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Aria


Sujeto torpemente las tenacillas mientras enredo mi pelo en ellas. Los tirabuzones caen lentamente sobre mis hombros y me provoca una sensación muy reconfortante. Retiro el tapón de la máscara de pestañas y comienzo a expandirlo despacio, acto seguido, me hago un eyeliner que me queda sorprendentemente perfecto. Cuando echo la mano a la bolsa para coger el colorete, se abre la puerta del baño.

—¿Quién eres tú y que has hecho con mi hermana?

Sonrío mientras me aplico los polvos rojizos sobre las mejillas y escucho la puerta cerrarse detrás de mí.

—¿Me prometes que algún día me harás esos tirabuzones? —pregunta, poniendo ojos de súplica.

—Si, ratón.

—¿Y me vas a decir a donde vas tan guapa? Son las siete de la tarde.

—Voy a ver a Luca, le voy a dar una sorpresa.

La cara de mi hermana es una mezcla entre sorpresa y orgullo.

—Hacía mucho tiempo que no te arreglabas el pelo —añade, enredando los dedos en mis rizos—. Me encanta.

Me he puesto una especie de peto negro corto, es de Nora, así que no estoy acostumbrada a llevar esta ropa. Un top pequeño de palabra de honor, también negro, deja mis hombros al descubierto. Tras calzarme, miro a mi hermana. Sus ojos están algo apagados.

—Te noto rara, ratón.

—He dormido fatal.

—¿Segura? ¿Ha pasado algo?

—No, está todo bien —me sujeta por los hombros y me da un beso en la mejilla—. Ve a ver a Luca y disfruta.

—Te quiero.

—Yo más.

Camino por el pueblo y me siento más ligera que nunca. Las cuestas que hay son muy pronunciadas, así que decido pasar por la iglesia y atravesar el arco. Miro al cielo y respiro profundo, pensando en que podría vivir aquí el resto de mi vida. La gente ya está más que acostumbrada a mi presencia por estas calles y las miradas ya no son tan cargantes. Alcanzo a ver a lo lejos la casa de Luca y aligero el paso para llegar lo antes posible. Me planto delante de su puerta y me motivo a mi misma a llamar al timbre.

¿Por qué me cuesta tanto?

Me armo de valor y, cuando estiro el brazo por fin, la puerta se abre y veo a una chica rubia saliendo junto a Cloe.

No puede ser.

Blanca cambia radicalmente su expresión al verme plantada en la entrada y me dedica una mirada de asco. Cloe, en cambio, se lleva las manos a la boca, atónita. Me hace gracia lo expresiva que es, pero ahora mismo todos los músculos de mi cuerpo están paralizados.

Una mujer de ojos verdes, con el pelo negro y muy corto, abre los ojos al verme. Estaba justo detrás de ellas y no se ha dado cuenta de la situación.

—Hola, guapa. ¿Quién eres?

No me puedo mover.

—Es Aria, mamá —Cloe decide romper el incómodo silencio—. La...

—Nadie, yo... —la interrumpo—. Solo pasaba por aquí, pero ya me voy.

Me doy la vuelta sobre mi misma y comienzo a caminar lo más rápido que me permiten los pies. Al llegar al arco giro a la derecha para ir a dónde estuvimos ayer a la noche. A estas horas no habrá nadie.

¿Cómo no lo había pensado? Me tiemblan las piernas cuando consigo sentarme sobre el césped y me abrazo a mi misma.

Intento no castigarme. ¿Cómo iba a saberlo?

Aquel conjunto de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora