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ㅤㅤㅤㅤLos días siguientes no tuve ni la menor idea de Apolo, me angustiaba la idea de que posiblemente no quisiera verme pero la presencia del viejo Ezio me alegraba. Aprovechaba todo momento en que mis hermanas se alejaban y mi padre no estaba para escabullirme al asentamiento cercano con algun animal conmigo en brazos para dárselo a Ezio como regalo. Estaba casado con una amable dama de Creta, la vieja era muy amable conmigo y me trababa como a una hija, me preguntaba si Ezio hubiera sido así de feliz si se casaba con la mujer de la que estuvo enamorado en un inicio.

Aunque he de admitir que me alegra que no sea así pues no encontraba ser más puro que esa señora, y lo digo yo que pertenezco a las ninfas: diosas conocidas por su pureza y inocencia. La vieja dama siempre me sentaba a su lado mientras tejía o me ponía a ayudarla a cocinar.

También conocí a los hijos de Ezio, unos leñadores de edad adulta: era como su padre en su juventud, de hombros anchos y caídos, con una imponente figura adornando sus rostros con barbas. Eran apuestos a su edad, o eso creía, pues estaba tan acostumbrada a ver dioses y diosas perfectos que lo que yo creía que eran bolsas de hueso y carne que pesaban a cada paso que daban ahora me resultaban totalmente lindos. Verlos sudar, quejarse de la fatiga y curar sus lesiones me encantaba pues al presumir de una sanación excepcional nunca podría hacer algo como eso. 

No podía evitar preguntarme si mi gran amigo luciría como uno de ellos al envejecer, aunque era imposible y lo sabía. Imaginar la belleza que podía ver en su ser deteriorada, cansada y con fatiga como los humanos que le daban ofrendas, imaginar a Apolo como humano me daba tiempo para distraerme de la realidad.
Seré sincera, imaginé más de una vez a varias de mis hermanas en papeles así, incluso a mí misma: encorvada, con un vestido que cubra las arrugas de mi piel por los años en mí mientras mantengo una sonrisa que alegra a los niños a la par que les cuento de mis años de juventud. Aunque en el fondo no quería cambiar lo que era porque me empezaba a alegrar serlo.

Suspire, tejiendo torpemente, no estaba al nivel de la esposa de Ezio pero lo intentaba. Siempre que tejía había un sentimiento de placer en mi pecho, como si no quisiera dejar de hacer eso durante todo el día. Sentada en la banca de piedra dentro del patio de la casa de Ezio, viendo como sus dos hijos trabajaban y me saludaban de vez en cuando.

La esposa de Ezio estaba al tanto de mi conversación con él, entonces siempre que le comentaba sobre el sentimiento de mi pecho me dejaba en claro que era porque era algo que me gustaba. Ya lo venía suponiendo pero que lo diga un humano me pone feliz.

— Señorita Dafne, mi madre ya ha preparado el almuerzo.

— Dile que ya voy, solo termino esto.

Lo vi irse con una sonrisa jobial, cualquiera que fuera tratado así por una ninfa sería feliz suponía. Igual, no sabian que era una. Mire el cielo, la luz de medio día iluminó mi cara, la expresión descrita como sosa había desaparecido y ahora solía mantener una cara, no feliz pues sabía diferenciar entre eso y una cara feliz... Pero, estoy segura que no estaba triste o abrumada.

El sol me cego un momento antes de dejarlo de ver, tal vez era Apolo reprochando mi comportamiento al mezclarme entre humanos. Sonreí.

Cuando entre a la casa lo que vi fue a Ezio y a su familia en la mesa, la comida era tan humilde para mí que venía de ver festines de reyes como los de la boda de Minos y Pasífae. Incluso así, era mucho mejor para mí. Me senté al lado de sus hijos como una más entre su familia, mirando la comida en mi plato: era una liebre que capture y la traje el día anterior a la familia.

— Gracias a los dioses por esta comida — escuché hablar a la esposa de Ezio.

Quería decirle que si, fue amabilidad divina pero no la de sus dioses sino mía. Que era yo la que por cuenta propia lograba encontrar y atraer animales para que ellos no pasarán hambre alguna.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora