La luna que abraza al sol

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XXXV



―Selenia querida, ¡Que alegría volver a verte! ―luciendo radiante, como si el largo camino desde Castiello hasta Regis no la hubiesen afectado en lo más mínimo, Aria descendía magníficamente del carruaje en donde había llegado luciendo un gran sombrero casi tan grande como la sonrisa en su rostro.

Hacía un par de semanas atrás las invitaciones para la ceremonia de proclamación de mi título de duquesa habían sido enviadas hacia Castiello, por supuesto cuidando de que el mensajero ingresase al reino sin levantar sospechas para evitar situaciones indeseadas. La respuesta no se hizo esperar trayendo consigo la confirmación tanto de Sophie como la de Aria y su familia. Lamentablemente debido a la salud delicada del conde Giovanna tanto él como su esposa decidieron quedarse en su residencia permitiendo que sean solo Aria y Sophie las que asistieran en representación de la familia Giovanna, por supuesto, encargando a los caballeros al servicio de Callisto quienes fueron los responsables de traerlas que velaran por ellas y procuraran ir con cuidado.

Al verlas no pude evitar emocionarme y sin que ellas terminasen de bajar del carruaje yo me apresuro hacia ellas y las tres nos abrazamos como viejas amigas que se rencuentran luego de años de no verse.

―Que felicidad, llegaron a salvo ―digo con las mejillas húmedas y una sonrisa en los labios.

―Señorita Selenia ―la dulce voz de Sophie se escucha una vez más llenando mi corazón de alegría ―. Qué bueno verla a salvo ―sus manos tocan la mia y se sienten tan cálidas como la última vez, al verlas detenidamente compruebo que las cicatrices son casi inexistentes salvo por delgadas y casi translucidas líneas en el dorso de las mismas. Mi sorpresa es muy notoria.

― ¡Sophie, no puede ser! ¡Tus manos! ―exclamo.

―Lady Aria trajo a un curador para que trataran mis manos ―dijo Sophie igual o incluso aún más feliz y entusiasmada que yo ¿y cómo no estarlo? Sus manos lucían mejor que nunca como si nunca hubiesen tocado las implacables llamas del fuego de la chimenea.

―Es lo menos que podía hacer ―dijo Aria ―. Luego de escuchar las injusticias cometidas por esa dama cuyo nombre no deseo acordarme ni nombrar, supe que tenía que hacer algo por la pobre de Sophie, así que no escatime en gastos para tratarla.

Es como un alivio a todos los sucesos que acababan de suceder. Los días siguientes al juicio de los dioses fueron pacíficos y calmos. Con Callisto y lord Deimos cubriendo cada detalle del evento eso me dio tiempo para pasarla cómodamente entreteniendo mis horas en la lectura o asistiendo a las reuniones organizadas por lady Josephine quien muy generosamente me había presentado a su círculo de confianza con quienes compartía una reunión de té ya sea en palacio o en las residencias de aquellas damas. Por supuesto no volví a oír nada acerca de lady Violette, aunque algo me decía que el silencio no era más que la antesala para su movimiento, después de todo no soy de su agrado y estoy segura que buscara la manera de cobrárselas luego de la humillación que paso en su propia reunión.

Bueno, no es como si ella no hubiese planeado hacerme lo mismo a mí, solo me anticipe a sus acciones.

Una vez que ingresamos Callisto y Deimos, de pie en medio del salón, nos reciben. Tanto Sophie como Aria al estar ante la presencia del emperador bajan las cabezas luego de hacer una reverencia en señal de su respeto.

―Larga vida al sol del imperio, Lady Aria Giovanna de Castiello lo saluda.

―Larga vida al sol del imperio ―la secundo Sophie.

La Balada De Las Sidereas (#dyjawards2024) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora