Declaración de Guerra

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Estaba en el salón de clases, aún no comenzaba, pero ya había bastantes personas en ella. Hansel me había aclarado quien era Dalia la noche anterior, cuando me dijo todo con más calma, de alguna manera me sentí aliviada, a pesar de saber que tendría que convivir con ella de vez en cuando. Justo como este día.

De repente entró al salón una chica de cabello castaño y ojos verdes, tenía una apariencia algo aniñada. La miré con detenimiento y era Dalia, quien estaba atravesando todo el salón hasta llegar al fondo, que era donde me encontraba sentada.

— ¡ALÉJATE DE ÉL! — gritó mientras le daba un gran golpe a la mesa.

— ¿Perdón? — respondí desconcertada.

Dalia puso los ojos en blanco y mostro una expresión que era totalmente de fastidio.

— No te acerques a Hansel, no quiero volverte a ver cerca de él.

— No tengo por qué hacerte caso, estás loca — dije sin siquiera mirarla.

— ¡NO VUELVAS A DECIRME ASÍ! — gritó furiosa y volvió a dar otro golpe a la mesa.

— ¿Pero es lo que pareces? — dije sin pensar —. Mira todo el escándalo que has hecho — le respondí nuevamente sin pensar.

Dalia estalló en colera, levantó su mano derecha, obviamente me iba a golpear, pero no pudo hacerlo, pues alguien sujetó su muñeca antes de que lo intentara.

— Ni se te ocurra — le dijo a Dalia notándose harto.

— ¡Suéltame! — lo miró furiosa.

— ¡No! — la miró fijamente — ¿Crees que no sé lo que harás?

— Aiden — lo miró con furia —. Te dije que me sueltes.

— Ni muerto — le dijo — Ahora vámonos, antes de que hagas algo peor — empezó a jalarla para sacarla del salón — Ya tenemos muy mala fama por tu culpa.

Dalia dejó de quejarse con él, pero aun seguía forcejeando. Todo el camino se la pasaron forcejando, hasta que pudo dar vuelta atrás y me dijo.

— HAZ CASO A LO QUE TE DIJE — me gritó.

— Déjala en paz — la interrumpió y la sacó del salón de un empujón.

Al instante de su salida el salón se quedó en silencio, en total silencio. Después, automáticamente todos dirigieron su mirada hacia mí.

...****************...

— Escuché que una chica golpeó a otra en tu clase — me dijo Clarisse viendo que había en la nevera.

— Me sorprende que tan rápido llega la información.

— Fue un escandalo — seguía viendo dentro de la nevera —. Lo raro sería que nadie hablara de ello.

— Si, aunque también me sorprende como dicen las cosas de una forma exagerada.

— ¿Por qué lo dices? ¿no fue así?... ¿quién era?

— Era yo — le respondí.

Cerró la nevera rápidamente y me vio rápidamente.

— Pero no te ves herida — me miró con extrañeza —. Y dudo mucho que hayas tenido tanto valor para golpearla.

— Yo no la golpeé — negué con la cabeza.

— Lo supuse — volvió a abrir la nevera y cerrarla.

— Pero si no la hubieran detenido, ella lo hubiera hecho.

— ¿Qué le dijiste? — dijo después de suspirar de forma pesada y sentarse junto a mí.

— Le dije loca... — me quedé en silencio y suspiré —. Y si no se hubiera ido, probablemente se me habría salido de la boca el decirle histérica.

— Creo que la entiendo, yo también lo hubiera hecho.

— ¡Clarisse! — exclamé.

— Es la verdad — se quejó —. Es casi un milagro que no tengamos tantos problemas por tu gran boca — me miró fijamente.

— Bien, lo reconozco — me levanté de mi asiento —. Tiendo a decir cosas sin pensar.

— ¿Y? — arqueó una ceja.

— ¿Y qué? — la miré —. No me voy a disculpar, realmente lo está.

— No tienes remedio — puso los ojos en blanco.

— Dime algo que no sepa.

— No te diré nada — se levantó de su asiento y se fue a su habitación —. Solo salte del problema tu sola — dio un portazo.

Pero en realidad, más que un problema, lo sentí como una declaración de guerra hecha por Dalia. El motivo, probablemente era algo absurdo, como muchas grandes guerras, y a diferencia de esta, era más bien un berrinche de una niña.

De alguna manera lo vi así después de que golpeó la mesa. Ya estaba molesta, y mis palabras lo empeoraron, como en ocasiones era costumbre, recuerdo que en un momento puso una mirada de querer matarme, si no fuera por aquella persona, quizá lo hubiera hecho.

Ya era seguro, Dalia me había declarado la guerra por un capricho. Ahora solo tenía que esperar el momento en que buscara otra cosa con la cual entretenerse, o que se enojara con alguien más. El problema era saber cuánto duraría, o que tan problemático seria, o que tanto podría empeorar.

Lo pensé, pero no me preocupó, de hecho, se me hacía ridículo, ¿para qué llegar tan lejos? ¿por qué ese afán de odiarme desde el principio? ¡¿Por qué tenía que cruzarme con este drama!?

Te Espero en mi Próxima Vida (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora