𝐗𝐈𝐈. 𝐙𝐢𝐯𝐚𝐧𝐢𝐚

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Se podría mentir a sí mismo, excusar sus acciones en el alcohol que aún corría por su sangre o trazar una historia de embrujo o hasta de demonios, todo lo que su mente considerase necesario para su propia paz. Mentir resultaba la solución más tentadora, pero Aemond se reconocía con la sobriedad suficiente en el momento que decidió besarle, recordaba la sensación de sus labios y luego escapar como un cobarde, encerrarse en su habitación hasta quedar dormido. Los rayos del sol le daban justo en la cara, demasiado brillantes para ser de ocaso. Buscar el orden en su vida fue la menor de las prioridades de los últimos días, un descuido que ahora le pasaba factura a sus agruras.

Era obvio que Luxury ya se habría marchado a estas alturas, aún así, mantuvo una cierta precaución en sus pasos. Le sirvió algo de comida a Vhagar, antes de comer una de las piñas enlatadas que su casera le regaló ayer. Necesitaba un baño, algo que hacer; estaba tan acostumbrado a trabajar día, tarde y noche que pasar más de cuatro horas en casa no le sentaba muy bien. Y si se quedaba aquí, no dejaría de pensar en Aegon. No recordaba lo que soñó anoche, pero el rastro de lágrimas secas era suficiente para saber que no fueron cosas agradables, mucho menos apacibles.

Pensó en llamar a su madre para preguntar cómo se encontraba, aunque luego se retractó al imaginar las condiciones de su corazón destrozado, roto y hundido de una forma que sería siempre incapaz de comprender. El silencio del teléfono resultaba ruidoso en comparación, acostumbrado a recibir llamadas matutinas de parte de cierto muchacho. Lux se merecía una disculpa, necesitaba explicarle que lo sucedido no fue más que un impulso que no se volvería a repetir, que él no era así. Un impulso cuyo origen le confundía, si era honesto; aceptó el parecido que Luxury y Lucerys se guardaban entre sí desde hace tiempo, incluso en el nombre, pero eso no le explicaba el sentido de querer besar a su sobrino, no era normal bajo ninguna norma. Sin embargo, desear ese contacto con otro hombre, lejos de motivos más profundos...quizás sentía cosas que no debería por Lux, tal vez solo deseaba de regreso los inocentes roces que Lucerys le robaba cuando eran niños. Demasiado en que pensar y muy poco tiempo, muy pocas ganas.

El bullicio externo llamó su atención, haciendo que se acercara a observar por el ojo de la puerta para encontrar la causa. Afuera de su departamento lo esperaba uno de sus compañeros, cuyo nombre no se tomó la molestia de recordar, junto a un equipo completo de forenses. —¡Detective Targaryen! ¿Está en casa? Necesito hablar con usted —preguntó el tipo, tocando la puerta.

Los dejó esperando por algunos minutos, intentando averiguar por su cuenta a qué venían. Supuso que era algo relacionado a Aegon, pues el arma que usó para acabar con su vida la encontró aquí, era propiedad de Aemond en varios términos legales. Sin embargo, eso no le decía mucho sobre la presencia de forenses en su casa.

—¿Para qué? —cuestionó tajante, sin abrir, esperando una respuesta igual de concreta. Vhagar no dejaba de ladrar y esperaba que eso sirviera para intimidar cualquier propuesta extraña.

—Soy el detective Swann, me encargo de investigar el...incidente de su hermano. Venimos a buscar las pertenencias que el señor Aegon dejó aquí, ¿nos permite pasar?

No le sorprendería escuchar que su madre habría levantado la directa acusación de que Jacaerys asesinó a Aegon; como detective, debía admitir que siempre se debía considerar como posibilidad ante un suicidio de esas características. No se podía descartar un escenario en el que Aegon hubiera amenazado a Baela con su pistola, provocando que Jacaerys se la arrebatara para pegarle un tiro en legítima defensa. Pero muchos habían sido testigos del suicidio, las cosas se esclarecerían con facilidad. Y no consideraba necesario venir a buscar unos cuantos pantalones.

—¿Puedo saber quién las pidió? No me ha informado de su visita con antelación, necesito revisar la orden para confirmar que todo esté correcto.

Swann suspiró cansado, Aemond hasta sintió pena por el hombre. —Fue el señor Otto Hightower, detective, él se encarga del acompañamiento en la investigación. No hemos tenido la oportunidad de diligenciar una orden y lamento que no se le haya informado, ¿nos puede conceder la entrada, por favor? Usted ya conoce el procedimiento.

𝐋𝐮𝐱𝐮𝐫𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora