Capítulo 1

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Where'd All The Time Go? - Dr. Dog

—Por esa razón, jamás me encontrarás estudiando química.

Levanté la mirada de las hojas con bordes desvaídos y amarillentos por haberlas estado llevando a todas partes. Así pasaba la mayor parte del tiempo, estudiando aunque no lo necesitaba del todo. Y los lienzos en la pared tampoco los necesitaba, pero ahí estaban. La mayor parte de las cosas que hacía no eran porque quería, solo era una forma de apagar la plétora de pensamientos en mi cabeza.

—Cárter, Cárter, ¿me estás escuchando? —me molestó mi compañero de habitación, Leandro.

—Perdón, algunos tenemos becas que mantener—le dije en un tono mortífero y miré las hojas apiladas.

—Deberías seguir mi consejo—me dijo mientras tiraba unas chamarras sobre mi cama—. Deberías acostarte con la de matemáticas, seguro te pasa sus apuntes.

—Prefiero dejar mi dignidad donde está.

Soltó un gruñido y encendió una de las luces, dejando que el tono amarillento ensucie los tonos pálidos de la lámpara de mi escritorio. Las manchas amarillentas sobre los lienzos se volvieron color café, como sombras negras. Las paredes color crema de la habitación tenían ese poder sobre los cuadros, haciendo que se vean más coloridos, aunque su color podía ser escaso y opaco. 

—Aburrido—me molestó en voz baja y después se tiró a su cama, mirando el techo y abriendo las manos.

Recosté mi mano en el respaldo de la silla y le miré de reojo, sonriendo.

—Si no apruebas el examen de la siguiente semana, repruebas—le recordé.

—Honestamente, no me importa.

—Eso sería un... Adiós, universidad—imité su voz chillona y, de un rápido movimiento, terminé con una de sus chamarras en mi rostro.

—Eso te pasa por...

—¿Ser precavido y un buen amigo? —tandeé mientras le regresaba su chamarra en un fuerte tiro.

—Por ser molesto, Cárter.

—Solo te recordaba tu examen.

—Y yo te decía que me tiraré a una de mis compañeras—apostilló, levantándose de la cama y revisando su billetera—. Deberías venirte conmigo. Seguro habrá algún chico que quiera contigo.

Puse los ojos en blanco y suspiré.

—Ya quisiera, pero tengo que estudiar o perderé la negligente ayuda del gobierno.

Leandro levantó una mano e imitó mis labios con sus dedos, molestándome mientras repetía lo que dije.

—Pensé que eras más maduro—le dije hastiado.

—Ya me acostumbré a que me digan eso. Bueno, ahora hablemos de la salida...

—Tu salida—le corregí.

—Nuestra.

—Tú.

—Salida.

El sol que me dasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora