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ㅤㅤㅤㅤMe quede con el divino tesoro de Apolo, recurrentemente miraba el cielo como si lo esperaba. Tal vez enojado, tal vez queriendo hablar, cualquiera de las opciones me hacía sentir escalofríos en cada centímetro de la piel pues con solo verle la cara pensaba en todo lo que hice por egoísmo. Tal vez los deseos de una mujer cuenten poco en estás tierras, y sobre todo para los dioses, pero antes y por encima de todo, yo era una diosa. Suplicaba a Hera por su protección, a Artemisa por su paciencia debido a mi osadía de tomar el arma divina de su hermano sin su permiso y a Atena por sabiduría. Sabía que no me iban a escuchar al ser una simple ninfa metida en aprietos por su propia culpa, pero no perdía las esperanzas.

Volví a la casa de la familia de Ezio al día siguiente, con su regalo en la ropa y el arma divina de Apolo escondida. A la hora del desayuno todo el mundo estaba al corriente de un problema en familia. Las miradas de cada miembro de la familia me resultaban de lo más tensas como si no quisieran decirme algo. Tome un trozo de pan intentando pensar en otra cosa pero no pude. Si hubiera sido otro momento simplemente hubiera evitado preguntar pues los asuntos que no me benefician o aportan no me incumben pero pensé en las palabras de Hermes, en las de Ezio y en mis propias palabras.

Si las desgracias me pasaban eran por guardarme los pensamientos, por querer complacerme siendo egoísta y disfrutar únicamente de la compañía que se me daba pero nunca aprendiendo de ella. Si algo había visto entre humanos era su necesidad en familia de resolver lo que les atormentaba, de apoyarse mutuamente.

Era algo que con mis hermanas raramente pasaba y entre dioses superiores mucho menos, eran lo suficientemente fuertes y divinos para eso. Yo no era suficientemente fuerte o divina, pues era más humana, pero sin duda estaba tan cerrada y orgullosa que intentaría actuar como el resto. Pero No esta vez.

— ¿Pasa algo? — pregunté.

Fui objeto de sus miradas, cansadas y con fatiga, eran miradas comunes pero había algo diferente en ellas. Era tristeza. Baje un poco la cabeza para ver mi plato.

— Una de mis hermanas está gravemente enferma, queremos ayudarla pero el dinero de la leña no alcanza. — Dijo Ezio.

— Puedo traer animales para que los vendan y ganen dinero.

— No cariño, no es necesario. Creo que venderé mi cabello, nos dará el suficiente dinero.

Abrí los ojos, levantando la cabeza con brusquedad. Casi caigo de mi silla pues me puse de pie, con ambas manos sobre la mesa de madera, vieja y con las patas de palo ya fallando.

Mi acción los descolocó un poco y la esposa de Ezio ladeó la cabeza ligeramente, como un ave curiosa.

— ¡Yo daré mi cabello! Usted ya es vieja y ya está gastado, el mío crecerá con rapidez. Por favor déjeme hacerles este favor.

No me negaron el favor, incluso los vi sonreír. Sentía como si mi pecho fuera a estallar por los latidos de mi corazón, una nueva sensación inundó hasta lo más profundo, desde la médula, pasando por las extremidades y llegando al cerebro. Tenía miedo, ansiedad por lo que podría pasar, pero también un sentimiento de emoción. No lo hacía por mí, por primera vez en mi larga y lúgubre existencia estaba haciendo algo por alguien más. No estaba siendo egoísta ni complaciente, era una decisión que tomaba porque sentía afecto a esa familia.

Era como sentir el ala de un pájaro en la nuca, como la roca que una vez corto mi mano pasando nuevamente rozando la piel blanca y lisa. Tenía miedo de ver la sangre correr y sentir el dolor, aunque muy en el fondo lo ansiaba experimentar nuevamente. Tenía una naturaleza contradictoria. Cuando vi los primeros mechones de cabello caer a mis pies desnudos sentí un nudo en la garganta, como el desayuno de esa mañana regresaba a mi boca para ser escupido y como mi estómago se revolvió como si fuera un caldero hirviendo. Quería levantarme, quería gritar que pararan pues algo como mi cabello era de lo más importante para nosotras las ninfas y para las mujeres en si, muestra de belleza y estatuas, juventud y virtud. El cabello corto estaba reservado a los esclavos y sirvientes, yo era muy consciente de eso.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora