Capítulo 7: El demonio me quiere conocer.

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"En el Infierno...solo el Diablo te ayudará a salir"

Bajé las escaleras con rapidez. No tenía tiempo que perder, tenía que llegar antes de que lo hiciera Román, que me mataría si se enteraba de que salí. Decidí bajar por las escaleras, supuse que no soportaría escuchar otra vez esa tonta canción de ascensor.

La verdad, ¿a quién podría calmar esa música? ¡Si ponía de los nervios!

Me debatí entre tomar un taxi o solo caminar, ya que no quedaba tan lejos del barrio y me había sobrado dinero, pero decidí que mejor lo ocuparía de vuelta. Me dispuse a caminar rápido. Parecía que mis pies se movían solos, como si no los controlara y ellos supieran dónde tenían que ir.

Cuando llegué, el ambiente cambió por completo; las paredes estaban rayadas y había basura en las calles. Se podía percibir la precariedad en la que se encontraba ese barrio. La desigualdad social siempre sería un tema porque nuestros gobernantes nunca habían pensado en nosotros ni serían capaces de ceder algunos privilegios.

Caminé con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Una vez que llegué a la calle donde residía, me fijé bien si es que estaban los policías, pero para mi buena suerte no había nadie, solo unos hombres que estaban junto a un basurero, los cuales quemaban algo y se calentaban las manos. Todavía hacía frío, pero había días en que el verano pareciera estar a la vuelta de la esquina.

Caminé hacia la casa y me cercioré de que no hubiera ningún coche sospechoso. No lo había. Toqué la puerta. Mis manos sudaban. Cuando pensé en devolverme se abrió más rápido de lo que pensé. Mi madre estaba en el umbral mirándome con odio. No podía decir que estaba demacrada por completo porque siempre lo había estado. Creí que iba a gritarme. La empujé y cerré la puerta.

—¿Qué haces aquí, maldita malagradecida? —espetó.

La miré. No sabía cómo alguna vez pude pretender que ella pudiera quererme.

—Me vendiste. ¿Estás muy mal porque el idiota de David está en el hospital muriéndose? —cuestioné con asco.

—¡Eres una asesina! Debí dejar que David te matara. Sentí un pequeño pinchazo en el pecho, pero no cedí a él.

—¡Lo hiciste! Todas las veces que dejaste que me golpeara y abusara de mí, ¡ni una vez te importó! —No quería llorar. Tenía tanta ira contenida que las palabras solo salían de mi boca. Me acerqué a ella con los puños apretados—. ¡Eres una escoria, la peor madre que pudo haber existido, una drogadicta asquerosa que no merece vivir!

Reinando el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora