Capítulo 3.

760 97 10
                                    


Adam se vistió más elegante de lo usual para su primera visita al orfanato. Estaba muy nervioso por el encuentro cara a cara con los niños, pues en general la gente no lo dejaba acercarse a sus hijos. Gente ignorante, que creían que por ser autista era peligroso o algo así. Lo cierto era que tenía hermosos recuerdos de su propia infancia, una infancia marcada por el cariño de su padre y que él ansiaba reproducir con su propio bebé; quería ser papá y cuidar junto a Nigel de muchos niños, quería darles el mismo hogar amoroso que él había tenido. Al entrar a la sala se encontró con Nigel, que al igual que él iba muy bien arreglado con un traje negro y el cabello peinado. Se le acercó con dulzura y lo abrazó, sintiéndose reconfortado con el olor a cigarrillo que emanaba. En cualquier otro contexto odiaba el humo del cigarrillo, pero si provenía de Nigel no le importaba en lo absoluto.

-Ya estoy listo, Nigel, podemos irnos cuando quieras. ¿Tienes todo?

-Cada documento y formulario necesario, precioso, tranquilo. Lo revisé todo dos veces para que sea un encuentro perfecto- aseguró Nigel, hundiendo el rostro un instante en los fragantes rizos oscuros de Adam.- Hoy hueles más lindo que nunca, mi amor… lo tomaré como un buen presagio. Hoy todo nos saldrá bien.

(...)

Hablar con la directora del orfanato fue más fácil de lo que había imaginado, lo cual lo alivió bastante. Debido a su autismo, siempre había tenido dificultades para entablar conversaciones con extraños. Si bien había logrado progresar a nivel social con los años, especialmente después de conocer a Nigel, todavía sentía el miedo a ser rechazado o mirado con pena por las demás personas. Esta vez su miedo fue infundado, pues la señora West fue muy servicial y comprensiva con ambos, diciendo que ojalá todas las parejas tuvieran el corazón tan grande como para adoptar.

-Sabemos la importancia que tiene para un matrimonio joven como ustedes el ser papás, así que haremos todo lo posible por ayudarlos. Todos los niños merecen el amor de una familia, así que, si gustan…

Nigel le apretó la mano a Adam durante toda la entrevista y aún después, cuando la directora los llevó al jardín maternal, donde los más pequeños del orfanato estaban durmiendo su siesta. Su semblante habitualmente duro se humanizó muchísimo al ver a los infantes en sus cunas, tan inocentes todos como el propio Adam, a quien se le empañaron los ojos de solo contemplarlos. Con discreción para no molestarlos o despertarlos, la señora West les fue contando algunas cosas sobre todos los bebés del lugar, cuyas edades iban desde un par de meses a tres años.

-Algunos vienen de hogares disfuncionales, otros fueron abandonados, pero todos son niños de lo más dulces que apenas les dan problemas a las cuidadoras. Daniel llora un poco cuando lo despiertan de la siesta, y Jeannie tiene una compulsión por usar el chupete, pero fuera de eso…

Adam no la oía, pues su cabeza estaba ocupada procesando lo adorables que se veían todos los pequeños allí reunidos. Había una cuna grande en la que reposaban dos hermanos gemelos de un año y medio, y en otra una pequeña de apenas siete meses se aferraba a su oso de felpa. Todos eran perfectos, pensamiento que Nigel compartía, y al verlos tan absortos en sus pensamientos la directora se retiró un instante para dejarlos conversar. En voz baja y con pena, Adam reconoció que no sabía qué hacer.

-No podemos adoptar a todos, Nigel, pero no sé cómo podré elegir a uno. Es decir, ¿cómo sabe uno cuando alguien es especial? ¿Cómo podremos reconocer a nuestro hijo entre tantos bebés?

-Creo que es algo del corazón, precioso, que sabremos cuando lo veamos. Ven, toma mi mano y no tengas miedo que todo saldrá bien. No hemos llegado hasta aquí para arrepentirnos, ¿verdad?

Por supuesto que no, pensó Adam más calmado. Confiado al tener a Nigel sosteniendo su mano pasaron al cuarto auxiliar donde había algunos niños más, y su atención se fijó de inmediato en un bonito móvil con forma de estrellas sobre una de las cunas, a donde se acercó de inmediato. Una pequeña de aproximadamente cinco meses dormía allí, mecida por el tintineo ocasional del móvil. Al verlo tan absorto la cuidadora le sonrió y le contó una anécdota sobre la niña:

-Es la única que tolera el sonido de ese móvil, a los demás bebés les resulta molesto y lloran cuando se agita. ¿No es curioso?

-Mucho… ¿cómo se llama esta niña, por cierto?- inquirió Nigel.

-No tiene nombre aún. Llegó aquí apenas hace una semana, y por lo que nos dijeron fue abandonada así que no sabemos su nombre.

-¿Abandonada? Hay que ver como son bastardos algunas personas. Perdone el lenguaje- se disculpó de inmediato Nigel, cuya atención iba de la niña a Adam, y de Adam a la niña, quien tenía un poco de cabello oscuro igual que su esposo. La asistente estaba diciéndole que habían capturado a los padres huyendo de la policía así que no había duda que se habían desecho de su hija, pero él no podía escucharla. Adam le estaba apretando la mano mientras contemplaba a la bebé y en ese instante lo supo, con seguridad: habían encontrado a su hija.

HEU Mpreg Set: Doble PaternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora