Los eucaliptos se confundían entre tanto abeto. Las hojas afiladas descendían hasta el suelo con danzas formadas con tirabuzones y se posaban sobre los palitos finos y puntiagudos que las acompañaban, o sobre las rocas musgosas, acompañantes en los laterales. Juntos formaban un camino estrecho, óptimo para dos personas bien enanas, aunque la colina se expandía largos metros.
El paseo no tenía ladrillos, ni grava polvorosa para diferenciar de la hierba más alta. Margaritas y amapolas eran diminutas invitadas a sus costados. Era un paisaje feérico y con cantidad de polen sobrevolando en el aire, ese aspecto era encantador.
El viento sopló fuerte y encaminó mi lágrima hasta los bordes de mis labios. La saboreé con tristeza, pena asesina. Sentí muchas cosas; ninguna buena.
Zapateé una piedra redonda y negra cara delante. Aterrizó perfecta en el medio del camino. La volví a levantar, esta vez, chocó contra la corteza de un gordo y gran abeto, probablemente el más viejo del lugar. Cuando me aproximé para volver a tirarla vi que ya se estaba desgastando, así que la pillé con fuerza entre mis manos y di la brazada más potente que pude. La pequeña piedra rebotó contra una roca bastante larga y poco húmeda y salió disparada entre los árboles. Le perdí la vista, y tampoco fui a buscarla. No tenía otra forma de sacarme la angustia que morderme los labios y tragármela.
—¡Auch! —Retumbó una pequeña voz en la maleza.
Me quedé quieto de golpe. Ya no deslicé mis manos por mis bolsillos, las pegué a mi cuerpo y esperé a que la voz se entregase sola. Primero, con miedo, y luego volvió la desagradable inquietud al recordar que estaba llorando. Al final, no sabía qué esperar.
—Vaya, tienes buena puntería.
—No sabía que estabas ahí —respondí con malicia, pero me pareció grosero, porque lo que dijo simulaba un cumplido—. Y gracias, de todos modos.
Proseguí mi caminata y le di la espalda, sin buscar más conversación o compasión.
Luka me alcanzó a dos zancadas.
—Oye, lo de antes fue normal. Supongo que estabas agobiado...
Se colocó un rulo detrás de su oreja y, aunque yo estuviese con cabizbaja, intentaba encontrar contacto visual.
Agobiado era poco, siempre era la historia de siempre.
—Tú no sabes absolutamente nada.
Cabreado, anduve más rápido, salí del paseo y llegué hasta la punta del acantilado. Un verde oscuro y una luz potente se aparecieron ante mí. Era la única parte despejada de la montaña y las flores tomaban el césped, dejando la húmeda tierra y las hojas afiladas atrás.
Escuché un jadeo de fascinación a mis espaldas. Tenía que darle la razón, Kaba era un belleza natural. El faro estaba a una distancia considerable de nuestra posición, pero su tamaño era fascinante.
Se aclaró la garganta.
—Bueno, creo que ese tal Eros y pandilla te acosan, o algo. Eso es bastante feo. —declaró tímido. Su apariencia expresaba lo contrario, pero tenía cuidado de cómo lo decía.
Era muy educado, eso era realmente apasionante.
—Crees mal —sentencié.
—Fue Ellias quien me lo dijo. Parece tenerte cariño. —No sabía decir si ya comprendía porqué me acosaban.
Se sentó a pocos metros de mí, dejando su mochila como respaldo. Verlo de espaldas daba paz, era un cuadro a lo natural. Él era arte.
Observaba el mar abierto en silencio. La playa seguía llena de gente y las tablas llegaban hasta la arena a trompicones, unas más adelantadas que otras. No sabía identificar cuál era Ellias entre ellos, no quise.
Estaba nervioso por la respuesta. ¿Hasta dónde le había contado? Por no salir huyendo de nuevo, me arrodillé a su lado. A ver, sí, mi postura era lo que parecía. Podía estar muy ciego.
—Puede... —pronuncié levemente.
A veces me preguntaba cuántas muestras de cariño hacen falta para saber si eres amado, con Ellias era diferente. Me amaba, pero ya no sería lo mismo.
Él sonrió y giró hacia mí. Tenía unos ojos azules enormes, en ellos podían perderse las olas y el firmamento. Los rizos se dejaban caer por su frente elegantes, y su nariz recta y no pronunciada lo hacía lindo. Conservaba un moreno en sus mejillas que le daba el toque más especial, acompañado de unos labios carnosos y finos.
Tragué saliva. No estaba pensando en nada.
Quedó perplejo, abrió los párpados a más no poder y me observó estupefacto.
—¡Joder! Perdón. —Se tapó la boca de repente—. No debo decir eso.
Me hizo tanta gracia que reí súper fuerte, retumbó entre los árboles y ni siquiera me importó. Él se acordaría de aquel momento para siempre, también se había tambaleado alegre de su simpático error.
—¡No es para tanto! Puedes decirlo así.
Se acomodó el pelo y volvió a sentarse, esta vez con sus piernas cruzadas. Nos estábamos conociendo, algo que nunca entró en los planes.
Tragó saliva y comentó:
—¡Tienes millones de pecas! Eres como un hormiguero en revolución.
Era una similitud totalmente acertada, pero nadie me había comparado así antes. Él era único para expresarse.
Ya todos me conocían y sabían de quién venía. Él no.
—¡Oye! ¿A ti te parece normal decir que soy como las hormigas? —Salté rápidamente. Le di un toque en el hombro, de lo que se echó a reír.
Se colocó bien en su sitio, puso su bolsa como almohada y se acostó a mi lado. Comenzó a silbar, liberando sus párpados y, libres, cayeron y nublaron su vista.
No supe decir cuánto duró, ese lugar era mi sitio para ver lo ocurrido. A veces quería pasarme la vida allí, cuando lo descubrió él se convirtió en momentos diferentes. En memorias imperfectas y maravillosas, Luka era de todo menos malo. Lo decía su piel, sus melenas de corteza y sus prendas cálidas y frías para mí, él no era ni Ellias ni yo.
Cuando frenó de canturrear y amainar el ambiente, aspiró fuertemente.
—No lo comprendo.
Me desconcertó. Tampoco entendí a qué se refería.
—¿El qué?
Se levantó de repente, le cambió el semblante en un pestañeo. Estaba serio, mirándome con ganas de saber algo. No era bueno, no fue para nada bueno. No fue su culpa, tuve que repasarlo varias veces en mi mente.
—¿A ti te parece normal huir de tu amigo y darle la satisfacción a esos matones?
—Ellias no es mi amigo. O sea, sí... ¡Tú no entiendes nada!
Me caí de espaldas por el arrebato, mas me puse de pie sin pensarlo. Le apunté con el dedo, con rabia, solamente rabia.
Era un tema delicado, ni siquiera en la mañana lo podía haber captado mejor. Él y yo ya no éramos nada. Luka tampoco debía saber nada de eso, sería peor.
—¿Te ha mandado para saber si estoy enfadado con él? Dile que le jodan.
—No, no tiene nada que ver, Marco. He sido yo quien te ha seguido —explicó, ni siquiera me levantó la voz—. No entiendo porqué te odian y porqué estáis enfadados.
Yo ya me estaba yendo. Mejor dicho, como dicen los frikis como yo; huía del miedo y el peligro.
Me aleje del acantilado y, decidido a no volver a dirigirle la palabra, me escurrí entre los árboles.
—Te debe dar igual... —Ya no estaba manteniendo mi decisión.
—¡No quiero! Es decir, ¡explícamelo! Yo quiero ser vuestro amigo.
Eso no existía. Él era demasiado ambicioso e incauto, no tenía ni idea de qué éramos para él.
—¡No podemos! ¡No podemos, porque era mi novio! —grité con furia a mis espaldas, quise llorar allí mismo del dolor que tenía—. Nosotros somos raros y unos Don nadie. Deberías ser como Eros, no te tendrías que preocupar de nada grave.
Se quedó quieto, ni había recogido sus cosas para seguirme. Sus ojos azules parecieron tristes cuando se toparon con los míos, avellanas llenas de enfado y vergüenza. Él no debió haberme seguido, no debió preguntar por alguien que aún dolía. Casi todas las personas que conocía significaban desastre de formas todavía desconocidas, aunque no me faltaba tiempo por averiguarlas.
Corrí entre las margaritas, y dejé el faro detrás, y también a Luka. Perdido y responsable de lo que me preguntó, por entrometerse, no volvió al club. Admiró las vistas y a las personas con tiempo. Procuró convertir la culpa en calma y un buen plan para disculparse, comprendía que era el tiempo. Todo necesitaba tiempo.
Se acomodó entre sus brazos lentamente. Volvió a diferentes horas del día y continuó observando Kaba. Pronto las estrellas le hicieron compañía, y se alivió porque lo tenía claro.
—Yo no quiero ser como ellos.
Lo tuvo claro siempre.
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Aurora (𝘈𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢)
Novela JuvenilMarco Sawyer es un chico tímido que lleva sufriendo estos últimos años la peor etapa de su vida; la muerte de su padre, el bullying en su último año de instituto, la ruptura con su novio... Se siente desolado y no tiene ganas de seguir adelante. H...