Trece.

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Conduje hasta los límites la ciudad. Pensando en marcharme y nunca volver. No tenía ya a nadie que me doliese dejar atrás. Y pensando en lo fácil que me estaba siendo desprenderme de las cosas últimamente.

Paré en una tienda departamental para comprarme ropa y dejar de andar deambulando en pijamas, no había cargado con dinero ni tarjetas, pero gracias al cielo ahora podía pagar solo con mi teléfono. Momentos en los que no odiaba la modernidad. Luego seguí conduciendo.

Me estacione detrás de una cafetería de veinticuatro horas en las afueras de la ciudad y bajé para tomarme un café y comer algo. No recordaba cuándo comí propiamente por última vez.

En cuanto le había dado tres sorbos a mi taza de café y apenas una mordida a mi sandwich de pollo, sentí la urgencia de ir al baño. Luego de hacerlo y mientras me lavaba las manos, la puerta principal del baño que yacía abierta, me mostró en el reflejo la silueta de una persona familiar. Una espalda que me resultaba conocida, tomando asiento a unos cuantos sillones del mío.

En cuánto la mujer giró el rostro apenas y para dirigirse a la mesera, logré ver su perfil en el espejo cuándo me estaba secando las manos.

Estaba distinta. Muy distinta. Tenía el cabello hasta la mandíbula y de un tono marrón brillante. Pero seguía teniendo el mismo rostro. La misma espalda y la misma postura.

Instantaneamente me pregunté, si estaba tan sana y tan salva, ¿por qué seguía dejando que creyeran que era lo contrario?

Emily estaba con vida. Y en la misma cafetería que yo.

Estaba vistiendo un suéter de franela de un color canela. Con una ligera abertura en la espalda. En cuándo se estiro por encima de la mesa para alcanzar el azúcar, flexiono su espalda y remarcó las líneas de sus músculos. A la vez, dejo ver los garabatos de un tatuaje que yacía entre sus homoplatos. Un dibujo que no logré distinguir al inicio. Pero luego se volvió mas nitido para mis ojos y al mismo tiempo, mi mente se refrescó. Era el tatuaje de una mariposa, pero en forma de puras líneas. Sin relleno, sin detalles. Apenas y un dibujo trasado.

El mismo dibujo que sonaba recurrente en mis pensamientos y sueños los últimos días. Era su tatuaje.

No salí del baño hasta que se marchó. Apenas y duró unos veinte minutos en su asiento. Bebió una taza de café y comió un pan con mermelada. Luego dejo un billete de cinco dólares en la mesa, bajo el plato que sostenía la taza, y se fue.

Al verla hacer lo último, también recordé que hizo lo mismo la noche en que nos conocimos. Dejar los dólares bajo el recipiente en dónde venía el ticket de la cuenta.

El estarla presenciando de cerca nuevamente, era como rehidratar los recuerdos perdidos de ella que navegaban por mi subconsciente.

Después de que se fue. Rápidamente fui a mi mesa, dejé la paga y salí tras ella, esperando lo suficiente para que no me notara.

Si Emily estaba aquí, viva y andando, mi acosador no la había asesinado. Ni esfumado, como a James o a Teresa, pero de igual manera, había pasado horas preocupada por esta mujer. Horas carcomiendome la cabeza pensando en su paradero. Incluso dudando de lo sanguinareo que Carter pudiese ser (que después de hoy, no tenía casi ningún pelo de inocente).

Emily no subió a ningún auto. Ni tomó ningún taxi. Para sorpresa mía, la muchacha simplemente miró a ambos lados de la calle y luego la cruzó. Entro en el estacionamiento de un hotel de paso, subió las escaleras y se metió en una de sus habitaciones. La habitación número 07.

Después de estar de pie en una de las esquinas del estacionamiento, sin notar ningún movimiento nuevo, volví al otro lado de la calle. Rodeé el restaurante y me metí en el auto a calentarme las manos. Era una noche más fría de lo normal y olía a humedad. Probablemente una lluvia aproximandose.

Debajo de su Almohada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora