PARTE DOS: La Fuerte Mujer con Sombra. Doce.

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Es díficil querer cambiar un patrón que has seguido toda tu vida y que además tu misma lo has forjado. Un sistema que has dictaminado y en el que te ha sentido demasiado comoda cómo para hacer algo al respecto.

He dejado que me muevan de un lado al otro, como una pieza de ajedrez. Como un simple objeto de acción por el que mediante vas a obtener las cosas. Y había estado bien así, comoda, satisfecha. Conformada con las migajas del amor y atención que los de mi alrededor podían darme a cambio de ello. Un precio justo; me repetí a mi misma siempre.

A causa de ello, había sufrido las mil y una veces que me había tocado sufrir durante mi vida. A causa de ellos, a causa mía. A causa de todas esas ocasiones en las que rebaje mi valor propio por hacer lo esperado. Por cumplir, por ser amada, por ser la mejor hija, la mejor prometida, la mejor amiga. Y la manera en la que me habían amado apenas y era decente, en contraparte de la manera en la que me habían traicionado, que era con excelencia.

En el camino a casa, pensaba en el acosador. Aún con la ristra de mensajes brillando en la pantalla de mi celular. Y más de preocuparme sobre su identidad, me preocupaba por sus acciones. Por la frialdad con la que aplastaba y desvanecía a la gente de mi alrededor. Como moscas pegadas en la fruta. Y mediante la atadura de cabos sueltos, llegué a la conclusión de que la primer víctima no había sido James. Sino Emily.

Imaginé una secuencia de sucesos en mi cabeza; probablemente había salido de su departamento, llena de remordimiento y dirigiendome a casa para volver con mi infiel prometido. Y fue entonces cuándo sucedió. Tal como a James, lo habían desaparecido en unas horas, reduciendo los años de su existencia a la simple nada.

Con Teresa había sido distinto. Yo misma la había asesinado. Algo de lo que no estaba orgullosa y jamás lo estaría. ¿Cómo portar con orgullo la corona de una asesina no identificada?

El estómago se me revolvía de solo pensarlo. Tal vez no se merecía menos. Pero ciertamente me dolía más a mí la traición de lo que pudo dolerle a ella. ¿Cómo es que vas por ahí diciendo querer a una persona mientras haces lo que más puede dolerle en el universo?

Instantaneamente me mire a mí misma en el retrovisor. Una respuesta concedida para mí, de mí. ¿Cómo podías hacer esas cosas sin pensar en nadie más que en ti misma?

Ni siquiera yo lo sabía. Y probablemente ella tampoco.

Fuese como fuese o hayase sido como hayase sido, no debí haberlo hecho.

Di media vuelta para deslizar el auto y estacionarme en la acera. Mire los mensajes una vez más; una especie de anclación a la realidad. Está sucediendo de verdad, es real. Y luego bajé del auto y entré en la casa.

Tal cómo me lo habían indicado, la casa estaba impecable. El piso brillante, la cocina en orden. La bocina incluso, conectada nuevamente.

Caminé con un dedo deslizandose por el marmol de la isla a la par de mis pasos en el suelo. Di media vuelta alrededor de ella y me adentré en el espacio pequeño entre la isla y el refrigerador. Me detuve en seco. Hacía unas cuantas horas, justo a la altura de mis pies, yacía el cuerpo de James.

Tuve un recuerdo fugaz de el sexo que tuvimos en mi sofá. Pero sacudí la cabeza buscando esfumarlo.

Frente a mí, en el extremo de la isla, yacía un plato con unas cinco galletas. Las sobrevivientes. Y bajo él, una post-it.

Salve las que pude.

Se me revolvió el estómago. Aplasté el papel bajo mi puño derecho y suspiré. Aún con la vista perdida en las galletas.

Debajo de su Almohada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora