Capítulo 2: Cadáver resiliente.

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"Lo que nos permite sobrevivir como especie no es la ni la , sino nuestra de adaptación."

Natalia Gómez del Pozuelo.

Salí de casa sin mirar atrás. Podía sentir los gritos de mi madre llamándome, pero la ignoré. No quería volver. ¡Lo había matado, maldita sea! Iría a la cárcel por eso. Debía correr lo más lejos que pudiera. Estaba segura de que mi madre no me protegería.

De pronto, sentí un grito que me heló la sangre. Miré atrás. Era mi madre, que me miraba con odio en los ojos. No me sorprendía, pues sabía que no me quería.

—¡Irás a la cárcel por esto, estúpida mocosa! —gritó para luego romper en llanto.

¿Cómo podía llorar por un hombre que la maltrataba y la despreciaba? Me era imposible entenderla, y no era como si quisiera hacerlo, pero era el único hombre que se quedó con ella todo este tiempo. Él algunas veces traía dinero que conseguía haciendo negocios sucios. Mientras tanto, la mujer que me parió se drogaba para escapar de este mundo y olvidaba que tenía una hija que prácticamente se crio sola.

Algunos vecinos salieron a mirar qué había ocurrido, por lo que me puse la capucha de la chaqueta que traía. A pesar de todos los gritos que escuché de ella, que hicieron que varias lágrimas cayeran por mis mejillas, comencé a caminar sin mirar atrás esta vez. No sabía adónde iría. No tenía a nadie. Estaba perdida, y para más remate, se hacía de noche.

No sabía cuánto caminé, pero llegué a una pequeña cafetería con un cartel que decía "Abierto 24 horas".

¡Vaya, justo lo que necesitaba!

Si tenía suerte, podría pasar toda la noche aquí y buscar algo por la mañana. Una vez que entré, el olor a comida hizo que me sonara el estómago tan fuerte que por un instante pensé que los demás lo habían escuchado, pero no. Las tres personas que había en el lugar en ningún momento levantaron la mirada, ni siquiera cuando, al abrir la puerta, sonó la campana. Mejor para mí. Le sonreí a la señora detrás del mostrador. Debía tener al menos unos cincuenta años. Los años se le notaban en la cara, aunque yo debía verme peor.

—Siéntate donde quieras, nena. —Sonrió.

Reinando el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora