C10: ¿Me obligas o me amas?

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El pétalo de amapola sobrevoló hasta el mar. En realidad, las hojas, las flores, los folíolos, los pecíolos; todo, navegaba hasta el mar. Los frutos, semillas, tallos y ramas acabaron junto al camino, cayendo, barriendo y cultivando a su paso. El viento los impulsaba, suavemente. No era un simple viento, era una brisa, un movimiento tan leve que los pájaros no lo notaban en sus alas. El sol caía sobre las piedras y cubría el acantilado. Los haces de luz penetraban en la húmeda tierra, entre las copas de los árboles. Nuestros abrigos estaban a los pies del tronco de un abeto, tirados y llenos de lodo y hierba. Admiré el brillo de las olas contra el césped, contra las rocas picudas y las redondas (pulidas por el roce del agua), contra mi piel y contra su mística e inocente mirada. Dejé caer mis hombros, coloqué una mano sobre mi cabeza y comencé a rascarme.
—¡Si no haces el ruido del mono no tiene gracia! —exclamó entre risas.
Fruncí el ceño y volví a mi posición inicial.
—¡Dijimos «únicamente mímica»! ¿Te suena?
Se echó el pelo hacia atrás, gesto que me volvía loco, y se frotó los labios con la yema del dedo.
—Bueno. Ya sabes, no siempre hay que hacerme caso.
—Eso no es muy bonito, Malim.
Estaba vez, fue él quien frunció el ceño.
—Te dije que no me gusta ese nombre.
—No me suena nada de eso.
Mentí. Me había comentado que ese nombre lo escogiera su madre. Ahora lo repudiaba. Simplemente, aquella persona había desmoronado su vida, no quería seguir portando algo suyo. Sabía que le molestaba, pero decía que tenía derecho, que yo era especial. Eso hizo que se me revolviesen las tripas, pude notar el corazón escalando por mi garganta y el sudor descendiendo hasta humedecerme las cejas y poros.
Se sentía tan bien pensar en él, en su boca soltando todas aquellas palabras de afecto, que no pude evitar alejar mi vista. Tenía un sonrojo en las mejillas, el oliva y anaranjado atardecer acariciándolas. Tiré de las mangas de mi suéter, disfrutando del recorrido hacia mis codos, mis muñecas, hasta mis uñas. Moví mis caderas de derecha a izquierda, embobado con la vista, con la imagen mental que tenía de Luka cerca de mi boca. Porque aquel pelo, aquella nariz, esos labios y esos ojos eran la mar de encantadores, cautivadores y perfectos.
—¿Sabes? Hazme caso en algunas ocasiones —Alcanzó mi rostro con sus manos, captando mi mirada—. A veces, te digo cosas importantes.
—¿Cómo cuando entras por mi ventana y me despiertas con golpes y gritos? —cuestioné sorprendido, aunque vacilón.
Él relajó su peso y se inclinó sobre mi hombro para estallar en carcajadas.
—¡Te pego con almohada y te susurro al oído! No soy un bruto.
—Para mí todo es malo en las mañanas. 
—Y que lo digas... —Se metió la mano en los bolsillos y se alejó zapateando una piedra, observándome por el rabillo del ojo.
Lo seguí con una mano levantada para atrapar la suya.
—¡Retira eso!
—¡Tú mismo lo has dicho!
—¡Pero no es tan grave! ¿Pinky promise? —Levanté nuestros brazos juntos, agarrando su sudadera antigua y sudada.
Negó tontamente, presionando sus labios y devorándome con la mirada. Quería un segundo más de nuestras manos entrelazadas, una promesa de meñique única para él.
—Tú y tus cosas... ¡Está bien, retiro lo dicho! No eres un perezoso, ni un cascarrabias, ni un trol de las cavernas, ni una bruja piruja y, mucho menos, un Edward Cullen.
—¡Me has comparado con una bruja!
Chillé tan fuerte y tan agudo que los cuervos, las golondrinas, las gaviotas y demás fauna salió despavorida. Luka se tumbó sobre su chaqueta y movió mi bolso hacia un sitio donde no se ensuciase. Me contempló desde aquella altura mientras yo me ponía aún más rojo y completo por una sola sensación: vergüenza por quererlo tanto.
—Pensé que te enfadaría más Edward Cullen...
—A decir verdad, si hablamos por personajes, Cedric Digory es mejor.
Se apoyó contra el tronco del árbol e hizo un sitio entre sus piernas. Crucé las mías y me senté enfrente, retocando mi pelo y escondiéndome mechones tras las orejas. No era tímido, para nada... Él seguía apreciando y divirtiéndose con mis muecas, algo me hizo sentir adorado.
—Por eso no te molesta que te comparen con una bruja, ¿eh, Granger? Yo es que soy más de Caspian, ¿sabes? Nar...
Narnia, sí, ya. También están chulas.
Chulas se le queda corto, Marco.
—Es que no son tan mi tipo. Prefiero magia.
—¡Narnia tiene magia!
—¡Bueno, varitas y esas cosas!
Reflexioné unos minutos sobre lo que acababa de decir y me tragué una exclamación de idiotez desde lo más profundo de mi estómago. Parecía no haberse dado cuenta, o no lo había malpensado como yo.
—Quiero decir... El mundo lleno de misterios, hombres oscuros y con el deber de acabar con el chico —No lo estaba mejorando para nada—. A ver, pues...
—Marco, lo...
¿Parecía triste? ¿Lo comprendía? ¿Me estaba recalcando que lo sentía porque no le iba para nada el mundo de varitas?
—¡Eh, aquí estáis! —Una voz retumbó entre los árboles.
Él chico venía caminando a zancadas, acompañado por una selva de pelo enmarañado. Luka y yo nos separamos. Parecía estar subido a él, con mis manos sobre su abdomen y recostándome para buscar un beso, pero solamente lo parecía. Ellias y Derry se posicionaron a nuestro lado, de cuclillas, expectantes. Iba a abrir la boca, pero la camarera se adelantó.
—No te molestes. Sabemos que este es vuestro lugar, era obvio que estaríais aquí —Apretó mis mofletes hasta hacerme daño.
Aviso recibido. Cambiar de localización la siguiente vez.
—Pero, ¿para qué venís? —Fue Luka quien habló esta vez.
Ellias clavó su mirada en él, luego en mí, y otra vez en él. No sé qué pensaba sobre mi nuevo amigo, a lo mejor, imaginaba que éramos novios. Me encantaría que la gente lo pensase, pero sería bochornoso para él.
—Voy a hacer una fiesta en mi casa. He invitado a todo el mundo y vosotros no sois una excepción. —recalcó, despeinándome—. Sois mi surfista y recepcionista favoritos.
Derry estaba en un estado de confusión. No comprendía qué tenían los chicos conmigo, qué intentaban cuando me tocaban y me comían con la mirada, aunque yo nunca me daba cuenta de ello. Luka inspiró aire fuertemente, a propósito, para que nosotros notásemos lo que sentía.
—¿Y Eros? ¿También estarán todos ellos?
Ellias sólo pudo morderse el interior de sus mejillas, no podía decir lo contrario.
—No puedo saberlo con certeza. Fijo que alguien los llega a colar, nadie se atreve a decirle que no.
—Es un mierdas... —afirmó Derry con ganas.
A Green se le escapó una risita.
—Concuerdo con la desconocida.
—Gilipollas... A mí todo el mundo me conoce —susurró tan bajo que fui el único que logró captarlo.
Ellias tornó su cabeza hasta mí y sacó una postal de su manga. Cuando la cogí entre mis dedos todo me empezó a temblar. Sin siquiera darme cuenta, había perdido el color en la cara, y ellos lo notaran. Era una postal de cumpleaños, no el suyo, sino el de su nueva pareja.
—¿Conoces a Cosme? —saltó Luka de inmediato, lanzándose sobre la cartulina.
El rubio, perplejo, dirigió su mirada de nuevo.
—¿Tú conoces a Cosme?
—Venía a mi instituto. Él es un año mayor y salía a surfear todas las tardes. —comentó él, recapitulando mentalmente cómo era su antiguo compañero—. También... Bueno, da igual.
Los restantes nos miramos sin saber muy bien a qué se refería. No tenía pensado continuar la oración, pero se veía abochornado. Comenzó a ponerse de morros y a frotarse la sien con fuerza, no tardó nada en sorberse los mocos y a expulsar el aire que le llegaba a los pulmones. Parecía un ataque de ansiedad en toda regla y ninguno de nosotros sabía cómo reaccionar. Solamente había vivido los míos, había aguantado y soportado durante un año y medio los míos. No comprendía cómo Ellias podía calmarme, cómo hacerme pensar que no pasaba nada, que no era culpa mía. Pero él no era Ellias, era Luka. Mi nuevo amigo, una persona que me quería mucho y deseaba conocerme. Yo debía estar ahí para él, y no me rendiría por nada. Así que lo hice. Olvidé el estrés que me provocaba ser inservible, lo que me preocupaba que me tomarán por un insensible y lo tomé por la barbilla. No ignoré sus lágrimas, tampoco sus manos temblorosas y los escalofríos que regresaban cada dos por tres.
—Luka... —No quise hablarle del tema, tampoco sobre la fiesta, ni siquiera quise darle importancia a Ellias y a Derry. Preferí pensar únicamente en él—. Estoy aquí...
Cuando me di cuenta ya tenía sus brazos rodeándome y apretándome contra su pecho. Me quedé procesando lo que estaba haciendo, lo que yo también deseaba hacer. Luka hundió su cara en mi cuello y yo acaricié su nuca, enredando algunas hebras entre mis flacos dedos. Sus tirabuzones se me escapaban entre las puntas.
—Puedes llorar todo lo que necesites...
Los otros dos contemplaban el suelo o el cielo, la verdad, no entendían qué tenían que hacer. A lo mejor no tenían que hacer nada, sólo esperar. Ellias se podía oler lo doloroso que era el tema para Luka. Se sentía dolido, desolado y apartado de lo que realmente pensaba. Me colocó la mano en el pecho y me apretó la tela del jersey. Su mirada estaba manchada por pena, de rabia, incluso, podría pasar por enfermo. Así se sentía él cuando recordaba algo de su hogar, de la gente que conoció y lo hizo cambiar; se ponía enfermo. Jodido.
—Era popular. A él le daba igual, pero todo el mundo hablaba fatal a sus espaldas. Muchos nos quedamos callados por miedo de que nos pasase lo mismo, éramos putos cómplices. Papá me lo advirtió. —Dolía cuando cambiaba un padre por un papá demoledor—. Dijo que la gente te da la espalda cuando no eres lo que quieren. Tenía razón, pero no soy tan fuerte como Cosme.
—¡Claro que sí! Eres una persona muy valiente. ¡Eres como un superhéroe!
Ellias se tapaba la boca con la mano izquierda, jugando con la otra entre los guijarros del paseo.
Luka empezó a reír a la par de llorar, tenía todas las papeletas para dar el pego de lunático.
—Tú eres más valiente que yo...
—¡No digas eso! ¡Qué boberías! —Pero nadie dijo nada, ninguno se opuso tampoco a esa idea. Ellias lloraba a mares junto a Derry, y yo seguía sin comprenderlo—. Eso no... no... No tiene sentido. ¿P-por qué dices eso?
No podía evitar titubear, sentirme desprotegido y al mismo tiempo el apoyo necesario de Luka.
Me miró a los ojos. Los tenía rojos, sin una pizca de brillo, sin rastro de ninguna estrella.
—Al igual que Cosme, no le tienes miedo a ocultar tu verdadero yo.
Comprendí que mi madre tenía razón; no tenía que negar lo que era, era libre para poder demostrar lo que sentía y con quien. Algunos tenían miedo y otros morían en el intento. Pero yo, jamás me rendiría. No quería ser de esos, quería luchar por ser mío. Y en algún momento, de Luka.
—¿Os pensareis la invitación? —cortó mi trance Ellias.
No le tenía ninguna envidia a esa nueva pareja suya, no tenía nada por lo que estar celoso. Me había buscado a alguien perfecto para mí. Un chico sensible, astuto y cómico.
Por supuesto, podía conocer a ese chico.
—No te preocupes. Lo hablaremos.
—A las ocho en casa, ya sabes donde es —recalcó Derry sonándose los mocos—. ¡Y dejad la tristeza en casa, cabrones!

Aurora (𝘈𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora