◈Prólogo◈

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En el mundo moderno, en medio del ajetreo y el bullicio de la vida cotidiana, prevalece la creencia de que los antiguos cuentos del cielo y el infierno son inventos de nuestros ancestros para obedecer a las figuras de autoridad y mantener la naturaleza humana dentro de cada uno de nosotros evitando la maldad que existe y acatar las reglas que se nos han impuesto. Hoy muchas almas caminan ahora por esta Tierra, convencidas de que los reinos de ángeles y demonios, de retribución divina y tormento infernal, no son más que reliquias de la imaginación de unos humanos que vivieron hace miles de años.

Sin embargo, esto no es del todo cierto ya que debajo de muchos de estos inventos hechos por humanos, yace una verdad más profunda. Una verdad que desafía los límites de la percepción y el entendimiento humano. Porque el cielo y el infierno existen, pero no están confinados a los cielos de arriba o las profundidades ardientes de abajo como se describe en los libros de los mortales. No, existen en un plano existencial, más allá del alcance de la comprensión mortal. Invisibles a simple vista, estos reinos rebosan de vida, habitados por seres que trascienden la comprensión humana. Ángeles, arcángeles y mensajeros celestiales sus formas divinas y perfectas, gratificantes llenas de compasión rebosan alegría y tranquilidad a través del tapiz de la existencia. Y luego están los demonios, encarnaciones de la oscuridad y el caos, entidades antiguas que se retuercen en los rincones ocultos del mundo.

Entre estas entidades del inframundo, un nombre resuena a través de los espacios del tiempo: Lucifer, la estrella de la mañana, el ángel alguna vez orgulloso que se atrevió a desafiar lo divino. Expulsado de la gracia celestial, gobierna sobre el dominio infernal, un rey de un reino invisible a los ojos humanos. Su presencia se siente en las sombras silenciosas que se observan en los callejones oscuros, en el espeluznante aullido del viento en una noche desolada, en el escalofrío que recorre tu columna cuando sientes un mal presentimiento, en el grito ensordecedor que activa tus instintos, en el miedo de tus ojos, en el goce de los pecadores y en cada sentimiento nefasto del planeta, aquella figura espeluznante duerme en las profundidades del infierno.

En medio de los fuegos infernales parpadeantes que arrojan sombras en el Infierno, Lucifer Morningstar estaba de pie sobre su trono de obsidiana, una figura enigmática en un reino definido por el tormento y el sufrimiento. Su aura carismática irradiaba como un faro, atrayendo la atención de las almas condenadas a una eternidad de agonía, pero incluso mientras temblaban en su presencia, no podían evitar ser cautivados. Pero bajo su prominente figura y de su imponente estatura, acechaba un profundo descontento que ni siquiera los ecos de las almas que lloraban podían ahogar. Lucifer, una vez el ángel favorito de lo divino, había dejado a un lado su manto celestial para reinar sobre el abismo, aceptando su papel como el señor de este dominio abandonado y su papel como el villano de la historia de todos los tiempos. Sin embargo, con cada eón que pasaba, un vacío que carcomía sus entrañas aparecía, un vacío que el poder y la agonía de las alamas nunca podrían llenar por completo. Mientras sus ojos carmesíes examinaban la interminable extensión de sufrimiento ante él, Lucifer se encontró perdido en sus pensamientos, reflexionando sobre la naturaleza de su existencia. La inmortalidad, una vez un encanto, ahora se sentía como una cadena interminable y monótona, atándolo a un reino que reflejaba su propia confusión interior. Las almas que se retorcían en agonía eran un recordatorio constante de su caída en desgracia, y el peso de su tormento comenzó a caer sobre él como una corona de plomo. A pesar de su dominio sobre un abismo plagado de pecadores y malevolencia, un susurro dentro de él, débil pero insistente, comenzó a hacerse más fuerte. Se había convertido en la encarnación de la oscuridad y la rebelión, pero había una parte de él que anhelaba algo más, algo que no podía articular del todo. A menudo se encontraba mirando hacia el abismo, como si esperara vislumbrar un reflejo de su propia alma dentro de las profundidades agitadas. Era como si buscara respuestas a preguntas que aún no podía formar, un rompecabezas que aún tenía que armar.

Mientras tanto en el reino de los mortales, donde la superficialidad, maldad humana, bondad exigida, mentiras, envidia y sueños insignificantes, existía una mujer llamada Edith. En medio de los sagrados pasillos de la academia, se destacó como un faro de destreza académica, desde pequeña tuvo algún destello de amor por la mitología y las lenguas antiguas, entre más fue pasando el tiempo este amor a primera vista se transformó en su misión de vida, pero Edith no era una erudita ordinaria; ella era un conducto, un recipiente a través del cual los hilos de las fuerzas místicas que dieron forma al universo susurraban sus secretos.

Mientras estudiaba minuciosamente las páginas quebradizas de tomos olvidados, sus dedos trazaban los símbolos entintados de eras pasadas, una corriente de energía parecía fluir a través de ella, un hilo invisible que la conectaba con los reinos más allá del entendimiento mortal y su propio entendimiento. Sus sueños eran un portal, una puerta de entrada a través de la cual su conciencia atravesaba reinos invisibles. En su sueño, seres celestiales bailaban en su mente, sus formas radiantes se grababan en su mente mientras su cuerpo descansa sobre suaves sabanas. Ángeles con alas de luz brillante y voces que resonaban como las armonías del cosmos aparecieron ante ella, aquellas criaturas que trascendían los límites de la mera imaginación humana. Los demonios también se materializaban en sus sueños, sus formas retorcidas y grotescas, pero poseídas de un encanto inquietante que tiraba de los límites de su psique. La dualidad de estos seres, sus naturalezas contrastantes, dejaron una huella indeleble en su alma.

En medio de este paisaje de ensueño en constante cambio, Edith sintió un tirón inexplicable, una sensación similar al canto de una sirena. Era como si la estructura misma del cosmos anhelara su atención, llamándola a profundizar en los enigmáticos reinos que se encuentran más allá del velo de la realidad. Sintió que un propósito se agitaba dentro de ella, un propósito que trascendía los límites de su existencia mundana. A través de los zarcillos de sus sueños, Edith sintió que su conexión con estas fuerzas de otro mundo no era un accidente. Las visiones que visitaron su sueño fueron fragmentos de una narrativa mayor, una historia tejida a través de los eones por manos invisibles era como si el destino mismo la llamara hacia todo lo que podría llenar su interior, conciencia y alma, algo que llenara su corazón.

◈Mordiendo la Manzana◈ Lucifer x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora