Nueve.

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Cuándo era una niña, tal vez de una edad de diez u once años, mi madre nos obligaba a mi hermana y a mí a acudir a la iglesia. Y por un tiempo creía que Dios era una simple máquina de deseos a la que las personas acudían. Y era por que era eso lo que veía todos los domingos por la mañana. Esas figuras de autoridad y admiración a las que llamaban adultos, hincarse, alzar la cabeza y juntar ambas manos, para luego llorar y suplicar; "Dios por favor, te pido".

"Dios escucha, siempre" decía mi madre.

Pero a medida fui creciendo, entendí que no se trataba precisamente de eso. La iglesia era como un reseto de conciencia para las personas. Para dejar de sentirte culpable por tus pecados. Y para que Dios pudiera, "concederte tus deseos", tenías que arrepentirte antes. Tenías que lavar tu conciencia. Una especie de ritual en la que cometes el pecado, cosa que según la religión, mi madre y la biblia: todos lo hacemos. Es parte de ser humanos. Luego de hacerlo, tenías que reconocerlo;

"¡He cometido una atrocidad! ¡Perdóname señor!" gritaban algunas veces, llorando y de rodillas.

Y finalmente, luego de pedir perdón y arrepentirte, le pedías a Dios lo que más anhelabas.

"Dame salud", "Dame trabajo" o yo: "Dame una mansión de Barbie para esta navidad, por favor".

En cuánto crecí mis deseos cambiaron, y a su vez entendí más de lo que se trataba. Cuándo aún era pequeña, me preguntaba por que si se iban a arrepentir de sus pecados, ¿los hacían en un inicio?, no me hacía sentido.

Pero en cuándo me convertí en una adulta lo entendí a la perfección.

Los pecados, la mayoría del tiempo, se disfrutaban.

Como el sexo. El robar. El mentir.

Y si no se disfrutaban, al menos lo hacías por beneficio propio. ¿No?

Ahora mismo había cometido el peor de los pecados. Y eso recién me había dado el puesto de la pecadora número uno. Pecado tras pecado, hasta eventualmente haber cometido el peor de todos ellos.

Teresa yacía en el suelo, aún con la sangre fresca a su alrededor y su rostro pálido como el interior de una barra de pan.

Después de mirarla fijamente unos cuantos segundos, grite. Solloze y me lleve las manos a la boca. Volví a mirarla, volví a gritar y volví a sollozar. Y así repetidamente, como si mi mente necesitase verla, confirmarlo, recibir el shock y lamentarme.

De todas las cosas que había hecho, cómo engañar a mi prometido o robarle el novio a mi ex mejor amiga, haber asesinado a mi mejor amiga había sido la peor.

Teresa me había traicionado de la peor manera que una mejor amiga podía hacerlo. Pero no me sentía capaz de sentirme como una víctima en dicha situación. Por que si me era honesta conmigo misma, no me merecía menos. De hecho, me merecía más.

Pero lo que yo había hecho en reacción, no tenía nombre.

Aún temblorosa me puse de pie y salí corriendo. Con el corazón palpitandome con una velocidad terrorífica.

Subí al auto y maneje. Y en cuánto volví a retomar conciencia, estaba estacionada frente a un parque. Había disociado todo el camino. Y no sabía cómo es que había llegado viva, pero ahí estaba.

Después de tres horas en el interior del coche y tomando conciencia de lo que hice, al fin me permití reconocer que tenía serios problemas. Problemas que había evitado durante toda mi vida, simplemente esperando a que se hiciesen más pequeños o un día dejasen de controlar mi vida. Pero lo único que había logrado es que se convirtieran en una especie de sombra mía que estaba solo esperando a tomar total control.

Era una muchacha desequilibrada. Al fin, con toda la definición de la palabra.

Tal vez había tenido una vida de mierda. Y tal vez eso me había hecho convertirme en una persona traumatizada y con severos problemas psicológicos. Pero siempre había encontrado la manera de culpar a la vida misma de ello y nunca hacerme responsable. Siempre decir; "la vida es una mierda conmigo, ¿qué más puedo hacer?" y era cierto, en parte, pero no era tan cierto como para dejar que mi propia responsabilidad sobre qué hacer con eso, se volviera inexistente.

Y ahora era demasiado tarde.

La vida era una mierda, sí, y conmigo en especial, sí, pero yo era el objeto del desastre. La vida me castigaba y yo reaccionaba de tal y peor manera, que terminaba castigandome a mi misma por el mismo castigo asignado.

Doble castigo. Dobles problemas. Doblemente mierda.

En cuánto al fin llego la noche, conduje hasta una tienda de comestibles y compré un gatorade. Aún pensando en lo que acaba de pasar y en lo exhausta emocionalmente que estaba. Pero no tenía otra opción y si al menos esto me había servido para tener conciencia de mí misma, ahora tenía que hacer lo moralmente correcto.

Enseguida me dirigí a casa de Teresa.

Entre en la casa y me prepare mentalmente para ver el cuerpo una vez más. Y en cuanto me adentre a la cocina, el corazón me volvió a palpitar tan rápido cómo si me quisiese salir corriendo por la boca. El aire se me fue de los pulmones y las manos me hormiguearon como si no fuesen parte de mi cuerpo de un momento a otro.

En el suelo de la cocina, no había nada. Ni un cuerpo, ni una mancha. Ni un arma homicida.

Un piso limpio, como si no hubiese pasado nada ahí.

Me llevé la mano al pecho y tamabaleé hacia atrás. intenté detenerme de la silla a mis espaldas, pero caí con todo y ella. Retumbando en el suelo a unos cuantos metros de lo que había sido la escena del crimén.

Sollozé y me pasé las manos frenéticamente por el cabello y comencé a hiperventilar.

¿En dónde estaba el cuerpo?

O peor aún.

¿Estaba tan mal mentalmente que había alucinado todo en su totalidad?

Me puse de pie y corrí hasta la habitación de Teresa. Abrí el closet de par en par solo para encontrar un montón de ganchos vacíos y cajones solitarios. Cómo si se hubiese ido.

Y peor aún. La corbata también se habíaesfumado. 

Debajo de su Almohada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora