas. Disparar su pistola a las cadenas la derribó, la caída le causó dolor a su espalda lesionada. Podía soportar el ardor, no era tan profundo como su cargo de consciencia. El joven soldado no se quedó sentado, la ayudó a levantarse tomando él la pistola. Amenazó con dos tiros para que se alejaran. Al tercer disparo dañó al abuelo en el brazo con una expresión vacía. Entre los dos, dando un paso primero y después otro, llegaron a la celda.

– ¡Rebeca háblame! –aún le dolía la herida, pero necesitaba saber más.

–Estoy bien. Prefiero esto a que profanen mi cuerpo.

– ¿Qué es eso de cumplir con tu parte?

–Lo siento–era la segunda vez que se disculpaba–Entendí a qué trato se refería esa mujer cuando Raciro me dijo lo que planeaban. Te traicioné–su voz se quebró al confesar lo que había hecho.

– ¿Me traicionaste? –su mente se quedó en blanco– ¿Por qué?

–Porque soy egoísta. Ellos me dijeron que si te convertías en el soldado que tanto mi abuelo fue una vez, iban a liberarme. Lo siento de verdad.

– ¿Ellos quieren crear alguien que te mate en un futuro? Eres muy ingenua Muñeca–la abrazó con cuidado de no dañarla–Si es lo que quieren entonces lo haremos así. Seremos rivales, pero no me detengas cuando te trate de liberar.

– ¿De qué hablas?

–Hablo de lo que sentimos. No me creyeron cuando dije que estaba enamorado de ti. Tú no conoces el amor, pues entonces veremos si de grandes te resistirás.

– ¿Acaso no escuchaste que te traicioné? –le separó con las manos en la pared.

–Lo escuché fuerte y claro, pero creo en la niña que derrama lágrimas frente a mí–se sentaba de la debilidad de sus rodillas.

– ¿Lágrimas? –se tocaba el rostro incluso las saboreó en sus labios.

–Tienes el rostro empapado. Son bellas lágrimas–la ayudaba a sentarse–Me recuerdan cuando te conocí. Esos días te demostré que no todos somos iguales.

– ¿Por qué me perdonas? –Muñeca estaba desconcertada, jamás había sido perdonada. 

–Porque no funcionan las relaciones si hay rencores de por medio. Será tu castigo encargarte de que sobreviva, si quieres en un futuro luchar contra mí.

El beso en su mejilla la hizo sentir extraña.

¿Qué le pasaba?

¿Por qué se sentía aliviada?

Miraba a Allen asustada, no sabía cómo reaccionar, aunque hizo una mueca de dolor por su espalda. Con un poco de esfuerzo, el joven soldado la acogió en sus brazos brindándole protección. Podía guardarle rencores, pero seguía sin valor para preguntarle,

“¿Por qué lo protegió si no era ese ya su deber?”

Maldita vida. 

LA NIEVE SIN VIDA LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora