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ㅤㅤㅤㅤSe me erizó el vello de la nuca. Tuve el reflejo de mirar por encima de mi hombro, para asegurarme de que no eran más que mis alucinaciones productos de la angustia y la intimidación. Pero fue una desgracia por primera vez en tanto tiempo verlo allí, de pie. El Dios del sol apoyado en uno de los árboles cercanos a donde yo estaba, observándome.
Su rostro brillaba poderoso, de una manera inconfundible, intensa y aguda, como la espada desenvainada. Al fin y al cabo era el Dios de la belleza masculina, Febo Apolo.

— Luces tensa, ¿Qué sucede? Pensé que desde nuestro encuentro de hace un mes estarías feliz de verme.

— Sí. Lo estoy... ¿Trajiste algo nuevo?

Me gire a verlo, la trenza que siempre llevaba cubría un lado de mi pecho pues la había estado adornando con flores de temporada. Me estremecí pero logré disimularlo, pues se acerco con toda confianza a mí.

— No, está vez vine a hablar contigo solamente. Luces bien, deberías adornar tu cabello más seguido.

Paseo a mis lados, tocando sin pena alguna mi cabello y mi espalda. Quería apartarlo, empujarlos lejos de mí pues me asfixiaba su perfume de incienso y limoncillo, el olor que siempre estaba contenta de sentir me ahogaba por la incomodidad que tenía en todo el cuerpo, la repulsión en el estómago.

La repulsión por lo dicho por mis hermanas, por lo sucedido con Jacinto y por mis sentimientos tan humanos, yo era una ninfa, una nieta de Océano. No una simple humana angustiada por un capricho como lo era negarme a creer que las palabras tan obvias de mis hermanas.

Sentí su mano sobre mi barbilla, como giraba mi rostro para que lo viera. Su respiración estaba sobre la mía como si examinara de cerca lo que le pasaba a su amiga. Su voz salió baja pero encantadora, sus ojos se entrecierran mientras sonríe.

— Vamos, Dafne, dime ¿Qué te pasa? Somos amigos, no deberías porque ocultarme algo.

Amigos.

— No es nada, estoy bien.

— Estas mintiendo, se cuando mientes. No soy tonto.

Negué nuevamente, las manos me temblaron y eso me hacía enojar más pues sentía que reaccionaba como un humano más ante la presencia de un Dios. Apreté los puños y cerré los ojos, aparte de mi a Apolo cuando retrocedí. La expresión de su rostro fue de sorpresa al ver mi rechazo, mi pecho ardía como las llamas de la hoguera.

Intento acercarse nuevamente pero se lo negué, me abrace a mi misma.

— ¿Puedes volver en otro momento? Podre oír tus historias la próxima vez.

Pensé que se enojaría conmigo, ya estaba lista para recibir la ira de Apolo sobre mis hombros, ardiente como una llama solar que te calcina hasta los huesos. Igual a la historia de su ex-amorío. Pero en cambio, lo vio asentir con la cabeza sin decir algo, se alejo un poco y yo desvíe la mirada para no verlo.

Cuando regrese a verlo ya no estaba allí, solo había quedado la marca de sus pies sobre las hojas caídas. El perfume que emanaba sobre el aire y el sonido del oro de sus adornos que hizo un pequeño eco al desaparecer.

Retrocedí un par de pasos hasta quedar apoyada sobre un árbol de laurel, uno de mis favoritos. Tenía la cara caliente y sentia la boca seca, me deje caer sentada sobre el suelo mirando fijamente al sitio donde alguna vez estuvo de pie el que es mi amigo. O bueno, ahora mismo no se que creer pues me he dejado abrumar tanto que lo corrí, seguramente ya no querría ser mi amigo.

Por primera vez en mi larga existencia, por primera vez derrame lágrimas. La tristeza real invadió mi corazón, azotadora como un látigo que arranca la piel que toca, el silencio del bosque fue perturbado por mi gemidos y jadeos de llanto. Cada ruido me resultaba totalmente desagradable pues no era algo que las ninfas debiéramos hacer, incluso ese propio pensamiento me aturde y amarga la existencia. Siempre estaba pensando en un «pero las ninfas no, pero las ninfas esto, pero las ninfas lo otro...» que ahora entendía las veces que Apolo me decía que era terca con negar algo tan bonito como una naturaleza diferente. Siempre me aferraba a la idea de una diosa, a lo que se supone que debe sentir una diosa. Mis lágrimas cayeron como plomo, mi cabeza se llenó de tantas cosas que ni siquiera podía respirar.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora