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ㅤㅤㅤㅤCuando nací me llamaron ninfa pues al igual que mis miles de hermosas hermanas brillaba por la hermosura de mi rostro. No puedo decir que fui la favorita o la más hermosa pues habían varias mejores que yo, aunque puedo estar orgullosa de mí por el simple hecho de ser hija de mi padre. Apenas tuve tiempo de ser un bebé y una niña pues en cuestión de horas ya había alcanzado la flor de mi juventud y belleza, aunque claramente era bastante ignorante sobre mi alrededor por el mismo hecho de carecer de lo que los humanos llaman "infancia", pero nunca lo llegue a pensar en ese momento.

Mi padre solía preferir disfrutar de sus lujos de hijo de Océano al lado del resto de su familia y a los pies de su propio padre. Mi madre, una náyade nombrada Creúsa, apenas pasaba por mi vista más que esas pocas donde la veía como una sombra correteando con sus hermanas a orillas del río que daba nombre a mi padre. Aunque he de admitir que cuando más solía verla era cuando corría a los brazos de mi padre, con su esbelta y dulce figura femenina para llevárselo a la cama como con el resto de sus amantes; siempre aceptaba preso de los encantos de ninfa de mi madre pero las veces que la rechazaba siempre me quedaba con un sentimiento extraño en la boca.

No puedo presumir de tener la mejor relación con las miles y miles de ninfas que tenía por hermanas pues cada quien tomaba su camino: en séquitos, en las camas de los dioses o castas. Apenas hablaba con ellas y las pocas veces que convivamos no eran más que intercambios básicos de palabras tontas como un 'hola, ¿Qué tal?' y un 'todo bien, he tenido hijos' o alguna cosa interesante en su vida. Pasaba los días en las orillas del río Peneo cepillando mi cabello mientras contaba las ranas que habían en sus aguas, nadando como hojas extendidas y dando saltos como si fueran mariposas sin peso alguno. La vida era monotona y aburrida, como un espejismo que nunca terminaría, la vida de una ninfa cualquiera.

La primera vez que sentí algo en el pecho fue cuando estaba apoyada sobre un árbol, bajo su sombra cubriendo mi piel de los fuertes rayos que emitía la carroza de Helios, titán personificación del sol, sobre los cielos mientras daba su recorrido diario. Lo que vi fue a un cazador humano, acompañado de perros de caza que perseguían a un hermoso ciervo que escapaba de ellos; hubiera sido yo la nueva víctima principal si no fuera porque me escondí de él y sus canes.

Fue la primera vez que vi a un humano, tenía la cara con arrugas y los hombros caídos, sus brazos y piernas se adornaban en cicatrices mientras su barba empapada por el sudor capto mi atención. Corría con la brusquedad un oso y la agilidad de una serpiente, su piel canela por el tiempo en el sol me hizo preguntar si así eran todos los humanos pues entre mis hermanas las pieles blancas abundan y entre dioses también.
Siempre había escuchado hablar de humanos a mis hermanas, de principes y héroes entonces me pregunté vagamente si así era como lucían los príncipes y héroes de los que mis hermanas hablaban: toscos y grandes. Clave los ojos como si fuera un ave rapiña sobre la piel del hombre humano, la sangre era roja como las más bellas rosas, fluyendo vulgarmente sobre los cayos de su piel. Él había pisado una vieja trampa. Nunca había visto sangre en mi vida, era tan nuevo, pues yo sabía que la sangre de seres como mi padre era un icor dorado que bañaba hermosamente sus cuerpos al ser heridos. Pero estos seres eran obra de los dioses, así que no sabía si los dioses sangraban de aquel color tan agresivo y diferente a la de los titanes como mi padre y yo.

Un escalofrío recorrió desde mi columna hasta la punta de mis pies, me encogi de hombros con el rostro pálido por lo que veía. Sus quejas y graznidos por la sangre y el dolor, los dioses sanarian en momentos y no dejaría marca alguna, pero y incluso si yo no lo sabía, sentía que aquella herida duraría y dejaría muestra de lo que alguna vez fue.

Cuando lo vi perderse en busca del ciervo volví a mi sitio de siempre pues perseguir a un humano sería algo completamente peligroso y tonto. El suave pasto sobre mis pies e incienso en mi nariz, la paz acompañada por los cantos de algunas de mis hermanas me hicieron cambiar radicalmente de escenario pues pase de algo brusco y humano como la reacción por una herida a algo etereo, hermoso y joven como lo eran mis hermanas.

— Luces algo aturdida, Dafne. — Escuche a mi lado.

Cuando voltee a ver se trataba de una de mis hermanas, una ninfa del séquito de la diosa de la casa. Cora era tal vez mi favorita entre las ninfas de aquel sitio, no era mi cercana pero si era conocida por su amabilidad con todos. Se inclino cerca de mí, mientras el sol iluminó su hermosa piel fresca y suave. Sus ojos verdes me miraron.

— No es nada. — Respondí.

Ella sonrió incluso más y le llevo consigo, su mano era firme por el uso del arco pero a la vez era tan suave como la de una esposa joven. Me sente a su lado, junto a nosotras varias de mis hermanas que eran compañeras de caza de Cora hablaban de cosa tras cosa.

— ¡Ah! Si, el señor Apolo me ofreció flores, dijo que le gustaba mi aire fresco y mi cabello negro.

Alardeo una, con su cara de hurón. Apolo, el hermano menor y mellizo de la diosa de la caza, era un Dios respetado y muy fuerte pero a la vez cargaba consigo una personalidad algo... Única.

— Eso debe ser mentira, tienes el pelo como gato, todo parado y tieso. ¡Seguro te lo inventaste!

— ¡Silencio! Si eso llega a ser verdad y el señor Apolo se fija en ella, ¿Creen que se fije en mí? Soy mas linda.

— ¡Mejor hazte un pez, nunca pasará eso!

Sus voces y risas, el rosa virginal de sus mejillas mientras hablaban casi enamoradas de la persona que era el Dios Apolo. Todo eso me hizo mirar el cielo un momento, cegando mi vista como si buscará verlo en algún lado. De pronto, una vaga pregunta inundó mi mente, mire a mis hermanas y hablé casi en con un timbre desvanecido por una fuerza insuficiente.

"¿Han sangrado alguna vez?" Fueron las palabras suficientes para que ellas se quedarán en silencio, sus caras hermosas y suaves se pusieron palidas mientras se miraron entre si. Las escuche murmurar pero no puedo decir que sabía de que hablaban entre ellas pues me era imposible.

Me límite a disculparme por tal osadia no digna de nuestra estirpe. Incluso el rostro de Cora me resultaba extraño, como si aquellas palabras la hubieran hecho pensar un momento y llegar a la respuesta que era tonto.

Mis días serían así en adelante, algunas veces mis hermanas me recordaban mis palabras y otras pasaban de mí junto a sus murmurllos suaves y cantores.





──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora