Descansaba plácidamente en mi cama, sumida en un sueño tranquilo, cuando de repente el despertador rompió el silencio. Mis ojos se abrieron de par en par, sobresaltada por el estridente sonido, y en mi apresurado intento de levantarme, terminé cayendo de la cama ¡Vaya forma de comenzar el día!
—¿Estás bien, Lea? —Emma irrumpió en la habitación, azotando la puerta con fuerza.
—Sí, mamá, no te preocupes. —Lea se levantó adolorida y se sentó en el borde de la cama. Un pequeño tropiezo matutino, nada que un buen día no pueda superar.
—Bueno. cariño, el desayuno está servido ¿Quieres que te lleve a la escuela? —Emma miró a su hija con preocupación.
—Gracias, mamá, pero iré caminando. Además, necesito estirar las piernas. —Lea le dedicó una sonrisa a su madre antes de comenzar a prepararse, y de fondo, la música acompañaba su energía matutina. Después de todo, un poco de movimiento nunca viene mal para mantener el equilibrio ¿Verdad?
— Bueno, cariño, debes aprender a no hacer varias cosas a la vez. —Emma miró a su hija mientras esta alistaba sus cosas y escuchaba música.
—Lo sé, mamá, pero no puedo evitarlo. —Lea terminó de guardar sus cosas y volteó a ver a su mamá con una expresión traviesa en su rostro. —Trataré de dejarlo, pero no puedo prometer nada.
—Sabía que ibas a decir eso. Bueno, te dejo que te cambies. —Emma se dirige a la cocina, dejando espacio para que su hija se prepare.
Lea opta por un suéter de color perla con rayas marrones, combiando con una falda marrón que llega hasta sus muslos, Completa su atuendo con medias blancas y zapatillas blancas. Después de arreglarse se dirige al comedor en busca de su mamá, lista para enfrentar el día con estilo.
—¿Mamá? —Lea se acerca al comedor, escaneando con la mirada en busca de su madre hasta que la localiza en la cocina. Sin perder tiempo, se encamina hacia ella con curiosidad y determinación.
—Dime, cariño ¿Qué pasa? —Emma dirige su atención hacia Lea.
—¿Te ayudo en algo? —Lea observa a su madre con atención, fascinada por la posibilidad de ayudar en la cocina.
—No, cariño, yo puedo hacerlo sola. —responde Emma con una sonrisa, mientras mira a su hija con ternura antes de volver a la tarea de cocinar.
—Eso significa que necesita ayuda ¿No? —reflexiona Lea en sus pensamientos mientras observa a su madre en la cocina. De repente, al notar la hora, exclama con preocupación. — ¡Ay no! —actúa con rapidez para guardar su desayuno en la mochila y grita. — ¡Mamá, ya me tengo que ir, voy a llegar casi tarde! —Lea sale corriendo de la cocina.
—¡Está bien cariño cuídate! —La voz de Emma resuena desde la cocina.
Lea llega corriendo exhausto a la escuela, dejando escapar un suspiro fatigado al llegar, se encuentra con su grupo de amigas esperándola con impaciencia.
—¡Chicas! —exclama Lea, acercándose a ellas y saludándolas a todas con un abrazo.
—¿Sabías que falta treinta minutos para que comiencen las clases? Además ¿Por qué estás caminando si pudiste venir en carro? —Alma, con su característica expresión neutral, plantea las preguntas de manera precisa y directa.
—Pero, Alma... cuando me levanté era muy temprano, y simplemente quise seguir durmiendo un poco más. —Lea respondió, con un toque de "miedo" en su voz, consciente de que la mirada neutral de Alma podía resultar un tanto intimidante.
ESTÁS LEYENDO
Generación perdida
RastgeleMi nombre es Lea vivo en un mundo de paz y que no hay ningún conflicto que el gobierno de todo el mundo lo hizo, pero yo no creo eso y lo investigaremos muy al fondo de esto y no nos vamos a detener