Una fila larga se extendía desde las puertas de la caseta. Había gente pegada una a otra escuchando el escándalo. Casi se podía olfatear el perfume del de enfrente con la poca distancia, peor si era su sudor. Me quedé al fondo, esperando a que Ellias dispersase a la gente al aparecer, pero nadie se movió. No es que fuese bajo, pero parecía que todas las personas que se habían apuntado eran torres. Cada una de ellas iba preparada con mochilas y bolsos grandes de playa. No identifiqué que llevaban dentro en cuestión, pero sí que era demasiado temprano para darse un chapuzón.
Ellias comenzó a apartar a la gente, sin conseguir que se alejara. Parecía estar cruzando una avalancha de personas, y no eran bien pocas. Me puse de puntillas para ver qué ocurría al frente. Él se quedó quieto, no podía ver su cara, pero verlo apretar sus puños no era una buena señal. Aquella voz que había intentado identificar, ahora se me hacía difícil de digerir en el estómago. Habría preferido una bofetada.
Eros se dio media vuelta y dejó de golpear las puertas. Estaba impaciente por encontrarse con Ellias. Se le notaba en el rostro, quería una pelea de verdad, aunque justamente de él no la obtendría.
—¡Por fin apareces, principito! ¿Otra vez habías huido?
Fue una suerte que al haber gritado aquello no me hubiese visto en la multitud. Ya se lo había echado en cara yo, él no tenía ningún derecho. Ellias ni siquiera le había cruzado más de diez palabras en un día.
—¿A qué viene esto, Eros? —Posó sus manos en las caderas, manteniendo la calma.
Levantó por encima de su cabello grasiento una hoja, acción que repitió su pandilla. No me había fijado en que iba acompañado hasta que los miró, ellos permanecieron silenciosos.
—¿Qué es eso?
—Queremos ser parte de tu club. Te traemos el formulario. Está. Todo. En. Orden.
Lo decía tan seguro que me pareció odioso, mucho más de lo que ya era. Ellias parecía sentir lo mismo. Al principio quería negarse a recogerle el papel, pero cuando lo comenzó a ondear en sus narices no pudo hacer otra cosa que tirar de él para arrebatárselo. Leyó con detenimiento cada casilla, buscando algún error para no dejarlos entrar. Si Eros no cruzaba, los otros tampoco.
Fue acercando el papel a su cara, como el que busca encontrar una tilde mal colocada, pero no la había.
Cuando levantó su vista, pudo observar la satisfacción del pelinegro con repugnancia. No quería creer lo que iba a decir a continuación.
—¿Y bien?
Tuvo que respirar con tranquilidad. Tenía que echarlos, ¡debía hacerlo por el bien de los demás miembros del club!
Eros Suav, escrito a la perfección sobre la superficie blanca y fibrosa.
—Bienvenidos al club. ¡Coged vuestras cosas e ir a los vestuarios! —Aquello último lo había dicho con más ánimo, para motivar a los de la multitud.
Muchas personas se dispersaron susurrando algo, otros entraron en silencio, o solamente hicieron muecas de desagrado. Me quedé de brazos cruzados, planteándome si era buena idea. No sobreviviría ni un segundo con ellos dentro.
Comencé a retomar mi camino.
—¡Marco! —Me alcanzó Ellias en dos zancadas—. Venga, hombre. No dejaré que hagan nada. Incluso dejaré que se ahoguen si hace falta.
Él temía que si se oponía le pudiesen calzar algún problema a su padre. Al fin y al cabo, sus familias tenían poder.
No pude sonreír por la broma. Ya había fastidiado una oportunidad otra vez.
—Ya es horrible así. Déjame ir.
Me sorprendió que no insistiese más. Había dado media vuelta y comenzara a adentrarse en el edificio. Me dolió, no pude fingir que no lo hacía. Ni siquiera miró hacia mí para comprobar que seguía ahí. Él había cambiado y eso me obligaba a rendirme.
Quedé solo en la pasarela de madera. Miré los cristales aguardando alguna señal de arrepentimiento. Pensé que recapacitaría y vendría, a por mí. Me había dejado nuevamente, esta vez, con una decisión. Se sentía horrible tener que elegir. Me enfoqué en las cosas buenas que tenía. Sí, ninguna. En cambio, lo negativo parecía acumularse.
Di media vuelta, agobiado por imaginarme tan grande decepción.
Bueno, tendría que olvidarlo.
Fue en ese momento que la vida me dio una sacudida. En aquel entonces, lo desconocía, pero fue maravilloso a la larga.
Caí de espaldas contra los tablones. Había cerrado los ojos por inercia y no había puesto atención a lo de delante. Sobé mi espalda gimiendo de dolor y no miré hacia arriba hasta que escuché su voz.
—¡Lo siento, lo siento! ¿Te encuentras bien? —Me tendió la mano con rapidez. Me recordaba a alguna escena de la noche anterior—. Perdóname, llego tarde a la clase.
Me había dejado solo con la misma velocidad con la que llegó. Levantó mi cuerpo sin problema y no volvió a mirarme, como lo hizo Ellias.
Tenía los ojos azules más oscuros que había visto jamás. Llevaba su pelo castaño más rizado y revuelto que yo, si era posible. No pude fijarme en mucho más. Puede que una dentadura perfecta y una altura despampanante. Me había sentido enano cuando se agachó a ayudarme. Él parecía en toda regla un superhéroe.
—Qué bobada... —Me corté la ilusión.
No lo había visto por el pueblo ni una sola vez. Lo confirmaban las llaves tiradas en el suelo. Debieron de caérsele de las manos en el choque.
Las levanté hasta la altura de mis ojos. Llevaban colgando un llavero de una ciudad próxima, Pockterneis. Allí vivía gente de grandes negocios, incluso tenían una de las mejores universidades. Ellias quería matricularse ahí.
Empecé a ponerme nervioso. Debía entregarle de nuevo lo que era suyo, o podía esperar a que apareciese otro día. No. Eso era ridículo. Acababa de entrar, podía dejarlas en recepción. Se las dejaría a alguien y que se encargasen ellos de dárselas, pero tampoco sabía su nombre. Ni siquiera sabía si se había mudado o estaba de vacaciones. Era nula mi información.
—¿Hola?
La voz me tembló. Aunque el vestíbulo estaba vacío. Me acerqué un poco más al mostrador, y allí no estaba nadie. Bufé desesperado, no me iba a salir como pensaba.
—¿Hola? —Para mí eso ya era exceder el volumen.
—Marco, ¿al final te apuntas?
Ellias apareció en su neopreno, se veía mucho más delgado de lo que realmente era.
Metí las llaves en mi bolsillo e intenté encontrar palabras para explicarle.
—No, no. Yo no...
Nada me salió, tenía todo atascado en la punta de la lengua.
—Venga. Los demás están fuera. Prometo que no dejaré que te hagan daño.
No me servían de mucho sus promesas, pero aceptaba. La verdad, no tenía ganas de hacerme el valiente, más bien, le devolvería al chico lo que le pertenecía y me marcharía.
Fue cuando llegué a los vestuarios el momento en el que me soltó y se esfumó. Dio unas palmadas en mi espalda y ya no estaba. Me encogí sobre mi propio cuerpo, inquieto y sin saber muy bien qué hacer. Habían cambiado las baldosas azules a un color carnación oscuro y parecía más acogedor, pero también más apagado. Las paredes parecían observarte desde cada rincón.
Vi los trajes colocados al final del pasillo. Me parecía horrible quedarme allí en el medio, así que me dispuse a ir hacia ellos. Las demás puertas y los casilleros estaban cerrados y las duchas aún no habían sido utilizadas. Toqué el material de las prendas. Desde el año anterior hasta este habían comprado mejores vestimentas. Parecía que Ellias le había puesto empeño.
Comencé a desabotonar mi camisa.
—¿Tú también vienes? —Me sobresaltó su voz.
Sus ojos me miraban con cautela, traía un sonrisa perfecta y blanca. Había sonado como una melodía dulce, no parecía estar enfadado por estar obstaculizándole el paso.
Titubeaba, así que decidí mentir.
—Yo, sí. Sí, imparto la clase junto con Ellias.
—¡Oh, qué bien! —Se metió dentro del neopreno sin dificultad.
Estaba mucho más fuerte que cualquier persona que hayan visto mis ojos. No tenía sólo los muslos marcados, también sus brazos y la clavícula. Su nuez no sobresalía tanto como la de Ellias o Eros. Generaba un ambiente más calmado, no parecía ser tan activo.
A lo mejor me equivocaba.
—Pensé que eras más pequeño —soltó una risita, mientras miraba hacia su pantorrilla.
El comentario se lo podría haber guardado, pero asentí como tonto a su gracia.
—¡Nos vemos fuera!
La voz se me había quebrado. Intenté cogerlo de la manga, aunque fue inútil. No había sido capaz de actuar normal ni de decir a qué vine exactamente. Ahora tenía unas llaves ocultas en mis pantalones para devolver.
Ese chico tenía algo. No era magia de verdad, no me había tirado un hechizo tan fuerte como para seguirlo hasta los confines de la Tierra.
No, no era nada de eso.
Simple, yo era un adolescente con ganas de un romance de verano. Qué estúpido...
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Aurora (𝘈𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢)
Teen FictionMarco Sawyer es un chico tímido que lleva sufriendo estos últimos años la peor etapa de su vida; la muerte de su padre, el bullying en su último año de instituto, la ruptura con su novio... Se siente desolado y no tiene ganas de seguir adelante. H...