𝐕. 𝐕𝐨𝐝𝐤𝐚

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Aemond extrañaba aquellas épocas no tan lejanas donde cualquier asunto se resolvía por cartas, en lugar de las tormentosas –pero prácticas, admitía– llamadas por teléfono; aún así, su buzón en la oficina permanecía vacío, con la esporádica aparición de cupones mensuales. Excepto hoy. La carta sin remitente ni remisor descansaba solitaria entre el metal, con un sobre demasiado brillante para pasar inadvertido.

Estimado Barón Bennett

Las manos se le pusieron pálidas, yertas y frías. Asumía que el resto de su cuerpo se encontraba en igual condición, entumecido por las acusaciones silenciosas que la cortesía señalaba. Mantuvo la compostura para alejar a compañeros curiosos, prestando atención al contenido de la carta, sin sumirse todavía en escenarios catastróficos.

Espero que su visita a la bodega le haya resultado satisfactoria, aún en pro de mi ausencia. No se preocupe, la presente carta no busca llenarlo de quejas ni mucho menos disminuir el buen humor entre caballeros.

En plenitud de mis facultades y de buena fe, deseo invitarlo a la celebración del cumpleaños de un buen amigo, que tendrá lugar esta noche en una humilde casa campestre a las afueras de la ciudad. No se preocupe por direcciones, su acompañante conoce bien la locación y podrá guiarlo allí sin molestia alguna.

Espero su asistencia.

Atentamente,

TL.

El contenido per se no traía nada alarmante, exceptuando la obvia molestia de Tyland Lannister. Pero Aemond no dejaba de preguntarse cómo es que la carta había terminado en plena estación de policía, en el buzón del detective Aemond Targaryen. La respuesta la encontró al reverso de la carta, con tinta corrida por la velocidad del trazo.

Aemond.

No te alarmes, si esta carta llegó a tu trabajo fue porque así lo decidí yo. Nos vemos a la noche.

Alys.

Pd: no hables de esto con nadie.

Hmm.

Guardó la carta doblada entre sus ropas, dispuesto a continuar su mañana con normalidad. Pero la vida ya no se molestaba en ocultar el desdén que le tenía, aprovechando cada situación –por mínima que fuera– para llevarlo al borde de la incertidumbre. El detective Lyman Beesbury lo esperaba frente a su cubículo, con las manos ocupadas. Sólo podía pensar en un motivo.

—Detective Beesbury —saludó, pasando saliva con cierto disimulo—, ¿qué tal está? ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?

El hombre agarró una carpeta contra su pecho, presionando con fuerza los bordes doblados. Las letras estaban desgastadas por el paso del tiempo, sin embargo, el nombre de Lucerys Velaryon aún era distinguible. Aemond decidió apartar la mirada, en un esfuerzo inútil por evadir la situación.

—¿Cómo estás, Aemond? Hace mucho no hablamos, últimamente has estado muy ocupado con los Lannister...o eso escuché.

—Diría que bien, gracias por preguntar —murmuró tan lozano como pudo, ofreciendo asiento al anciano.

Aunque los demás detectives charlaban entre ellos a las afueras, el ambiente de terror que se produjo en su cubículo era digno de un edificio abandonado: ambos sentados en silencio, esperando el golpe de gracia.

𝐋𝐮𝐱𝐮𝐫𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora