𝐕𝐈𝐈. 𝐒𝐢𝐝𝐫𝐚

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Entre sus planes para los próximos días, Aemond no contemplaba la idea de volver al trabajo. El reloj en su muñeca marcaba las 9:15 de la mañana, 4 horas más tarde de lo que acostumbraba levantarse para ir a la oficina; ya poco le importaba si Corlys había dado aviso de su ausencia, aunque dudaba poderlo encontrar en su despacho después de tan larga noche de juerga que debió disfrutar a expensas de negocios sucios. Un auténtico caso.

E incluso si hubiese querido pretender que lo de anoche fue una simple pesadilla, el dolor de cuello, espalda y piernas se habría encargado de mantenerlo en casa por un par de horas. La nostalgia de dormir en una cama hecha para un niño de cinco años le estaba pasando factura a su cuerpo adulto, empezando con una incómoda rinitis –producto del polvo acumulado entre las mantas– que no le ayudaba para nada con el dolor de cabeza. Lo más seguro es que se viera en pésimas condiciones, pero no planeaba quedarse mucho tiempo; quizás comería algo y se despediría de su madre, con eso sería suficiente.

Sin dedicarle una segunda mirada a la habitación de Lucerys, decidió partir. La figura de Rhaenyra permanecía estática frente a la puerta, sin percatarse de su presencia y acariciando su abultado vientre con la mirada perdida. Ella parecía estar tan sorprendida por su presencia como él, pero no de una mala manera; la dulzura inundó los ojos de la hija mayor de su padre.

—Aemond, buenos días —Rhaenyra lo saludó con una sonrisa, acercándose con el ritmo típico de las embarazadas—. Justo deseaba hablar contigo, ¿tienes un momento?

—Claro, pasa.

Aemond retrocedió un par de pasos, permitiendo que la mujer entrara al cuarto. La ayudó a sentarse sobre la cama, cerrando la puerta de nuevo antes de tomar sitio a su lado. Sabía que ella y Beesbury se mantenían en contacto, así que ya se podía empezar a imaginar los temas de conversación.

—No esperaba encontrarte por aquí, Alicent te estuvo buscando como loca para llamarte a desayunar —suspiró—...se pone bastante feliz cuando vienes a verla, aunque sea por un rato.

—Le he dicho que vaya a visitarme al departamento, pero aún se empeña en que venga yo —objetó Aemond, rascándose el ojo—. Aquí hay demasiados recuerdos.

—Lo sé.

Su relación con Rhaenyra era extraña, no era cercana pero tampoco demasiado lejana, o al menos no marcaba más distancia de lo que él acostumbraba dentro de sus relaciones personales y familiares; la brecha de edad que los separaba era lo suficientemente amplia para no conocerse del todo, pero ambos habían amado a Luke y ese es su vínculo más fuerte. El dolor los unía de una manera que nadie más entendería.

—Ayer hablé con el detective Beesbury-

Aemond chasqueó la lengua, queriendo evadir el asunto. —Tan solo se tomará unos días a lo sumo, unas vacaciones bien merecidas, no hay de qué preocuparse.

—Él falleció anoche, Aemond —declaró Rhaenyra con sincero pesar—, su nieto lo encontró en la sala de su casa, esta mañana cuando fue a visitarlo. Dicen que fue un infarto, pero su familia no obtuvo autorización para realizar la autopsia...supuse que querrías saberlo.

Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—Sé que Luke te duele tanto como a mí —continuó ella—. Y no estoy pidiendo que te involucres como detective, pero ahora que su caso queda en tus manos tengo la certeza de que harás lo que mejor te parezca; si quieres dejarlo con alguien más o cerrarlo definitivamente...lo aceptaré.

—No lo voy a cerrar —afirmó Aemond, sacando un suspiro de alivio en Rhaenyra. Se encontraba a vísperas de prometer algo de lo que se arrepentiría y lo tenía bien claro—. Me encargaré del caso hasta donde pueda, solo tengo que solucionar un par de asuntos antes.

𝐋𝐮𝐱𝐮𝐫𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora