XXIII

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Los días que los chicos entrenaban por la mañana, se volvían a las habitaciones para descansar y después algunos iban a tomar un batido, otros se quedaban viendo series, y luego estábamos Gavi y yo, que nos entreteníamos follando.

Siendo sincera, no entendía como tenía tanto aguante con lo cansado que llegaba de entrenar.

Por eso comprendía que se quedara dormido enseguida por las noches.

Aunque aquella noche no.

– Para.

– No puedo, me encanta tu espalda.– murmuró riendo.

– Me haces cosquillas.– sonreí.

– Tienes muchos lunares, y quiero besarlos todos y cada uno de ellos.

Sentí sus labios empezar a besar mi espalda desnuda.

Era fascinante la facilidad que tenía para hacerme sentir querida y cómoda.

– Gavi, son las doce y media, es hora de que duermas, mañana te levantas temprano y no quiero sentirme mal por verte cansado. Se ha acabado el echar polvos todos los días.

Él me miró y empezó a negar con la cabeza rápidamente.

– Prefiero faltar a los entrenamientos antes de que me dejes en abstinencia.

Sonreí.

Los chicos bromeaban mucho últimamente con decirle que le veían muy contento, y que por qué sería.

A veces pensaba que nos escuchaban desde sus habitaciones, pero luego pensaba en que Gavi siempre me tapaba y nunca llegaba a hacer demasiado ruido.

– Olivia, ¿podemos tener un niño?

– Gavi, me has preguntado lo mismo ya como treinta veces en estos dos días.

– Es que quiero tener un crío contigo.

– Y lo tendremos, pero ahora no, esperemos un poco.

– ¿Un poco a qué? ¿A que me dejes de querer?– murmuró.

Me giré mirándole y casi me echo a llorar.

Porque era imposible que dejase de quererle.

Le había esperado durante años, y no iba a dejar de quererle ahora que ya le tenía.

– ¿Qué pasa Olivia?

Y entonces me eché a llorar.

Gavi me agarró la cara y me miró fijamente.

– Es que... Te quiero, joder.– espeté.

– ¿Y por qué lloras?

– Porque lo que has dicho no tiene sentido, no voy a dejar de quererte como lo hago ahora.

Gavi se rió y me abrazó acariciando mi espalda desnuda.

– Vale, pero no me llores nena. Yo también te quiero, mucho.

Sonreí y me limpió las lágrimas con sus pulgares.

Nos miramos a los ojos y sentí las mariposas que llevaba sintiendo desde que me enamoré de él con 6 años.

Aquella noche de invierno que vino a dormir a mi casa, y que le vi cuidar de mi osito de peluche, Teddy, durante toda la noche.

Esa noche también se acurrucó a mí para dormir, y nos miramos el uno al otro igual que en este momento.

Algo en sus ojos brillaba al mirarme, aunque lo achaqué a la luz de la luna.

Ahora, sé que no había nada que hubiera cambiado entre nosotros.

𝐒𝐀𝐌𝐄 𝐎𝐋𝐃 𝐋𝐎𝐕𝐄 +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora