Calidez - Pt4

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Todos habían pasado una linda tarde, Khun en especial había estado todo el rato jugando el el agua hasta que cayó exhausto y durmió durante el resto del día. Todos estaban dentro de la casa, cenando después de que Kinn y Porsche hubieran estado peleando por lo que cenarían.

Porchay estaba sentado en la arena, mirando como la luna se reflejaba en el mar oscuro, un color que de día era hermoso pero de noche turbio. Comenzaba a sentir el aire frío en la piel de sus brazos descubierta y en sus piernas, el agua cada vez se iba acercando más a él, estaba seguro de que si se quedaba ahí se iba a empapar con el agua fría.

Se inclinó hacia atrás, usando sus brazos como soporte de su cuerpo. De fondo se escuchaban las voces de los demás que estaban dentro de la casa. En ese momento en que volteo a mirar, vio a través de la ventanilla lo que pasaba, Khun se había resbalado del sillón donde dormía y se terminó golpeando en la cabeza, haciendo resonar el piso de madera, este se enojó y volvió a acostar en el sillo, pegándose bien al respaldo para esta vez no volver a caer.

—Te vas a enfermar si te quedas mucho rato aquí afuera. —Una voz familiar lo llamó. La calida tela de una chamarra cubrió sus hombros mientras aquella persona se sentaba a un lado de él, pasándole un brazo alrededor de la nuca y atrayendolo hacia su cuerpo. Porchay recargó su cabeza en el hombro de Kim.

—Está fresco aquí afuera.

—Dentro es cálido, pero hay bastante ruido.

—Bueno, aquí hacía frío pero ya no. —Porchay se quedo mirando al horizonte, concentrándose en aquella calidez que le bindraba el cuerpo de su novio. Pensando en el por qué hace un momento sentía tanto frío pero ya no.

—¿Por qué ya no?

—No lo sé, ¿porque estás tú? —respondió dudoso mientras miraba al cielo y las estrellas brillantes.

Kim se quedó mirando al mar, como las pequeñas olas se iban y regresaban esta vez más cerca de ellos, estaba seguro de que se terminarían mojando. No habló más, pensó en aquello que dijo Porchay.

Kim recordó cuando había conocido a Porchay por primera vez; sabía que diciembre ya había pasado hace bastantes meses, pero aun así el frío lo estaba consumiendo, que ni siquiera dormir entre mil cobijas le daban la calidez que tanto anhelaba sentir; aquello cambió drásticamente, la vez que tomó la mano de Porchay, una sensación extraña recorrió todo su cuerpo, aquella que le hizo perder todo el frío que comenzaba a congelarlo, o cuando se abrazaron por primera vez, fue como si todo lo que las mil cobijas no pudieron hacer por él lo hubiera hecho Porchay con tan solo un abrazo.

Porchay pensaba, que cómo era posible que hace unos instantes estuviera temblando de frío y ahora estuviera tan cómodo. Era extraño, sin embargo sabía que la razón podía ser fácil de adivinar, tan sencillo como el que era Kim y su extraña forma de hacerlo sentir cómodo, así estuvieran a punto de morir, mientras Kim estuviera ahí para él, el frío se iría y lo remplazaría la calidez que le brindaba.

Y como era de esperarse, pronto una de las olas se fue y regresó lo suficientemente fuerte como para mojarlos— Sabía que esto iba a pasar. —le susurró Kim.

A Porchay no le importó, dejó caer la chamarra en el suelo. Tomó con fuerza la mano de Kim, se levantó y lo jaló hacía él para que se levantara igual— Ven, vamos a mojarnos. —Kim accedió. Caminaron hasta hundirse en el agua, las olas estaban un poco rebeldes, los hacían moverse bastante, se sujetaron con fuerza de las manos, nadando un poco más lejos hasta que dejaron de sentir el suelo y ya su cuerpos flotaban en el agua.

—Incluso estando aquí, sigo sin tener frío. —Porchay se acercó a Kim, pegándose a su cuerpo, Kim lo sujeto de la cintura, asegurándose de que ni siquiera una ola gigante pudiera separarlos; una vez lo estuvieron por un tiempo y el frío nunca se fue.

Se hundieron debajo del agua. No podían ver nada, pero no había necesidad de mirar cuando ya lo habían visto todo, ¿por qué ver? Si con solo sentir al otro era una explociónde colores en sus mentes. Kim tomó de la nunca a Porchay, lo besó, entre las burbujitas que se formaron cuando sus bocas se pegaron, se iban hundiendo cada vez más junto con la oscuridad, abandonando la luz que les iba brindando la luna.

El beso era tan cómodo, con la sensación de sus bocas moverse debajo del agua, se sentía suave, el agua se iba metiendo dentro de sus bocas y al mismo tiempo lo iban expulsando, soltando unas cuantas burbujitas que subieron hasta el exterior, sus cuerpos se iban hundiendo cada vez más, Porchay enrredo sus piernas a las caderas de Kim. La luz se iba esfumando cada vez más. Kim sujetó con fuerza a su pequeño novio y cuando sintió que se hundían más en el agua pataleo para subir un poco.

Estaba ya acostumbrados a este tipo de besos, esos que les revoloteaban el corazón, que los dejaban sin respiración y que les cegaba la mente. Sus cuerpos se hundían en las sensación de calidez y familiaridad que se daban el uno al otro, aquella que les iban enseñando lo que era sentirse amado y vaya que lo apreciaban bastante.

Todo estaba bien siempre y cuando no se separaran. Porque estando juntos nunca había frío, no querian congelarse.

Subieron a la superficie, el agua les escurrió por el rostro, sus labios comenzaban a ponerse morados, escupieron el agua que se había filtrado en sus bocas. Kim abrazó a Porchay, apretándose el cuerpo hasta que no podían respirar. Cuando dejaron de abrazarse se rieron juntos, pues los dos estaban temblorosos por las brisas de aire que golpeaban sus rostros recién mojados.

Pudieron haber salido en ese momento del agua, pero decidieron quedarse otro rato, entre más besos bajo el agua, abrazos y risas.

—Es hora de salir, mi amor. Tus labios se están poniendo morados, no quiero que te enfermes. —Kim sujetó de la mano a Porchay y lo arrastró de regreso a la orilla.

—No hay nada para salvar, a este punto los dos ya estaremos muy enfermos para mañana. —Porchay rió mientras iban caminando de regreso a la casa, sus cuerpos estaban pesados, iban escurriendo agua y no tenían toallas ahí afuera para cercarse antes de entrar.

Cuando entraron a la casa todos se les quedaron viendo; iban empapados, sus labios morados. Kim tomaba de la mano a Porchay, caminaban con tanta tranquilidad.

—¿Pero qué les pasó? —Dijo Porsche.

—Nada, una mojadita nocturna. —Porchay dijo, todos seguían mirándolos con curiosidad.

—Bueno, vayan arriba y busquen ropa seca, bajen a cenar después. —Los interrumpió Pete antes de que todos hicieran más preguntas.

Porchay y Kim subieron a la habitación para secarse y ponerse ropa seca, cuando estuvieron totalmente secos bajaron a cenar junto a todos. Porchay se sentó a un lado de su hermano, mirando que ya tenía dos platos servidos para él y Kim.

Todos reían de chistes que contaban o por las experiencias graciosas uqe habían vivido en aquella casa los tres hermanos, contando como una vez enterraron a Kim de ocho años en la arena y lo dejaron ahí por una hora. Sus risas se escuchaban hasta por fuera de la casa.

Sintió de pronto que aquel lugar era cálido, que ahí estaba parte de la calidez que afuera no podía sentir por el frío viento. Estando ahí, junto a su hermano y la gente que realmente los apreciaban; aquello le hacía temblar el corazón de felicidad, porque tanto él como su hermano tuvieron que sufrir mucho desde que sus padres murieron, no tuvieron nadie que los apoyara realmente. Y en aquella familia lograron encontrar lo que no habían tenido durante muchos años; la calidez de un hogar.

We Are Falling In Love - KimChayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora