Ocurrió una mañana de abril, yo me había despertado tarde porque mi teléfono se había apagado durante la noche. Me levanté en pijama y corrí a la cocina para preparar el desayuno. Cuando llegué me sorprendí al ver que ya estaba listo ¿Al fin mi madre lo había superado? Me metí un panqueque a la boca y fui a su habitación a ver cómo estaba. La puerta estaba sin seguro. Cuando me hallaba dentro, mi cuerpo entero quedó petrificado ¿Cómo no se me ocurrió tocar antes? Ella estaba de pie semidesnuda en el centro de la habitación, tratando de ponerse el sostén. Me miró con sus ojos color canela, estaba preciosamente maquillada y su cabello ondulado y negro le caía como cascadas por sus hombros blancos. Me quedé sin habla, solo tragué saliva ruidosamente mientras ella mi miraba por un instante que pareció eterno. Finalmente sonrió y dijo:
—Buenos días, Hectito, debes tener más cuidado. Me estoy cambiando.
Sentí que la sangre se calentaba en todo mi cuerpo, especialmente en un lugar. Pero seguía mudo.
—Eh, ¿Qué te pasa? —Puso una cara de inocencia y extrañeza a la vez. Estaba muy diferente a otros días. Era como si de pronto un fuego se había vuelto a encender en ella. Una chispa de energía y alegría que no le veía hace mucho. Mientras yo seguía mudo ella se dio la vuelta, dejando al alcance de mi vista sus redondas y duras nalgas.
—Bueno, ya que estás aquí ¿Puedes ayudarme con esto? —Señaló su sostén desabrochado.
Entonces recuperé el control de mi cuerpo y avancé hacia ella articulando un torpe: “buenos días, mamá”.
Tomé con las manos el sostén desde su espalda y empecé a acomodárselo. Fue cuando noté que ella empezaba a sonrojarse. Vi el precioso carmesí en su nuca y su piel ponerse de gallina en su espalda mientras yo rosaba con delicadeza su cuerpo. Sentí el fuerte pulso en mi pecho, y la sangre corriendo a torrentes por todo mi cuerpo. Nunca me había sentido así. No era la primera vez que veía a mi madre con cierta lujuria. Como dije, es una mujer atractiva, pero era la primera vez que la tenía tan cerca en esa situación. Era como si hubiera despertado en mí un instinto feroz y primitivo que no entendía razones ni morales. No podía contener mi aliento brusco y mi corazón palpitante. Estaba seguro que se daría cuenta si seguía así.
—Te levantaste temprano, mamá —le dije, tratando de camuflar mi estado— ¿Pasó algo?
—De hecho, sí pasó algo, precioso. Por eso estoy feliz.
—¿Qué es?
—Adivina.
—¿Ganaste un viaje al caribe para dos personas?
—Jaja, no tan bueno. —Me encantó su risa.
—Te lo diré: aumentarán el salario a todo el departamento. Nos aumentarán dos tercios del mensual a todos.
—Wau.
—¿Verdad que es genial? Ya no tendré que preocuparme por el dinero, ahora nos alcanzará de sobra ¿Quieres ir a comer pizza esta noche?
—Por supuesto, mamá.
—Bien. La pasaremos súper. —Volvió a sonreír.
Cuando terminé de abrocharle el sostén se dio la vuelta con un saltito como haría una muchacha contenta.
—Ahora, por favor, pásame ese carmín que está sobre mi mesa; o llegaré tarde y despedirán a tu madre.
Fui por el carmín, mientras caminaba sentí como el pulso se relajaba, me estaba calmando. Pero recién al extenderle el carmín me di cuenta que estaba temblando. Miró mis manos con desconcierto y los nervios hicieron que el delgado carmín se me escapara de las manos. Ella hizo una mueca de compasión, se puso de rodillas delante de mí para recogerlo. Entonces me vio, estaba arrodillada, quieta, mirando sorprendida mi entrepierna. Sobre mi suelta pijama se había levantado un mástil tan notable como el cielo. Rayos, solo pude quedarme quieto viendo como mi madre miraba el duro bulto en mis pantalones.
—Vaya, así que eso era, Hectito. —Mi madre no quitaba los ojos de ahí—. Me alagas, cariño. Pero soy tu madre. No es correcto.
Debí ponerme rojo como un tomate maduro, pues al levantar la cabeza noté la compasión con la que me veía.
—Pobre, soy una mala madre. Nunca conversamos sobre estas cosas.
—Perdón, mamá —le dije con voz entrecortada.
—No, no. Tú no tienes que disculparte, es algo normal a tu edad. —Se puso de pie y sus generosos pechos casi tocaron mi nariz—. Seguro habrá pronto una bella chica que te deseará.
Lo único que pude hacer fue inclinarme y dar la vuelta. Jamás me había avergonzado tanto, mucho menos ante mi madre.
—Espera, Hectito. No sería justo dejarte así —Miró su reloj—. Aún tengo algunos minutos.
No comprendí a lo que se refería.
Ella acomodaba sus largos cabellos detrás de su oreja.
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Madre e hijo
RomantizmMi madre estuvo deprimida por varios meses tras el divorcio, pero creo que fue lo mejor. Además, me tenía a mí para consolarla. Pero nuestra relación cambió drásticamente aquella mañana cuando la vi des...