C7: Una de muchas

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    Algunos días pasaron, muchos volando. Había vuelto al club, a veces, temeroso. No me imaginé que el mostrador acabaría siendo mi lugar, mi trabajo de verano. Solamente iba, hacía papeleo y regresaba a casa, esperando a que mi madre apareciese. También iba acompañado de Luka, aunque me daba vergüenza que lo viesen conmigo, no se merecía las cosas que dijeran a sus espaldas.
    Ellias no hablaba mucho, parecía molesto de alguna manera. Creí que Eros lo cabreaba, o a lo mejor era yo. Lo ignoraba con la mirada y seguía caminando, tampoco es que me buscase. Se acercaba a Luka con ganas de pasar el rato, de hablar con alguien que no perjudicase a su padre. Tenían demasiado trabajo últimamente y me podía imaginar el porqué; Cada vez se montaban más fiestas e inauguraciones de las que nadie avisaba al ayuntamiento. Aún así, se librarían de cualquier cosa. El padre de Eros pagaría lo necesario y dejaría que su equipo siguiese con su labor, jodiendo al de Ellias. Creí que era una de las razones por las que estaba molesto. Tampoco se lo pregunté directamente, decidí darme un tiempo para pensarlo, para darme unos nuevos aires y descubrir cosas nuevas.
    Mi habitación estaba repleta de luz, ahora dejaba mi ventana abierta. No era sólo para disfrutar de las brisas marítimas, también servía para mis recientes escapadas. Eran tanto nocturnas como de madrugada, y casi nunca faltaba a ninguna. Me recostaba sobre mi tejadillo y escuchaba las anécdotas de mi vecino. Luka hacía lo mismo y más. Se metía en mi habitación cuando podía y quería, sin preocuparse de llamar la atención. Recordaría si alguna vez se hubiese disculpado seriamente, pero jamás lo hacía. Se divertía con la simple manera que tenía de invadir mi espacio. No me quejaba, desde el primer encontronazo había cambiado mi postura. No le dejaba irse tarde a la cama, y eso se reflejaba en mis sueños. Me vi feliz durante mucho tiempo, aunque fuese una amistad oculta.
    Un día estábamos viendo el amanecer, puede que también se nos pasasen las horas ese día. Ya no teníamos constancia de si habíamos dormido o soñado despiertos con los fríos colores en el cielo.
    —Los pájaros se marchan cara el sur... —Estiró su brazo para mostrármelos.
    Estaban demasiado alto como para verlos con claridad. Eran motas de polvo en el horizonte.
    Yo solté una risa cansada, ya casi no tenía fuerzas de tantas veces que lo había hecho.
    —¿Estás seguro de que eso es el sur? —Torcí mi cabeza, esperando a ver su reacción.
    Luka frunció el entrecejo e hizo una sonrisa estirada, mirándome con indiferencia.
    —¿Acaso me equivoco yo sobre mis conocimientos y mi sabiduría? Deberías tenerme más respeto —bromeó.
    Mientras me colocaba bien en mi sitio, empecé a reír, provocando que él también lo hiciese. Me atragantaba cada minuto. Tenía una tos incontrolable y el viento me cortaba la tez, del mismo modo, la voz de mi garganta.
    Lo señalé con el dedo para recalcarle, pero él lo pilló y lo intentó sacar de su cara.
    —¿Te recuerdo lo que dijiste el otro día?
    —¿Es necesario?
    —¡Confundiste una ballena con una orca! —exclamé pillo.
    —¡Las dos son grandes!
    Golpeé mis puños en su pecho de una forma suave, a lo que él me atrapó en sus brazos. El calor se intensificó dentro de su chaqueta de lana. Realmente no era suya, era mía, que tampoco era mía: se la había robado a mi madre en el invierno y nunca más la volvió a pedir, así que acabó en mi armario. Él no tenía abrigos de punto, tampoco pantalones de pana y se moría de frío con sus camisetas de lino. Sus sudaderas eran deportivas y no le quedaban bien con las camisas. Esa sensación de que tenía una pizca de mí me enorgulleció, tal vez no era un orgullo clásico y penetrante. Debía ser trato de un cariño propio de personas no cuerdas, atrapadas en los lazos del enamoramiento.
    De repente ese calor se transformó en nervios y sorpresa. Sus rizos oscuros se mezclaron con los míos sobre mi frente, perdiéndose en lo más profundo. Mis manos se enredaron entre sí y descansé mis ojos en el brillo de los suyos. Su olor predominaba por encima del mío y era especial, relajante y suave. Pero todo él era diferente, era fulgurante y espléndido, y eso lo hacía un amor.
    Me percaté de sus esponjosos labios cerca de los míos, no estaba seguro de si magníficamente era ese momento. En su mirada no encontré el mismo camino, parecía dar traspiés y echarse para atrás en el salto. Debí de sentirlo así cuando mis nervios ya flotaban entre nuestros cuerpos y el aire huía de mi alrededor, haciendo que me alejase de su agarre.
    —¡Marco! —Me pitaron los oídos en bucle por largos instantes.
    Sus manos habían dejado escapar mis hombros y apretaron mis muñecas con fuerza. Escoció la fricción inesperada y rápida de nuestras pieles, acompañada de la brisa fría y alegre del alba. Me dolían los brazos del tirón y el resbalón.
    Un trozo de teja aterrizó sobre el capó del coche negro, ese tan caro y nuevo que mi madre y yo jamáis podríamos tener. Por si realmente la situación precisaba más información y detalles, era el coche de Luka y su padre.
    Él no se cabreó, ni siquiera me lo mencionó después de elevarme hasta su altura. Me dejé hacer de una simple manera. Fui arrastrado hasta su regazo una vez más, pero ni siquiera me percaté de lo que decía. Mi vista permanecía nublada, y las imágenes que mi mente me enseñaba eran terroríficas. Había esquivado una muerte segura gracias a los reflejos de Luka. Me había atrapado sin pensárselo.
    El miedo no me dejaba pensar con claridad.
    —¿Estás bien, Marco? Marco, contesta. —Palpó mis mejillas con gentileza para que lo observase—. Marco, ¿te duele algo?
    Apartó su mano de mi cara cuando descubrió que la sangre que me decoraba los pómulos era suya, brotaba de una pequeña línea perpendicular a sus dedos, plasmada en su palma derecha. Se había tirado sobre el tejadillo con la mente vacía. Había puesto por encima mi vida que recapacitar sobre el hecho de cómo apoyarse en los ladrillos puntiagudos.
    Al ver la sangre, mi reacción cambió. No dudé en sacarle el brazo de detrás de la nuca y ponerlo entre nosotros.
    —¿Qué es esta sangre? Luka, ¡no debiste hacer eso! Es culpa mía... —Aborrecí mi débil cuerpo y personalidad por generar toda la mierda que los demás sufrían.
    —Eh, no es culpa de nadie, aunque haya alguien al que echársela. Tú no querías resbalarte, sólo te atrapé a tiempo. Eso es lo que cuenta.
    Era cierto, no quería culpar a nadie, ni siquiera a sí mismo. ¿Por qué? Porque él te sonreía con honestidad y se mostraba sincero con sus caricias, un ser enviado al mundo para ayudar y ser mejor. No podía comprender que él también tenía sus problemas y sus cosas.
    Yo no estaba seguro, me sentía muy mal. No sólo por él, sino que también por el hombre que le dio la vida (a quien aún no conocía). Supe que ese iba a ser el momento. Ya no iba a tardar en verlo. Era la alarma del coche lo que más me desconcertaba, porque mis orejas por fin captaban el sonido rebotando en mi interior. Comenzaron las ganas de vomitar desde lo más profundo de mi hígado, machacándome agudamente.
    Fue como un huracán, la tormenta descargando sobre nuestras cabezas. Serio, estirado, impoluto y resplandeciente. Todo un dios del Olimpo. Salió de su casa con una caminata sencilla y apresurada. Para Luka fue algo instintivo; se volvió a meter en su habitación y desapareció durante minutos. Me obligué a seguir sus pasos. Bajé deprisa los escalones y me metí en el baño, por reflejo. Las mejillas las tenía enrojecidas y no quería saber de qué. Me lavé la cara varias veces, aunque no me diferenciaba con el pelo. Los ojos se me llenaron de lágrimas, puede que ya las tuviese. No me acordaba bien. Sentí cómo abrían la puerta principal y la sirena volvía a interrumpir, también voces lejanas. Me armé de valor y cerré el grifo, con un manotazo débil y torpe. Las piernas me temblaron hasta llegar afuera, aunque seguían haciéndolo. Verlos a todos alrededor del coche me dio escalofríos, la había cagado hasta el fondo. De aquella pensaba que iba a ser la peor cagada.
    —¿Se puede saber qué ha pasado? —cuestionó con voz severa el padre de Luka.
    —¡Apaga esa maldita sirena primero! —exclamó mi madre por encima del alboroto—. Qué jodido escándalo...
    Pude notar su intranquilidad a pesar de que me estuviese dando la espalda. Tenía sus brazos en jarras y llevaba una cinta sujetando sus rizos. La frente estaba descubierta y dejaba a la luz las primerizas arrugas, con una mueca desagradable y de mosqueo.
    —Disculpe mi intervención, pero debe saber que este coche es demasiado caro. Comprenda mi exaltación y cabreo con personas como usted, señora.
    Era lo último que necesitó mi madre para ponerlo en la lista negra de su vida. No sólo había dejado caer por el propio peso de la explicación que por tener menos dinero éramos inferiores, era la palabra "señora".
    —Comprendo su enfado, ¡señor...! —Quiso enfatizar en su nombre, pero no tenía ni las más mínima idea de quiénes eran.
    —Green. Damon Green.
    No nos estaba gustando por dónde iban las cosas. Damon carecía de simpatía por Cassandra y viceversa. No se conocían como nos conocíamos Luka y yo, porque, al final, nos conocimos. No pude imaginar otra cosa que perderlo, porque ya tenía una buena parte de él atrapada en mi cabeza. Me daba igual lo nervioso o asustado que estuviese, únicamente era su belleza lo que me cautivaba. Lo hacía con sus palabras, sus gestos y sus ojos estrellados. Quería solucionar esto por los dos.
    —Entiendo, señor Green. Usted también entenderá que nosotros no le hemos hecho nada a su coche.
    —¿Se caen las tejas sin más? ¡Ni siquiera existe vendaval alguno!
    —¡Puedo jurar por mi hijo que ninguno de los dos ha tocado ese coche!
    A ver, técnicamente no...
    —Yo...
    Cuando mi madre me oyó murmurar se sintió como un láser recorriéndome el alma y su superficie. Ella sería incapaz de creerse que estaba danzando por el tejadillo, aunque al padre de Luka no le importaría. Con encontrar culpable ya bastaba.
    —Pues...
    —¡Fui yo! Sí, fui solamente yo, padre. He estado contemplando el paisaje durante varios días. Debí desgastar el ladrillo... —Su tono era bajo y llevaba un toque amargo. Hablaba con demasiada formalidad, no le parecía incomodar, tampoco encantar—. Discúlpeme, padre.
    Damon estaba a punto de comentar algo cuando mi madre brotó como un cohete de fiesta desde el suelo y exclamó:
    —¡Muy bien! Caso resuelto, los Sawyer nos retiramos.
    —Oh, sí, sí; muy bien. Sin molestar, deseo tener una charla con su marido. Podría tener algo que decir al respecto.
    No me saltaron las lágrimas porque no las tenía preparadas, porque era lo menos esperado de la situación. Era una sensación de prenderle fuego a la lluvia con un mechero desgastado.
    Luka quiso frenar a su padre, en su rostro se pudo observar el terror. Yo quería mostrarme enfadado, no hacía falta tragarse mi error, no tenía que elegir esa carga. Tarde o temprano se la pasaría a Luka, estaba seguro.
    —Padre, no... No hace falta. Padre, por favor.
    —Aguarda, Luka Malim.
    Eso sí me chocó. Pensé que empezaba a entenderlo, a realmente conocerlo. Me equivocaba, ni siquiera me dio su nombre completo.
    Él se enojó, pero dejó pasar a su padre para que hablase con Cassandra. Ella permanecía de espaldas a ellos, ahora era yo quien se abochornaba con sus muecas. Los dos éramos mareas vivas todo el rato, una presa a rebosar.
    —Mi marido falleció —Respondió sin ningún tapujo, le daba totalmente igual. El pueblo lo sabía, incluso los ancianos mayores y con bastantes problemas de la edad—. Si quiere saber algo al respecto de lo ocurrido o de nosotros, le aseguro que venimos con oídos, boca y extremidades. Por un pago extra se lleva el sistema respiratorio incluido.
    Cassandra no daba más por mantener la calma, si tenía que echarlo a patadas hasta encerrarlo en su casa, lo haría. Hoy no se mordería la lengua y diría cualquier cosa por alejarlo de su vista, para siempre y hasta nunca.
    —Está bien, señora Sawyer. Vamos, Luka. No perdamos tiempo con gente tan maleducada.
    Mi madre dio media vuelta y se enzarzó con él. Se llevaban una considerable diferencia de altura. Mi madre era un ratón luchador, no se rendiría ante nada, tampoco dejaría que la humillasen.
    —¿Maleducada? ¡Maleducada! Fue usted quien nos echó la culpa por la patraña de coche este, debe tener más cuidado con qué dice y a quién.
    —Ustedes sólo son unos miserables. Lamento la muerte de su marido, pero no veo que lleve muy bien lo de madre. Su hijo aprende de su figura materna o paterna, ¿sabe?
    Quería que la tierra se despidiese de ellos por mí y me tragase hasta lo más profundo, hasta donde el calor del interior me torturase.
    —¿Sabe usted el horror que le es a su hijo? Creo que una mente femenina no le viene del todo mal, así puede respirar algo un poco más puro y no sus absurdas y repugnantes palabras y pensamientos. —escupió mi madre con ganas. No lo odiaba, no lo conocía tan siquiera, sólo estaba cabreada—. ¡Púdrase!
    Vale, sí le tenía una pizca de odio.
    —¿Sabe qué? Lo mismo digo.
    —¡Padre...!

    Minutos después estábamos cada familia en su salón, nosotros, al menos, molestos. No sé si más con mi madre o conmigo por haberme quedado callado durante toda la discusión. No lo superaba; no superé que ese fue mi primer encuentro con Damon, con el padre de mi amigo. Era mi amigo a fin de cuentas, sin saberlo todo de él, para mí ya era una gran parte. Sé que alguien que te quiere da la cara por ti, da igual el porqué, lo hace. Yo no fui capaz, fue terrible e inútil, no había llegado a nada que no fuese un deseo de desprecio y desgracia dolorosa e inservible.
    Mi madre se marchó a trabajar y regresó a mediodía. No desayuné, a la comida no bajé y a la cena quedé en que iría en un rato, pero mentí. Cogí mi cuaderno, lo cogí con ganas de descargar furia y tristeza. Aurora me comprendía, no rechistaba y dejaba que le contase todo con mis poemas.
    Mamá me trajo un cuenco de cereales de chocolate, pero ya estaba durmiendo cuando llegó. El cuaderno estaba abierto y yo reposaba mi cabeza en media hoja, sostenía el bolígrafo entre mis finos dedos, cerca de mi boca. Ella me lo sacó y tiró de la sábana para arroparme. Se sintió mal por haberme puesto en aquel aprieto. Sus palabras fueron: «lo siento, angelito».

Aurora (𝘈𝘶𝘳𝘰𝘳𝘢)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora