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02 ᴅɪᴀ ᴏᴄᴜᴘᴀᴅᴏ
El día siguiente, todos se levantaron temprano, se cambiaron y salieron a caminar por las costas del mar que tenían cerca de las cabañas.
Todos los adolescentes, o lo que parecían ser adolescentes ya que todos estaban con caras de zombies, caminaron y hablaron junto a los chicos a su alrededor. Por suerte para los profesores, todos estaban demasiados dormidos como para hacer algo alocado.
— Un sueño tengo....¿Y si nos volvemos?
— No, dale apúrate... Además vos quisiste venir, metele pata pibe.
— Con razón te decimos Bicho, si nadie te quiere -fue golpeado en su cabeza- ¡Ay! ¡Hijo de mil!
El camino fue tranquilo, aunque a la hora de desayunar no lo fue tanto ya que los adolescentes ya estaban despiertos.
— ¡Eu! ¡Nahuel, Bastián! -una compañera los llamó- ¿Vienen con nosotros? Íbamos a jugar a una cancha que está por acá, es de tenis.
— Uh, dale linda.
— Pero si sos malísimo jugando, Nahuel.
— ¡Uy pero cállate! Siempre me mandas al frente vos.
Risas eran lo único que se escuchaba en aquella cancha, cómo eran cinco jugabas dos contra dos y cuando uno se cansaba el que estaba a fuera tomaba su lugar.
— No se puede jugar así, dale son re tramposas.
— No, pasa que son re malos jugando -rio- dale, descansemos cinco minutos, busquen a otro más así no jugamos con trampa, según ustedes.
Los chicos no se negaron y fueron a buscar a alguien con quién jugar. Para su suerte, había un chico el cual estaba sentado en un banco usando su celular, pero para su mala suerte, no tenían la confianza para acercarse.
— Dale, anda vos, a mí me da vergüenza.
— Uy, pero si vos quisiste jugar tenis, bancatela y háblale.
— Si vas vos te compro un helado, pero anda porfa.
— Uy, bueno.
El pelinegro se acercó al chico en la banca, se paro frente a el y espero que levantará la vista del celular. Para su suerte, el chico lo noto rápidamente.
