Siete.

1 0 0
                                    

A la mañana siguiente gracias al incidente con el mensaje de texto anónimo, y la resaca emocional que estaba viviendo; apenas y se estaba enclareciendo el cielo y salí huyendo de Denver. Apenas hice una maleta con dos cambios durante la madrugada y me monté en el auto para largarme.

Durante la noche, en la que no pude pegar el ojo ni cinco minutos, releí el mensaje unas cien veces. Confirmando que fuese la realidad y no un invento de mi mente.

Era oficial. Después de la nota y ahora el mensaje de texto...además del aviso que me dio Clara de alguien merodeando por mi casa.

Tenía un acosador.

Pero la cosa era, ¿quién?

A mi mente llegaban un par de personas. Claro estaba que Julia era la primera. Luego la misma Clara. Y después tal vez...Emily.

¿Qué tal si no estaba desaparecida? ¿Qué tal si simplemente estaba dedicandose a hacerme la vida imposible por haberle roto el corazón?

Pero claro también estaba el e-mail de Carter y su visita a Albuquerque.

Estaba volviendome loca. Quería vomitarme o hacerme bolita y esconderme bajo la tierra.

Estaba cansada. Harta. Desquiciada.

No le respondí el mensaje a Teresa desde el día que me lo envió. Pero ella no me había mandado ningún otro. Y Carter apenas y me había mensajeado hace un rato:

Amor, buen día. Todo bien en la conferencia. Espero termine pronto para volver mañana. Te amo.

Pero no le respondí. La culpa y la sombra de mi vecino me merodeaba por los extremos de los ojos. Como un recordatorio constante. Un foco parpadeante que decía: la cagaste. Lo jodiste todo.

Y a pesar de no ser la primera vez que hacía una estupidez como esa, esta vez no estaba justifcada.

Bloqueé la pantalla sin decir nada y seguí conduciendo. Mi plan era refugiarme en Albuquerque en la casa de Teresa, mientras Carter volvía. Esconderme. Respirar. Esencialmente: sobrevivir.

Aunque había sobrevivido toda mi vida. Aprender a vivir contigo misma cuándo; eres una persona inestable. Y que además no puedes comprender, es duro. Es trabajo duro.

Pero el suicidio nunca había sido una idea firme en mi cabeza. Claro que había pasado por ahí. Pero nunca se había mantenido. Siempre como una mosca que pasa de lado a lado pero nunca se detiene.

No era precisamente por que amara vivir o por que me considerara una gallina para cortarme las venas o darme un tiro. Era por todo lo contrario. No le tenía miedo a nada. Y no era una gallina en ningún sentido. Por eso mismo, no me mataría. Por que tenía la cabeza tan dura que no dejaría de vivir hasta que me pasará un camión por encima y de reversa.

Y tal vez, solo tal vez, un día, mis eternos problemas desaparecerían. Mi mente tan inestable estaría en silencio. Dejaría de tener miedo de amar y, ese gran vacío en mi interior, como el de un peluche sin relleno, dejaría de existir. Y sería feliz. Libre. Una mujer común.

Solo tal vez. Y no dejaría de esperar.

***

Me detuve en una gasolinera cuándo ya llevaba dos horas conduciendo. El viaje era de seis, pero siempre lograba hacer menos. A veces cinco y media. A veces cinco. Y es por eso que prefería conducir que volver a tomar un autobús en dónde hacen paradas cada que quieren. Prefiero que sea a mi ritmo. A mis ganas.

Baje del auto y después de dejarlo recargandose de gas, entré en la tienda. ¿De qué me iba a a atiborrar a mi misma el día de hoy?

Mi físico no era malo. A decir verdad era algo milagroso. Con frecuencia comía porqueria y media y aún así, apenas y me miraba como que me había descuidado un poquito. Claro, antes era más delgada. Pero antes me mataba de hambre para al menos ser perfecta físicamente. Ahora me importa un carajo.

Debajo de su Almohada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora