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ㅤㅤㅤㅤHermes no se molestaba con mi comportamiento. Le gustaba esa mordacidad de mis palabras siempre que hablábamos, al final no había nada que fuera capaz de llegarlo herir. Sus palabras eran por curiosidad, por su naturaleza, no buscaba la respuesta más sabía o la más amable a su título como Dios. Además para mí no era un esposo o un amante, ni siquiera un amigo como tal. Solia al igual que Apolo lo hacía, traerme vino robado, hidromiel, la miel más dulce de la temporada y queso directamente de Esparta que tomaba en sus viajes. Me contaba de sus grandes aventuras para saciar mi curiosidad: como mato al gigante Argos, como robo el ganado de mi querido Apolo o como creo una lira para calmar su ira. Nuestras charlas eran muy agradables, igual de agradables que nuestras cópulas.

En los días soleados solíamos vernos, cuando yo salía a caminar en busca de algo que hacer o simplemente a pensar. Me detenía con una mano mientras me giraba para verlo. Sabía que el hecho de que apareciera en el día no era más que una mera provocacion suya a Apolo pero no me importaba, yo disfrutaba de sus conversaciones terapéuticas y de sus chismes.

Para ser un dios de la juventud era muy listo, tanto como Apolo o como Zeus, guardaba conocimientos de sus viajes y todas las veces que se relaciono con humanos gracias a ellos. No era un Dios distante a la humanidad, de hecho la conocía muy bien y como funcionaban sus corazones.

Siempre que estaba a sus pies al conversar, pues a diferencia de Apolo donde yo me quedaba callada la mayor parte del tiempo, Hermes me incitaba a hablar para desarrollar mi mente. Le fui haciendo preguntas como que tan lejos estaba el río Peneo donde vivía de lugares como Egipto y Etiopía, también le preguntaba acerca de Cirene y de Libia. También le preguntaba que había más allá de las tierras de dominio griego, esas tierras gobernadas por otros dioses. Me contaba historias maravillosas acerca de los pueblos del norte, que adoraban a una serpiente que se comía a si misma, también le pregunté sobre los héroes de la época y si mi abuelo había tenido nuevos hijos.

Todas eran cosas que podría saber con facilidad al hablar con mis hermanas, pero disfrutaba mucho más el hablar con Hermes. Cuando se iba al anochecer no me hacía falta su presencia, de hecho, si regresaba o no no me atormentaba, no soñaba con él o decía su nombre en silencio. Había aprendido con el tiempo a estar sola, y si bien con eso no quiere decir que mi desarollo personal bastaba para confrontar a Apolo, pues aún era bastante inmadura. Al menos podía presumir que no me hundía en una vida lúgubre cuando estaba sola.

Suspire, con una sonrisa mientras acariciaba a la paloma que Apolo me había dado. Se veía más vieja pues las noches y los días pasaban con rapidez, también era algo que podía notar al ir a visitar a la familia de Ezio. Sus caras se veían más arrugadas, los hombros de sus hijos más cansados, diferentes a la gracia y juventud de mi apariencia. Siempre pregunté que tal la hermana de Ezio, ellos me decían que estaba siendo tratada con el medicamento que compraron al vender mi cabellera, eso me alegraba.

— ¿Tendrás un hijo mío? — puse atención a su voz, son una risa.

— Jamás de los jamases, primero muerta.

Nos reímos. A veces hacia ese tipo de preguntas tontas, no me importaba pues sabía que sea cual sea mi respuesta nunca actuaría en base a su pregunta.

— No digas eso, muchas ninfas morirían por tener un hijo de uno de los hijos de Zeus.

— No soy una simple ninfa. — Dije. — además, no quiero cuidar a un niño cuando no he dejado de ser una.

— Que arrogante eres, Dafne.

Golpee su pierna, un pequeño quejido salió de sus labios pálidos como la arena ante la costa del mediodía. A nuestros pies estaba el guante de Apolo, incluso después de dos meses de haberlo obtenido su dueño no había llegado a mi para pedirla.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora