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Aria

Meto la última camiseta en la mochila y me aseguro de tener todo lo que necesito. Alumbro con la linterna del móvil alrededor de mi cama para comprobar que no se me ha caído nada y salgo sin hacer ruido de la habitación. 

Son las siete de la mañana.

El plan lo tengo claro, a las ocho pasa un pequeño autobús que me llevará a Pozoblanco, el pueblo al que fui a desayunar con Luca. Tardaré un par de horas, ya que este autobús rodea todo el valle, pero llegaré justo a tiempo para coger el siguiente autobús a Córdoba. Ya allí, cogeré el último, dirección Vitoria.

Tiene que salir bien.

Bajo las escaleras caminando de puntillas y entro en la cocina para coger provisiones para el viaje. Dejo una nota sobre la encimera para no asustar a mis padres y consigo atravesar la puerta que da al exterior. Me tropiezo con el escalón y maldigo entre dientes por ser tan torpe. No me cuesta salir de la calle Olivar y alcanzar la parada, que está justo en la entrada del pueblo.

Respiro hondo y me siento bajo la marquesina. Ahora solo queda esperar una hora. He preferido salir antes para no tener que cruzarme con mis padres o peor, con Nora. No me dejaría irme de aquí.

Todavía no hace mucho calor y agradezco haber cogido un pequeño termo con café que hizo mi madre ayer por la noche. Cuando estoy dándole el primer sorbo, una moto roja se acerca a mí. Joder, si son las siete de la mañana. La moto me resulta familiar, pero no caigo en la cuenta hasta que veo los ojos azules tras la pantalla del casco. Mierda, es Tom.

Se baja de la moto y se aproxima lentamente.

—Tom, no me apetece hablar contigo.

—¿Qué haces aquí a estas horas? —se sienta a mi lado, con el casco entre las manos.

—No te importa.

Mira mi mochila, el termo de café y pone cara de entenderlo todo.

—Vale, el autobús pasa en una hora —hace amago de mirar un reloj imaginario—. Tenemos tiempo.

—No te vas a quedar aquí una hora —le aseguro.

—Sería menos tiempo si me cuentas que haces aquí.

—¿Qué más te da? ¿Por qué te importa tanto?

Se pone recto de inmediato y carraspea, como si las palabras se atragantasen en su garganta.

—Aria, yo... lo siento.

Me quedo en silencio, haciendo círculos en el suelo con la zapatilla. Luca me dijo que Tom nunca pedía perdón. No puedo negar que me sorprende, pero no sé hasta que punto debería valorarlo. Yo no soy su amiga de toda la vida, ni tengo por qué aguantarle. A pesar de ello, asiento con la cabeza.

—Me alegro de que sepas recapacitar, Tom.

—Me comporté como un idiota —mira hacia mi zapatilla, que se mueve nerviosa.

—Superaste ese límite.

—Me merecía tu puñetazo.

—Y el de Luca —añado.

—No me lo recuerdes, todavía me duele —se toca la mandíbula.

Le miro y por un momento, parece un chico normal. En silencio, intentando escoger las palabras correctas y con una evidente inseguridad que no le pega para nada. Supongo que todos tenemos nuestras fachadas y, aunque la de Tom sea insoportable, no sabemos por qué es así.

«Aria, no te compadezcas de un idiota»

—Bueno, ¿me vas a dejar en paz? —le digo, seria.

—No —me mira con una sonrisa ladeada—. ¿A dónde vas?

Aquel conjunto de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora