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ㅤㅤㅤㅤLa mortalidad no solo acabo con la vida de la paloma. Sentía como el pecho se me hundía, como la respiración agitada me consume cual madera en fogata. Lleve una mano sobre el pecho, apretando mi ropa mientras estaba de pie ante la presencia humana. La hermana de Ezio había fallecido incluso con las plegarias que su familia hacía a los dioses y con la medicina, ni siquiera la fortuna que los hizo ganar mi cabello les aseguro que su familiar viviera. No solo eso, el viejo cazador que amaba como un padre estaba devastado. Ni siquiera yo sabía que hacer pues era incapaz de traer a los muertos a la vida o sanar un corazón roto.

La esposa de Ezio se acercó a mí, sosteniendo mis manos para calmarme, su cara era dulce aunque por sus rasgos cansados y la fatiga en su mirada mortal sabía que tampoco sabía que hacer con su marido. No estaban sus hijos pues habían salido a trabajar antes de recibir la noticia, incluso si hubieran estado presentes sabía que no sabrían como apoyar a su padre.

En ese momento me pregunte ¿Por qué incluso con todo lo necesario, incluso con sacrificios de su otra gente y plegarias a sus dioses; los humanos seguían sufriendo injustamente?

Entonces recorde las palabras de Apolo: Creados débiles y frágiles con tal que nos adoren y den ofrendas buscando salvarse de su destino inminente. Así son los humanos. Bien los dioses pudieron haber salvado a la hermana de Ezio pero no lo hicieron por conveniencia.

Me pidieron retirarme, era un momento privado en familia y pese a todo, yo no era parte de ellos por línea sanguínea. Era un huésped muy querido, pero seguía siendo ajena a ellos. Era como si el cielo se cayera sobre mis hombros, como si se fuera a desmoronar la bóveda celeste.
Me incline sobre el pasto, con la cabeza entre las piernas mientras con una mano sostenía con fuerza el guante dorado de Apolo. Su divino tesoro me parecía opaco, como un brillo que se apagó, tal vez fue por las lágrimas de mis ojos o por la oscuridad.

Esperaba la llegada de Hermes a fin que me consolara un poco, sabía que realmente no sentía un afecto a los humanos pero al menos diría algo que fuera a ayudar. Sin embargo, mi espera fue inútil cuando nunca vi su alargada silueta o su voz llena de astucia. Una vez corte mi mano con una roca, buscando descubir si era capaz de sangrar como los humanos, si podía sentir como ellos. Pero heme aquí, sobre el suelo de la manera más patética llorando por la muerte de un mortal que nunca conocí.

Podría bien decir que lloraba impulsivamente como la primera vez que lo hice, que llore por culpa mía al no actuar antes o mostrar mi pesar, que por mi arrogancia de evadir el tema estalle en lágrimas. Pero no. Esta vez la situación estaba fuera de mi alcance, no era algo en lo que tuviera potestad incluso con mi divinidad, una situación tan humana como la muerte me resultaba escalofriante por como soy incapaz de intervenir.
Podía decir que yo era la hermana tonta, confiada en que todo se mantendrá igual e incapaz de ver que no todo el mundo era eterno, pero ya lo sabía, yo era consciente de eso pero aún así me aferraba a la esperanza inocente o ignorante de que al menos las muertes serían justas.

Pero no siempre era así, esa mujer no era una heroína, no tendría gloria al morir o después de la muerte. ¿Cuánto tiempo iba a continuar aferrada a esa idea de los restos de mi inocencia?

— Durante toda tu vida has sido de mente dócil, y ahora, conoces lo que pasa cuando creces. Conoces la injusticia.

La voz resonó sobre mis tímpanos, en el espiral de mi oreja. El incienso y limoncillo, el tintineo del oro, la suavidad de sus pasos y las hojas crujiendo. La brillante silueta que espere, aquella que finalmente vino a reclamar lo que es suyo y yo tomé en mi posesión. Apolo estaba ante mí nuevamente, con las manos sobre las caderas con una expresión que detona tener razón con sus palabras.

──𝐃𝐀𝐅𝐍𝐄. «Apolo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora