C9: Buenos amigos en la oscuridad

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    Los inhabituales olores que mi nariz solía apreciar, estaban navegando en el aire, apoderándose de la estancia por completo. Platos viajaban de acá para allá, procurando llegar enteros a sus respectivos dueños. Las camareras danzaban preocupadas entre cuerpos velludos y grandes. Entre ellas, entre la magna muchedumbre y alboroto, oculta por el humo de los cigarros y comidas exquisitas, estaba mi madre. Sus rizos azulados traían dicha a tal lugar, un poco más de color y vida.
    Apoyado en la barra, yo sostenía mi manzanilla entre los dedos, congelados y morados. Tenía la cerviz inclinada sobre el vapor y los hombres (porque la mayoría lo eran) se topaban con ella por un leve, o no tan leve, toque. Algunos pedían perdón, otros carecían de simpatía y el orgullo los alentaba a continuar con ese estilo. No me airaban, ni siquiera me molestaban. Fui a la cafetería por ir, sin el mínimo pensamiento de conseguir algo a cambio. Mentía, a pesar de que mi madre es una compañía agradable y para nada aciaga (en esos momentos), no deseaba compañía. Buscaba (aunque con justas facilidades para encontrarlas) las respuestas necesarias a unas cuestiones de vida o muerte. A lo mejor, el dramático era yo.
    Cassandra traspasó el mostrador y tiró su pañuelo de cuadros, el cual era un trapo, delante de mis narices. Se le notaba en sus jadeos e intentos de librarse del sudor que estaba cansada. No había dormido bien, no había preparado desayuno, no se había puesto ni sus zapatos de trabajo (como ella llamaba a unos mocasines lisos a juego con su peinado). A veces no me acordaba de que mi madre y yo parecíamos crecer a la par, ella aún era joven.
    El hostal estaba a rebosar a seguidas horas del albor, si eso ocurría todos los días, me declaraba débil en todos los sentidos de mi existencia.
    —¿Esto no es un agobio? —pregunté, saturado del ruido y de pestilente sopa de cangrejo.
    Comerse eso a las horas que eran pudo haber sido una bomba de relojería.
    —Es acostumbrase.
    —Hay cosas a las que no puedes acostumbrarte... Ni dejarte.
    Me salió sin pensarlo. Por suerte, no me oyó, pensé que tampoco quería.
    Un señor gritó por encima de los hombros y cabezas de los demás reclamando su sopa. Se veía como un cascarrabias. Fue lo mismo que observó mi madre.
    —¡Estamos en ello, Julian! —replicó, mosqueada por que hiciese siempre lo mismo.
    Le di un sorbo a mi taza, quemándome los labios (aunque no produje ruido alguno). Incluso, lo necesitaba, porque fue como una pasión helada, un placer para despertar del trance.
    —Mamá... —susurré, un poco más alto que antes.
    Ella comenzó a repartir cafés y algunos bocadillos, todavía así, hizo un ruido con su boca cerrada, dando a entender que sí prestaba atención.
    —¿Odias a nuestros vecinos?
    Estaba asustado por la contestación. Un único día había pasado desde aquellas palabras tan horrorosas e hirientes. Tenía miedo de que no los conociese bien, porque Luka no era su padre. Él hacía que las cosas pareciesen sencillas y hermosas, casi celestiales. Era su efecto, sin conocerlo por completo. Fuese quien fuese, yo ya estaba completamente perdido en una trampa. Eran sus laberintos. Pasabas de los ojos, a las sonrisas, a las palabras y directo al corazón. Era, ante todo, particular.
    Cassandra rodeó otra vez la barra, esta vez, para sentarse junto a mí. No era una charla madre-hijo, no era una discusión como la del anterior alba. Tampoco puso el rostro de indignación, ni la expresión aburrida.
    —¿A ese chupa llantas? ¡Obvio! —Lo dijo bastante bajo para su notable repugnancia y enfado.
    Mi madre metía el verbo "chupa" con cualquier sustantivo que le pareciese para hablar mal de alguien. Siempre era gracioso, este momento también lo fue, pero tenía que pensar en Luka.
    —¿Incluso el hijo?
    Sus cejas se relajaron en el momento que terminé la oración. No estaba aliviada, ¡para nada! Sin embargo, sabía por donde quería tirar.
    —Ese chico... Siento pena por él, creo que sus padres han acabado el trámite de su divorcio.
    Eso ya lo conocía. No por experiencia propia, tampoco por Ellias (del quien me había olvidado unas cuantas semanas). Puede que Luka no hablase explícitamente de lo sucedido, tampoco de la mujer que le dio la vida, solamente dejaba caer que había sido un proceso largo y agotador.
    Mi madre vio cómo la cara se me oscurecía al vagar por esos recuerdos, así que dirigió mi mentón hasta su posición, manteniendo una línea recta hacia sus ojos.
    —No querías esa respuesta, ¿verdad?
    Ni un escaso segundo tuve para contestar.
    —Que sea tu amigo no influye en nada. Él es un buen niño, no tengo pegas a decir verdad.
    No sé si fue mi cara de idiota lo que hizo que no se levantase, o que de verdad ya se olía que eso era mucho más... Más raro. Tenía que dejar de expresar mis más profundas fantasías con los ojos, al fin y al cabo, son el espejo del alma. Ellos eran mi defecto, pero la completa virtud de Luka.
    —Marco, Marco. ¡Tierra llamando a Marquito! ¿Te estás enamorando?
    El calor se apropió de mis mejillas, el aire comenzó a faltar en el lugar, precisaban abrir las ventanas si querían que respirase. Ya no me hizo falta ni la bebida ni su contenido, tenía la cabeza en blanco. Mi madre se burló de que me temblaban las manos, yo no lo recordaba, fue un ataque directo y justo. Estaba en su derecho de hacer preguntas después de que yo lo necesitase, era su turno.
    —¡Mamá! ¡Ni siquiera me gusta, por Dios! —Tampoco lo había dicho o pensado en voz alta antes, y eso me generaba sumadas dudas.
    —¡Estás hecho un mentiroso, y un tomate, señorito! Parece que vives y duermes en las nubes cuando estás con él. —pregonó lo más alegre y libre que pudo mientras sacaba una galleta de su uniforme, lista para engullirla.
    Apreté los labios con rabia y le di un golpe en el brazo más cercano, no podía ir presentando nuestra vida a los cuatro vientos. Aunque todo el mundo la conociese, se enterase y la repartiese, no podíamos darle cancha.
    —No grites, ¡me basta con que sepan que soy gay! Sería meterle un marrón a Luka...
    —Oh, es eso...
    Mi madre se mordió los carrillos sin intención, los ojos se le apagaron. Tomaba mi sufrimiento (sin yo conocerlo) y lo transformaba en suyo, porque sentía a cada rato lo que llevaba rumiando, días sí y noches también. Comprendí entonces que las madres saben perfectamente cómo leer a sus hijos, incluso para hacerles daño y reflexionar.
    —¿El qué?
    —Tienes miedo de que Luka no sea homosexual.
    Se me escapó una risa inquieta y tonta. Era lo que más deseaba en ese momento, fingir que no me importaba.
    —¡No, no! No tiene nada que ver, porque no me gusta, ¡y no deseo nada de él! —Puede que deseara que no me tuviese rencor por lo ocurrido y apareciese como un salvador, que me seguiría hablando y queriendo de la misma manera.
    «¿De exactamente la misma?», pensé. Era horroroso imaginárselo así.
    —Además, es mejor que no lo sea. Ellias tuvo suerte de marcharse a tiempo.
    Daba igual, él se hubiese librado perfectamente, él tenía seso y fuerza. Yo no. Era patético.
    —¿Qué es eso de mejor no serlo? —replicó enfadada.
    Ahí le había tocado la yugular. No podías discutirle algo sin sentido.
    —Pues que la vida es más fácil...
    —¿Más fácil mintiendo? ¿Más fácil ocultándolo, odiándote y obligándote a ser "normal"? Tú no piensas así, Marco.
    —Mamá, es exactamente lo mismo. De las dos formas, sigue siendo una mierda.
    Me ardían los ojos, al menos, lo recordaba así, pero no lloré. Me hice el fuerte, como si realmente pensase que lo más sencillo era negarlo, que jamás sería feliz. Lo tenía... crudo, sobre todo por donde vivía, por las personas. Aunque muchos creyesen en que los rumores eran eso y se quedaban ahí, otros lo sabían con plena exactitud.
    Mi madre me apoyaba sin cuestionarlo, lo que cualquier hijo querría, mas no se quedaba ahí. No era apoyo, era algo, visto y no visto. Nunca fue un problema, nunca fue una charla, nunca fue una aceptación deliberada. Ya lo conocían, los términos y mis maneras, no había sido un puzzle. Ellos entendían de lo que iba, quiénes, y ya les servía. Tuve la impresión de que fue mi padre quien de alguna manera se lo confirmó a mi madre. Él me cuidaba y ponía atención a mis cosas, a lo que les explicaba con pasión, a lo que me traía loco desde semanas o días. Mi padre era como un superhéroe, él era un verdadero luchador.
    Ella iba a comentar algo, probablemente haciéndome recapacitar, pero no le dio tiempo. Un grupo de adolescentes, altos (parte de ellos) y de pelo oscuro, entraban montando un escándalo. No me hacían falta más minutos para reconocerlos a todos. Escorpio, Toro, Cobra, Menta y, por supuesto, Eros. Irónicamente, él era el peor de todos, pero tan estúpido como para no ocultar su nombre real. Traía esa cara arrogante y llena de pijerío que me daba náuseas.
    Ni siquiera me percaté de que había perdido el contacto visual con la puerta hasta que mi madre se alejó. Observaba el líquido levemente transparente, controlando mi respiración. Mis latidos iban rápido, aumentaban con cada risa que soltaban, y no eran pocas.
    —¡Buenos días, gentuza! Vaya, menudas caras de desgraciados e inútiles —Se reía como si lo hubiese hablado con el espejo—. Venga, chicos. Como lo que os decís entre vosotros, «un día más de mierda para salir de la miseria». Como si pudieseis, la verdad... —Aquel tono era intolerable, una biliosa e irritable voz que por mala suerte no podía quitarse.
    —¿Qué quieres, Suav? —Cassandra le plantó cara, poniendo sus manos en la cadera y elevando su mentón lo suficiente.
    —¡Qué cálida bienvenida, señorita Sawyer!
    Rió.
    «No te rías, condenado bastardo», apreté los dientes.
    —No nos quedan mesas en el bar, lo lamentamos.
    La paciencia se le agotaba, más rápido que a la cafetera el agua, y eso no era bueno. Nada, nada bueno.
    —No hable por los demás. Ellos nos dejarían un sitio encantados. —Se regodeaba en el poder que tenía sobre los pobres vecinos mientras se acomodaba su chaqueta de lana falsa. Tan fea como su cara.
    Me levanté de sopetón, sin darle una segunda vuelta en mi mente a lo que intentaba hacer. Me iría y volvería a casa, sólo era pasar del puente e ir hasta el final del puerto. Si me perseguían, tendría una poca ventaja, conocía mejor la zona.
    Era lo más emocionante que había hecho. De aquella, había sido lo más alucinante que había hecho en años, sin dudas. Estaba a punto de pedirle pasar a unos señores cuando un chico, inclusive más alto que los que ya estaban, ingresó en el local, haciendo que nadie más pudiese cruzar. Nuestros ojos cayeron en los ajenos al momento, atrayéndose mutuamente. Llevaba el cabello revuelto, ni siquiera se había echado espuma para sus tirabuzones. A pesar de que estábamos rodeados y no podíamos oírnos entre nosotros, pude captar un suspiro, uno de alivio. Me había encontrado y eso significaba que me había buscado.
    Luka ignoró a Eros, ni siquiera torció su vista para mirarlo, ni una sola vez. El azabache intentó apegarlo a él, atrapándolo por los hombros, mas Cassandra fue más rápida. Se interpuso entre mi amigo y el enemigo, dejando que se acercase a mí. No hubieron muchas palabras por el medio, ni siquiera recuerdo haberlo saludado.
    —Hola —musitó espirando y expulsando sonrisas fugitivas, le daba vergüenza admitir que le generaba tal sensación de entusiasmo.
    —Hola...
    Sí lo había saludado, qué imbécil...
    —Siento no haberte...
    —¡Basta de cháchara, tenéis que iros antes de que os maten!
    Fue una completa exageración, aun más terrible de lo que imaginaba, pero cierta.
    Aquella persona que saltó por el medio era Derry, esa supuesta amiga que había dejado colgada en el concierto. Estaba allí, menos risueña de lo normal, con su pelo noche recogido en un moño mal hecho. Llevaba el uniforme de la cafetería y nos dirigía hacia la parte trasera.
    —¿Qué haces, Derry?, ¿y desde cuándo trabajas aquí? —pregunté atosigado por la presión y sus fuertes empujones.
    Luka parecía un extraterrestre, no había vista a Derry en su vida, y tampoco me sorprendía. Ella estaba en un fiesta constante, por ello, verla tan seria y ayudándome delante de los matones era digno de ver. Conocía a todo el mundo y se llevaba con todo el mundo, parecía su súper-poder.
    —¿No te has enterado? —cuestionó anonadada, se notaba cómo su sorpresa incrementaba con cada cosa que decía—. No te has enterado, Marco...
    Aunque me sonaba a algo completamente peligroso y angustioso, intenté ser gracioso (porque delante de Luka quería hacer que no me importaba) y contesté:
    —¿De lo que intentas o por qué trabajas aquí?
    —Nadie le ha pagado al miserable de Robert, y vienen a cascártela a ti, Marco.
    Su voz rebotó por todas partes, entre cacerolas, calderos, sartenes y cocineros en el humo. Mi rostro se pintó blanco y la sangre no me llegaba a la cabeza. Me quedé paralizado, no podía imaginar lo que había provocado.
    Luka me sujetó del brazo, un apretón firme y sin soltarme en ningún momento. Preocupado por lo que pudiese pasar, me alcanzó una silla alta. La ansiedad me consumía por completo, y la adrenalina que hace unos minutos me impulsaba a cometer locuras se atascaba en mi garganta y me ahogaba con mi propia saliva.
    Derry se apoyó en los armarios, observándonos. No sé qué podía estar viendo, pero la sonrisa no debió mentir.
    —Ei, Marco, todo está bien. No van a hacerte nada. —Miró cara la chica, buscando entender qué acontecía—. ¿Quién es ese "Robert"?
    Ella iba a contestar, pero fui más rápido.
    —No debes saberlo, te tendría que dar igual.
    —¡Intento entenderte y conocerte! ¡No me pongas límites!
    ¿Y si los necesitaba...?
    —¿Los mismos que tienes tú, Luka Malim? —contraataqué molesto.
    Él tragó saliva con pena, incluso, sus ojos simularon romperse y me daban a pensar que le había dolido bastante. Nunca le había hablado así, no sobre nosotros.
    —Ei, Marco... No, no es así. Yo iba a decírtelo, pero es difícil.
    Me mordí el labio, sintiéndome mal por no preguntar con antelación.
    Derry se había ido escabullendo de la conversación, ni siquiera se había molestado en decir nada más. Éramos Luka y yo en una habitación vacía. Vacía de ruido, vacía de palabras, pero estaba llena al mismo tiempo. Un pequeño rayo de luz penetraba por las bajas ventanas rectangulares, no llegaban a iluminar nuestros rostros. Sin embargo, podíamos notarnos a lo largo de la habitación, escuchar nuestras respiraciones subiendo y bajando. De pronto, tenía un hambre criminal y, al cabo de un rato, lo volvería a perder. Solamente podíamos quedarnos con el cabizbajo, no precisábamos hablar de nada, no lamentarlo; lo intuíamos. Fue en ese momento que se levantó y me tomó de la mano, con prudencia, con sencillez y poca prisa. Teníamos de todo menos prisa (puede que una poca a fin de cuentas). Relajó sus palmas sobre mis omoplatos, impulsándome con un empuje leve, mas cálido, hasta la salida. Nos apoyamos contra la pared del hostal, metidos en el callejón oscuro. Estaba estrecho y nos manteníamos en renglón, no había un porqué, lo hacíamos y punto. Me empezó a picar la nariz, cuando me di cuenta, ya estaba sorbiendo mis mocos. Intentaba evitar su cara, al menos que sus penetrantes ojos me vieran tan frágil y estúpido. ¡No había pasado nada! Pero había pasado de todo. No pude evitar recordar a mi padre, en todas esas cosas que tenía que contar, las que llegó a decir y las que no. Luka dijo que también quería contármelo, por una extraña razón pensé: «No otra vez». Antes de que también me lo quitasen, prefería que me dijese de todo, incluso si era malo. No me importaría, porque sabía que no diría nada malo. No lo veía así, lo veía igual de perdido que yo.
    —¿Ibas a decírmelo? —titubeé, malamente conseguí hacerlo.
    En ese momento, cortó el espacio del callejón y se colocó a mi altura, enfrente de mí, sin perder de vista mis manos. Me acariciaba las muñecas en un especie de rezo, como una súplica para que lo escuchase. Mientras yo me centraba en su tacto, él contaba pecas.
    —Yo...
    —¡Míralos, escondiéndose como conejitos en su madriguera!
    Me aparté de inmediato de Luka, tirando de la cazadora de pana para que saliésemos de ahí.
    —¡No huyáis!
    —¿Qué quieres, imbécil? —Se giró Luka con molestia y rabia por saliva.
    —Vámonos, Luka.
    El callejón cada vez era más oscuro, mucho más tenebroso y peligroso porque nadie sabía muy bien los caminos. Era un día malo, frío y horrible, todo unido daba lo mismo que encontrarse con Eros. Subí unas escaleras de piedra muy gastadas, tratando no resbalarme. Lo hice, sin hacerme daño en ninguna pierna. Luka me agarró de la cadera y me elevó hasta lo alto.
    —Gracias.
    —Para eso estoy...
    —¡Seguidlos! ¡Quiero mi dinero!
    Los dos nos miramos con pánico (casi se nos salían las órbitas) y comenzamos a correr lo más rápido posible. Evitamos los callejones sin salida, por intuición, supuse que eran los que dirigirían al mar; así que lo que nos quedaba era trepar, escalar y subir.
    Luka tiraba de mi chaqueta para ponerme por delante, protegiéndome con su cuerpo. También me agarraba su abrigo de vez en cuando. Porque llevaba puesto el que le regalé; a mí me quedaba enorme, y él era perfecto para ello. Había impregnado su olor, su colonia y sus vibras en ese verde desgastado.
    —¿Qué tanto me miras, Sawyer? —preguntó sin dejar de sonreír.
    No sé decir con claridad si dio una mirada furtiva y pilla a mis labios.
    Mantenía su brazo hacia mi dirección, rozando mi palma para fundirla entre la suya. No dudé ningún segundo para agarrarla y acercarme hasta él. Cuando nuestros cuerpos se acercaron, mis labios temblaron (lo confieso), mis rodillas se sintieron débiles y mis manos se posaron en sus brazos con delicadeza.
    —No tienes nada en especial, solamente nos ayudamos.
    —Sí. Nos ayudamos...
    —¡Tíos! ¡Los tengo! —Cobra chilló, y retumbó entre los pasillos infinitos.
    Cobra tenía las puntas de su pelo de un tono dorado, pareciendo una lámpara de araña. Él podría ser más o menos tan flaco como yo y sus ojos y los dientes tenían un tamaño exagerado. En cualquier caso, no era el más listo del grupo.
    —Venga, hombre... —carraspeó Luka—. ¿Puedes dejarnos pasar?
    —Tú no sabes porqué me llevan Cobra, ¿verdad, pringado?
    —Ni falta me hace, créeme...
    Era una realidad, no nos importaba. Además, todo el pueblo sabía el porqué de tan "triste" nombre.
    —Da la casualidad de que os puedo engullir estrangulando vuestros cortos y menudos cuellos.
    —No cuela, se te murió la mascota.
    Quise reírme, pero sabía que eso traería complicaciones más graves.
    Sacó una pequeña navaja de su pantalón, provocando que se nos helase la sangre y frenásemos en seco.
    —Te crees listo, bocachancla. —confesó con un tono de felicidad repugnante—. Créeme cuando te digo que el maricón muere aquí —Me apuntó entre las cejas con el filo.
    Luka se mordió la lengua y soltó una bocanada de aire, como si su último respiro lo hubiese reservado para tal cosa.
    —Por encima de mi cadáver y puños, hijo de puta.
    Yo, Marco, supe que de ahí no iba a salir nada bueno. Así que comencé a correr en dirección contraria, perseguido tanto por mi amigo como por los demás. Me colé entre los arbustos de una casa abandonada (donde montaban fiestas ilegales) y un moderno chalé (el cual denunciaba las fiestas de al lado), tirando del brazo de Luka para que cruzase conmigo. Arranqué unas cuantas ramas y obstruí el paso con cajas de madera llenas de piedras y guijarros. Los gritos de Eros y su pandilla se acercaban, pero tampoco llegaban hasta nuestro lugar.
    —¡Hostias, la casa de la tarada! ¡Ni de coña paso!
    —¡Quieres meterte, gallina! —reprochaba el líder.
    —¡Métete tú si tienes huevos!
    Seguían discutiendo, sin importarles que estábamos al otro lado. Parecía que Veronika (la dueña de la casa) imponía mucho más de lo que dejaba mostrar. Había ido a la guerra, decían algunos, lo que se llevó mucha paz y tranquilidad de su vida. Lo que sí sabía era el tremendo aprecio que le tenía a sus bonsais, podándolos cada día y regándolos para que creciesen a perfecta y detallada altura.
—¡Grrr! ¡Guau Guau!
    —¡Coño! —exclamó el moreno mientras me clavaba sus uñas en la clavícula.
    Ah, también cuidaba de su San Bernardo, Pelusa; que de pequeña tenía lo mismo que yo de confianza.
    —Es un perro, Luka. No te va a hacer daño, está atado.
    —¡Da igual! ¡Sabes que me dan miedo, además, los dos somos de gatos!
    Era cierto, nos encantaban los gatos y las ballenas por encima de cualquier otro animal.
    —Tranquilo, no podemos quedarnos mucho.
    Di un paso hacia delante, siendo agarrado por Green de la forma más bruta posible. Se cagaba de arriba abajo, no tardaría mucho en echarse a llorar.
    —¡Mentecatos sinvergüenzas, ya he llamado a la policía! —la vieja y rota voz de Veronika traspasó las paredes.
    —Corred, tíos.
    —Salid por patas, imbéciles.
    Tomé la muñeca de mi amigo y le hice saltar el muro, salvándolo de un ataque al corazón.
    —Venga, Luka. Nos pillará.
    —Yo te sigo. Siempre.

    ᴍᴀʀᴄᴏ ɴᴏ ʟᴏ ᴇsᴄᴜᴄʜó. ɴᴏ ᴛᴇɴíᴀ ɴɪ ʟᴀ ᴍás ʀᴇᴍᴏᴛᴀ ɪᴅᴇᴀ ᴅᴇ ʟᴏ ǫᴜᴇ ᴇsᴛᴀʙᴀ ᴘʀᴏᴠᴏᴄᴀɴᴅᴏ, ᴛᴀɴᴛᴏ ᴇɴ ʟᴀ ᴄɪᴜᴅᴀᴅ ᴄᴏᴍᴏ ᴇɴ ᴇʟ ɪɴᴛᴇʀɪᴏʀ ᴅᴇ ʟᴜᴋᴀ. ғᴀʟᴛᴀʙᴀ ᴍᴜʏ ᴘᴏᴄᴏ ᴘᴀʀᴀ ᴘᴏᴅᴇʀ ᴀᴄᴇᴘᴛᴀʀ ǫᴜᴇ ᴅᴇsᴇᴀʙᴀ ᴀʟɢᴏ ᴄᴏɴ ᴛᴀɴᴛᴀs ғᴜᴇʀᴢᴀs ᴄᴏᴍᴏ ʟᴀ úʟᴛɪᴍᴀ ᴠᴇᴢ; ᴄᴏᴍᴏ ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ᴀᴍó ᴀ ᴇʟʟɪᴀs. ᴘᴜᴇᴅᴇ ǫᴜᴇ ɴᴇᴄᴇsɪᴛᴀsᴇ ᴀʏᴜᴅᴀ, ᴀʟɢúɴ ᴄᴏɴsᴇᴊᴏ, ᴍᴀs ɴᴏ ᴛᴇɴíᴀ ʟᴀs ғᴜᴇʀᴢᴀs ɴɪ ʟᴀ ᴄᴏɴғɪᴀɴᴢᴀ ᴘᴀʀᴀ ᴀʀʀᴀsᴛʀᴀʀsᴇ ʜᴀsᴛᴀ éʟ.    ᴘᴏʀ ᴀʜᴏʀᴀ, ᴅɪsғʀᴜᴛᴀʀíᴀ ᴅᴇ sᴜ ʟᴜɢᴀʀ sᴇᴄʀᴇᴛᴏ ʏ ᴇsᴘᴇᴄɪᴀʟ ᴄᴏɴ ᴜɴ ʙᴜᴇɴ ᴀᴍɪɢᴏ. sᴇ ᴀᴘᴏʏᴀʀíᴀ ᴇɴ ᴇʟ ᴘᴇᴄʜᴏ ᴅᴇ ʟᴜᴋᴀ ʏ sᴇ ʀᴇɪʀíᴀ ᴄᴏᴍᴏ ɴᴜɴᴄᴀ ʟᴏ ʜᴀʙíᴀ ʜᴇᴄʜᴏ (ᴅᴇsᴅᴇ ʜᴀᴄᴇ ᴍᴜᴄʜᴏ, ᴍᴜᴜᴜᴜᴄʜᴏ ᴛɪᴇᴍᴘᴏ). ᴅᴀ ʟᴀ ᴄᴀsᴜᴀʟɪᴅᴀᴅ, ᴅᴇ ǫᴜᴇ ʀᴏᴢᴀʀᴏɴ sᴜs ʙᴇᴢᴏs, ʏᴀ ᴍᴜʏ ᴄᴀɴsᴀᴅᴏs, ᴅᴇɴᴛʀᴏ ᴅᴇ ᴜɴ ᴘʀᴏғᴜɴᴅᴏ sᴜᴇñᴏ.

Aurora (𝘈𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora