Frankie

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Los exámenes se acercaban, Frankie debía llegar a casa rápido para planificarse el finde antes de que llegara su madre para irse de compras con ella.

Más o menos tenía el planning en la cabeza, se sabía el horario de los exámenes, se sabía muy bien los temas y cuáles iban a aparecer. Pero se le olvidaba el planning, por eso debía apuntarlo.

Lo que nunca se le iba a olvidar era la sensación que tenía últimamente de estar siendo vigilada, la psicóloga de la academia decía que podía ser ansiedad.

No se lo había comentado a ninguna de sus amigas, pero cada vez que iba de su casa a la academia sentía que había algo acechándola, una criatura invisible vigilándola. 

Sin embargo, cada vez que Frankie se giraba para asegurarse si en verdad estaba sola o no, descubría que no había nadie.

Y eso la llenaba de incertidumbre. 

Normalmente le pasaba cuando iba de su casa a la academia, andando, porque la academia estaba cerca. 

Sin embargo, hoy había ido a la academia tranquila, no había tenido esa sensación.

Pero la estaba teniendo ahora.

De repente, Frankie se sentía sola ante una amenaza tan grande, no sabía que era o quien la acechaba entre la nada, pero debía ser peligroso y Frankie sentía que no tenía nada para defenderse.

La misma sensación que tenía al ir a la academia la estaba teniendo ahora, al volver de la academia.

Quería pensar que todo eran figuraciones suyas, que la psicóloga tenía razón y que en realidad Frankie, lo que tenía, era ansiedad, y que debía informarse para ver cómo afrontarla, o hablar con la psicóloga el próximo día.

Pero una parte de ella se negaba a aceptarlo.

Por suerte, en el momento que tuvo ese mal presentimiento tenía cerca el edificio en el que vivía, el patio. 

Trató de darse prisa en llegar, como si la estuvieran persiguiendo mientras sacaba con las manos temblando, las llaves de casa.

Logró abrir la puerta del patio y la cerró lo más rápido que pudo, como su madre le había enseñado y se dio cuenta que en realidad no había nadie fuera.

Pero la sensación constante de que algo no iba a parar de vigilarla seguía ahí, había cerrado la puerta, iba a estar en casa, pero no era un lugar seguro, ni ese ni ninguno.

Frankie trató de calmarse, el corazón le iba a mil por hora y pensamientos de distintas temáticas surcaban su mente. Todo eran tonterías, no era posible que hubiese nadie acechándola, ni esperando para llevársela, Frankie no había hecho nada, no tenía por qué pasarle nada grave. 

Se dirigió hacia el ascensor con pasos rápidos y se puso sus gafas especiales, si no se calmaba enseguida, podría manifestar su poder sin querer, es decir, podrían salir rayos láser por los ojos dentro del ascensor y no quería eso, no quería cargarse el ascensor. Pulsó su número de piso y esperó a que las puertas se cerraran. 

Cuando lo hicieron, una extraña sensación de mareo se apoderó de ella. Pensó que se debía al calor del ascensor. O los nervios, se prometió beber agua fría en cuando llegara a casa.

A medida que el ascensor ascendía, el vértigo se intensificaba, y Frankie se aferró al pasamanos para mantener el equilibrio.

Confundida y alarmada, Frankie miró a su alrededor, tratando de encontrar una explicación. Vivía en uno de los primeros pisos, concretamente el cuarto piso, pero el ascensor no paraba de subir.

El edificio tenía solo seis pisos y el ascensor no paraba de subir y Frankie no lo podía parar.

Tal vez era el mareo, tal vez por eso estaba alucinando e inventando cosas, Frankie, ya agobiada, golpeaba las paredes del ascensor y gritando cosas inentendibles con un hilo de voz, su vista empezaba a nublarse, el ascensor no paraba de subir y si la sensación de ser observada ya no le gustaba, esta era incluso peor.

En medio del mareo fue cuando empezó a darse cuenta que había algo goteando desde arriba, dejando manchas negras en el suelo que sobretodo, parecían de tinta.

Frankie le restó importancia, su conciencia estaba a punto de desvanecerse por el mareo, pero fue entonces cuando una de las gotas de tinta le cayó en la ropa, dejándole una sensación de frío en la piel y levantó la mirada hacia el techo del ascensor

Su corazón se detuvo por un instante. 

Una enorme masa de tinta negra se extendía sobre ella, goteando y manchando el suelo del ascensor.

Frankie no podía creer lo que veía, no podía ser real, debía de ser producto de las alucinaciones, pero era imposible que lo que estuviese viendo fuera real. 

Se quitó las gafas para ver mejor, dejando al descubierto unos ojos vacíos por el mareo pero a la vez inquietados por lo que estaba viendo. La tinta era real, sabía que tenía que ver con la sensación de ser observada y para nada era algo parecido a lo que se había imaginado.

Mientras su conciencia luchaba ante las ganas de dormir y caer rendida al suelo, Frankie gritó de horror en un acto desesperado por pedir ayuda, pero una enorme gota le cayó en la frente, y esa gota se extendió hasta la boca, por lo que sus gritos quedaron ahogados por la tinta.

El líquido viscoso y oscuro comenzó a caer sobre ella, envolviéndola rápidamente. Su cuerpo quedó atrapado en esa sustancia pegajosa, incapaz de moverse o seguir gritando. El ascensor continuaba ascendiendo.

Con un chirrido agónico, las puertas finalmente se abrieron, revelando un pasillo vacío y oscuro. Frankie había desaparecido sin dejar rastro.

En el vestíbulo, el ascensor permanecía inmóvil y silencioso, como si nada hubiera ocurrido. La tinta se desvaneció misteriosamente, sin dejar evidencia de su existencia.

El ascensor volvió a cerrarse lentamente, y el edificio quedó sumido en un extraño y misterioso silencio.

R.A.P (Real Academia de Poderes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora