3

291 20 24
                                    



ㅤㅤㅤㅤEra la primera vez que visitaba un sitio como un templo humano. Sus largos pilares de piedra y mármol, la belleza de sus grabados junto a los frescos representantes de los logros divinos. Las antorchas iluminaban como el sol mi piel, pálida como la arena del mar. Un sentimiento se embullia desde la base de mi estómago y corría por todo mi cuerpo hasta alertar mi cerebro de que esto era una locura, vi su estatua en el centro del templo. Solitaria y con la mirada fija en algún punto fijo, era tan alta como un árbol de dos siglos de edad. El cuerpo de la escultura era una vaga imitación humana de la belleza de Apolo, la tela cubría ligeramente su piel mientras el cabello le adorna el pecho.

Incluso con aquella belleza humana ante mis ojos no había rastro de algún humano, si bien todo estaba en buen estado parecía solitario. Me incline sobre el suelo sobre una rodilla apoye un brazo y la otra le puse sobre el pecho.

Mi voz que siempre era átona, resonó fuertemente como un relámpago. Pues y como si fuera humana, quería llamar la atención del Dios al que los Delfos adoraban. La trenza en mi cabello estaba tan floja que partes de mis mechones cobrizos cubría mi rostro.

— Señor Apolo, por favor venga ante mí. Sus palabras iluminaron como el dorado sol mi mente, en mi acto de inocencia y ignorancia puse a pruebas sus palabras pero ahora quiero más respuestas.

Exclamé al aire, con el entrecejo fruncido mostrando la seriedad en mis palabras. No recibí una respuesta en ese momento, me quedé en silencio y me puse de pie, con la mano que corte cerrada en un puño, aún sintiendo el hormigueo que dejo el dolor de la herida.

Di vueltas cortas por el templo, mirando los frescos y las estatuas pequeñas. Apoye la mano sobre uno de los pilares, la sensación fría sobre la calidez de mi piel me hizo tener la piel de gallina.

— Responde, se que me puedes escuchar, voy a pagar como sea.

Volví a exclamar, cerrando la mano con suavidad.

— Por favor.

Un soplo de viento movió mi cabello, un escalofrío recorrió mi espalda cuando un peso cayó sobre mis hombros. Otra vez ese sentimiento que desconocía, tense el cuerpo como si fuera un árbol. Gire la cabeza para verlo allí, con las manos sobre mis hombros y una sonrisa que grita su interés por mi visita.

— Cortaste tu mano ¿No es así? ¿Sano tan rápido o sigue herida? Dime.

Su voz siempre sonaba suave cuando se trataba de mujeres. Su toque era como el de una pluma sobre la piel, como la seda sobre el cuerpo. Inclino un poco más la cabeza, cerca de mí.

— Sano casi al instante, no dejo ninguna marca. Pero tengo más preguntas.

— Ya veo, antes de responder, tú respondeme ¿Cuál fue el color de tu sangre?

— Roja como la rosa, espesa como la saliva. Sangre humana.

— ¿De un color tan humano? Dijiste que eras hija de Peneo, él es hijo de Océano. Al parecer no eres tan divina como supusiste.

Aparte la mirada pensando en la arrogante necedad con la que creía sus palabras dichas antes por mí. Me di la vuelta para verlo de frente, con el mismo rostro que Apolo había descrito como "soso", lo señale.

— ¡Oye! Olías bien. — Se quejo, negué a sus palabras.

— ¿Por qué los humanos se quedan con sus cicatrices?

Apolo guardo silencio y puso ambas manos sobre sus caderas. Levanto un poco la cabeza pesando, seguramente estaba intentando encontrar la respuesta adecuada para alguien que apenas inicia su vida como lo era yo.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora