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Aria


No puede ser que esté viviendo esto otra vez. Para colmo ahora sé como se llama y su nombre me va a atormentar. A pesar de que no tiene la culpa de nada, no quiero saber nada de ella. Yo en su lugar, tampoco querría saber nada de mí. No vamos a ser amigas precisamente. Entonces, ¿por qué me llama? Cruzo la carretera y me acerco a las casitas sin construir. Siento que estoy viviendo un déjà vu.

Golpeo con la punta del pie un ladrillo roto que hay en el interior.

—¿Qué pasa? —pregunto, inquieta.

—Perdona por llamarte a estas horas, pero es importante.

—Suéltalo ya.

—No sé como hacerlo —la escucho respirar fuerte al otro lado del teléfono.

—De golpe —le pido.

—Es que... es complicado...

—Por favor —la paciencia no suele ser mi fuerte y esto no me apetece absolutamente nada —, me estás asustando.

—Vale, es por Adrián... está en el hospital.

—¿Cómo?

Se me cae el teléfono al suelo. Me agacho para cogerlo y me fallan las fuerzas, haciendo que caiga raspándome las rodillas con los escombros. Consigo alargar el brazo, haciendo una pequeña mueca de dolor, y me llevo el móvil de nuevo al oído.

—¿Aria? ¿Estás ahí?

—¿Cómo que...? —se me entrecorta la voz—. ¿Por qué?

—Está en observación, ha tenido una sobredosis.

Me llevo la mano que tengo libre a la frente y apoyo la espalda contra la pared.

—¿Por qué me cuentas esto? —pregunto, con un nudo en la garganta.

—Cuándo se ha despertado ha preguntado por ti, Aria.

Creo que el corazón se me va a salir por la boca, tengo muchas ganas de vomitar.

—¿Pero como ha sido? No lo entiendo, joder.

—Prefiero no darte detalles.

—No puedes hacer eso —le digo, muy seria.

—Sí que puedo, estas en la otra punta del país y no puedes hacer nada. Creo que bastante ha fastidiado ya tus vacaciones como para que te enteres de más detalles.

—Entonces, ¿por qué me lo cuentas? ¡Sigo sin poder hacer nada!

—Porque lleva mucho tiempo mal, bebe más de lo habitual y cada vez que se emborracha no para de gritar tu nombre, está desesperado.

No respondo.

—Aria, sé que esto es complicado, pero necesito que hables con él —añade suspirando—. Necesito que le tranquilices para que deje de hacer tonterías.

La cabeza me funciona a mil por hora. Lo que me está pidiendo no tiene ningún sentido. Se me viene a la mente que tiene dieciséis años y solo eso consigue explicar lo que está haciendo, de lo contrario sabría que, por mucho que yo le tranquilice, todo seguirá igual. El peso de conciencia que tengo ahora mismo me aplasta como si estuviesen cayéndome encima toneladas de escombros.

—¿Tú crees que si hablo con él, no volverá a...?

—Estoy segura.

Me sobreviene la mayor impotencia e injusticia que he sentido en toda mi vida. Esto no es justo, no puedo pasar por algo así. No puede hacerme esto, mi vida es un remolino y me está arrastrando hacia el interior. Llevo demasiado tiempo luchando y no para de girar, no para de empujarme hacia dentro.

Aquel conjunto de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora