Capítulo 6

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Angel - Aerosmith

—¡Camina más rápido, Cárter!

Siempre había pensado que los lugares de boxeo, como estadios o edificios, estarían llenos de hombres de moralidad dudosa, pero mientras entraba al pequeño estadio, solo podía ver personas completamente normales.

—¡Cárter!

Caminé más rápido mientras las luces de neón que rodeaban enormes cuadros en la parte superior parecían intensificar sus tonos. La entrada era enorme, con extensas puertas de cristal y postes que colgaban reflectores que apuntaban al cielo.

—Esta es la primera vez que voy a una pelea —me dijo Leandro mientras caminaba a mi lado—. ¡Y mi primera vez es con pases de primera!

Me reí y pasamos por unos extensos postes que daban la bienvenida. Un guardia quiso detenernos, pero Leandro levantó su pase y después el mío.

—Debí traer lentes negros —me dijo—. Seguro hubiera sido épico.

—Esto es mejor que un mafioso, ¿no? —le pregunté con una sonrisa mientras pasábamos por un extenso pasillo de paredes negras y brillantes.

—Bueno, más o menos. Estuve pensando en lo del mafioso y creo que exageramos. Quiero decir... Si hubiera sido un mafioso nos habría dado una buena vida, al menos unos meses. Y esa es la mejor parte. Prefiero vivir una buena vida unos meses que vivir una mala por muchos años.

Me reí y subimos unas gradas. Otro guardia quiso detenernos, pero Leandro levantó mi pase y el suyo.

—Esto es genial.

—¿Genial? —pregunté.

—Sí. Cuida a ese chico, Cárter. O te lo quito.

Pasamos por un pasillo con las paredes llenas de cuadros hasta una enorme puerta cubierta por cuero negro. Leandro casi saltó de la emoción cuando empujó la puerta.

Desde que había puesto un pie en el estacionamiento, me había desilusionado. Nada de lo que creí que pasaría pasó. No había hombres grandes y peligrosos haciendo fila para la pelea, tampoco había hostilidad o miedo en el aire. Y cuando entramos en la sala de entrenamiento, ese sentimiento se multiplicó.

Todos entrenaban con completa concentración y silencio. Algunos estaban hablando con chicas y otros riendo con los que parecían ser sus familiares. Incluso algunos estaban riendo viendo sus móviles y otros abrazando a sus hijos.

—Creo que la universidad es más hostil —me susurró Leandro mientras caminábamos dentro.

Quería decirle que se quedara callado, pero escuché unos pasos detrás de nosotros y nos quedamos congelados.

—Estoy de acuerdo.

Solté un suspiro al escuchar que era Dagen. Estaba de brazos cruzados, detrás de nosotros. Tenía puesta una camiseta de tirantes negra y sus músculos se le marcaban, debajo tenía un pantalón deportivo holgado. Por el brillo de su cabello y las mejillas ruborizadas supe que había estado entrenando antes de que llegáramos.

—¿Estabas entrenando? —le preguntó Leandro con mucho interés—. Es que se siente.

Quería empujarlo, pero retrocedí un paso y miré hacia otro lado.

El sol que me dasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora