EPÍLOGO

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5 años después...

— ¿Qué es la libertad?

— ¿Qué pregunta es ésa? —el adolescente respondió burlescamente— La libertad es poder hacer lo que me da la gana.

—De acuerdo —asintió el profesor—. ¿Qué significa hacer lo que te da la gana?

Un murmuro de adolescentes resonaba por la clase, compartiendo risas cómplices ante las preguntas extrañas de su instructor.

— ¡Lo que quiero! —respondió una voz femenina.

El profesor se levantó de su asiento y rompió a reír, uniéndose al cántico que habían iniciado los adolescentes. Caminó hacia el otro extremo de la habitación, empezando a escribir en la pizarrama el nombre de Solomon Asch.

—Anteriormente, ya nombramos a Pavlov —los chicos asintieron en silencio, escuchando al maestro—. Solomon Asch guarda algunas similitudes con Pavlov. También planteó la utilidad del condicionamiento a la hora de amoldar las conductas de las personas a nuestro gusto —volvió a la pizarra, añadiendo tres palabras más—. Y lo hizo mediante el Experimento de Asch.

—Suena mal —hizo una mueca uno de los adolescentes.

El profesor sonrió, tomando asiento en su mesa de nuevo.

—Se tomaron a ciento veintitrés participantes que agruparon en equipos de siete o nueve personas cada uno. En cada grupo, había un sujeto que era objeto de investigación, mientras que el resto eran cómplices.

Cada una de sus manos mostraron dos tarjetas distintas, exhibiendo la de la izquierda una sola línea vertical, entretanto la derecha mostraba tres distintas entre ellas y numeradas.

—Los participantes debían indicar cuál de las tres líneas que aparecerían aquí se correspondía con la línea de la izquierda —volvió a tumbar las tarjetas sobre su mesa—. Se trataba de una pauta fácil con una respuesta evidente como habéis podido ver.

— ¿Y la gracia? —respondió una chiquilla, ensimismada en la explicación como sus restantes compañeros.

—La gracia era que los cómplices daban una respuesta errónea en doce de las dieciocho tarjetas, dando como resultado que, cuando los cómplices respondieron correctamente, el error del sujeto de investigación fue del uno por ciento; mientras que, cuando elegían la opción equivocada, el error en el sujeto investigado incrementaba en casi un cuarenta por ciento.

Los chicos entrecerraron sus miradas, resoplando algunos de ellos en incredulidad.

—Prácticamente todos los experimentos en psicología social realizados se basan en el condicionamiento de las masas mediante estímulos guiados para conseguir una determinada finalidad —el hombre se levantó de su asiento y miró hacia un punto fijo del fondo de la clase, frotándose el mentón—. Experimentos como Milgram o La Cárcel de Stanford arrojaron como resultado que cualquiera puede convertirse en un sádico si se da la presión social necesaria —alzó una mano, señalando el punto fijo del fondo, provocando que los adolescentes se girasen extrañados para ver hacia donde señalaba el profesor—, razón por la cual, no todos los que se incorporaron en las SS durante el holocausto eran nazis. ¡Y ahí lo tenéis! —volvió a señalar el lugar, girándose los muchachos de nuevo, a pesar de que seguían sin vislumbrar lo que llamaba tanto la atención de su profesor.

—Está jugando con nosotros, chicos. Dejad de mirar a la nada —pronunció la alumna más perspicaz.

—Puede —rio el profesor—. Pero no soy el único que lo hace —volvió a su asiento—. El neuromarketing es la técnica que os condiciona las elecciones de vuestra vida. No sólo os predetermina en vuestros favoritismos, sino que logra haceros comprar aquello que no pretendíais en un inicio —sonrió—. ¿Cuántos de vosotros entrasteis en un centro comercial únicamente para refrigeraros y salisteis comprando lo que no tendíais en mente?

Lo que no nos explicaron (AlanGaipa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora