Capítulo 11

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Kansas - Dust in the wind

Todos en la casa caminaban de un lado a otro. Había demasiadas personas, demasiada humanidad y vida a mi alrededor. Lo primero que había hecho mi madre al llegar a casa fue saludarme con un abrazo y volver con los demás. Estaban mis primos, tíos, abuelos lejanos y personas que no conocía. Todos compartían el entusiasmo al verme; después se alejaban y fingían hablar de algo importante. Pensé que así eran todas las familias, donde el nuevo al principio es muy bien recibido y después tratado como si no existiera.

Subí al tercer piso de mi casa con mi maleta en mano. Había demasiadas puertas, pero siempre recordaba la mía. Estaba al fondo, al costado, donde había una ventana más grande. No éramos una familia rica, al contrario. Por situaciones económicas y de apego familiar, los que querían se quedaban en la casa de la abuela, incluyendo mi madre, sus hermanos solteros o que habían tenido hijos pero no estaban en pareja. En la casa siempre había vida; si alguien desaparecía, nadie se daría cuenta. Esta vez había más personas, porque era el lugar donde siempre se celebraba Navidad y todas las fiestas. La casa grande que podría explotar de tanta vida.

Por esa razón, cuando me inscribí en la universidad y me dijeron que podía tener la posibilidad de vivir en un edificio para estudiantes que vivían demasiado lejos, lo acepté. Algunos pagaban un poco más para tener una habitación para ellos solos, pero yo no podía, por lo que compartía una con Leandro. Aunque para muchos eso debió ser intimidante, para mí no lo era. Venía de una casa donde los momentos más íntimos que tenía eran cuando todos bajaban a la planta baja y yo me quedaba solo en mi habitación, sin ruido atravesando las delgadas paredes.

Dejé la maleta al lado de la cama y cerré la puerta. Encendí la luz y volví a ver toda mi habitación. Seguía igual de limpia, excepto por el librero lleno de papeles de la escuela que siempre olvidaba tirar. El techo blanco y las paredes cubiertas por cuadros de autos. La cama estaba limpia; imaginé que mi mamá o alguna tía la limpió para mi llegada.

Me quité la chamarra y quise volver a la planta baja, pero no me sentía cómodo. Yo era el único en esa familia en no sentirse cómodo.

Incluso parecía que no formaba parte, aunque podía ser igual de ruidoso y molesto cuando estaba con mis amigos. Pero con ellos no podía ser así.

Algo me decía que debía ser silencioso con ellos.

Mi móvil comenzó a sonar y vi que era Eric. Rápidamente respondí y me paré al lado de la ventana. Desde ahí se podían ver las otras casas, algunas viejas y otras a medio construir. Pero todas tenían las luces encendidas. Por la calle pasaban autos y todo se sentía tan frío.

—¿Cómo está la familia? —me preguntó mientras se escuchaban risas de fondo.

—Bien, ¿cómo está la tuya?

—Diría que bien, pero la verdad mentiría.

—¿Por qué? —quise saber.

—Porque desde que llegué no dejan de preguntarme cosas. Incluso parece mi primer año de universidad, no entienden que ya lo tengo todo ordenado.

Me reí y abrí la ventana mientras hablaba con él.

—Se preocupan por ti, eso es bueno. Yo estoy en mi habitación y nadie parece haberlo notado.

—Es que tu familia es grande.

—Eso me quedó claro el día que nací —dije—. No importa. Creo que es bueno que baje a saludar antes de que todos suban para decirme que estoy amargado.

—Sí, pero... me olvidé darte tu regalo.

Apoyé la espalda en la pared y apreté más el móvil.

Le había dado su regalo a Eric unos días antes, cuando estaba aún dolido por la entrevista de Dagen. Era una camisa que le gustaba; aunque parecía poco, el precio no lo fue tanto. Después de hacer las compras para mi familia y amigos, me había quedado sin dinero. Al menos tenía para el comienzo de enero.

El sol que me dasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora