III

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El océano que miraba ahora con melancolía fue alguna vez el único escenario donde podía imaginar hasta las más asombrosas aventuras siendo él protagonista. Si alguna vez pensó en escapar, el mar era su refugio, el primer lugar al que iría para embarcarse hacia lo desconocido. Y si alguna vez pensó en no volver, la marea sería quien lo traería de vuelta.

Juntó sus manos dudando si rezar. Se preguntó entonces cómo las cosas no cambiaban de tamaño, pero sí de significado. Ese vehículo de madera y tela fue un símbolo de sueños en su infancia, ahora solo era su pase al reconocimiento, como si la magia se la hubiera llevado la brisa del sur hasta los confines de una tierra que no encontraba paz. Se encogió hasta que su frente se apoyó en sus nudillos, conteniendo frío, reprimiendo un credo que la memoria se negaba a soltar.

¿Pero no era ese su sueño? Ser reconocido como uno de los mejores soldados del rey, sino es que el mejor, para llevar orgullo a los suyos, pero para eso, necesitaba de la guerra. Nadie lo sabría, pero cuando se dio cuenta que la única manera de surgir era sirviendo a la dinastía, nada ni nadie lo apartó de esa idea. Rezó por el conflicto, deseó la guerra. Ahora que estaba en medio, parecía estar en el final.

Solo le bastaría pisar uno de esos malditos barcos para empezar de una buena vez a vivir la vida que siempre quiso. Le bastaría estrechar las manos con el único hombre que le daría la posibilidad de ser alguien, ese, su ídolo, y pelear junto a él. Ya no era suficiente desear por una guerra. Necesitaba pelear, surgir, levantarse, como lo hizo el Libertador, como lo hicieron todos aquellos que defendían el reino y los que lo seguían haciendo hasta ver la bandera limpia y la historia clara, como lo haría él si pudiese.

Si pudiese.

Es decir, estaba ahí, en el punto de partida de una carrera que no terminaría pronto, a la que aún se podía unir. Miró hacia atrás, pero volvió al frente al instante. Regresar era impensable. Solo existía el camino que soplaba con viento sureño. Nadie le concedió la oportunidad y quizás eso le hubiese hecho lamentarse por no esforzarse más, pero no era cierto. Lo había hecho bien, estaba dispuesto a todo con tal de pertenecer a algún lugar, pero si nadie estaba dispuesto a ayudarlo, tendría que levantarse y conseguir él mismo su pase hacia la libertad.

En ese lado del puerto, varios grupos de hombres formaban enormes filas llevando cajas, barriles y probablemente municiones. Solo había un soldado custodiando la mercadería. Ese, justo ahí, era el soldado que lo reprochó en el Cuartel. Le había mentido, aún habían barcos. Eran dos los que descansaban mientras eran cargados con todo lo que se podía. Lo pensó, pero no le importó. Viajaría incluso con la servidumbre si hacía falta, pero no podía arriesgarse a ser rechazado otra vez. Subiría sin importar qué. Una vez dentro, lo escucharía, claro que sí. Y una vez lleguen a tierra firme, lo acusaría con el Libertador.

Se ocultó tras uno de los barriles más grandes hasta que ese uniformado volteó. Cuando lo hizo, tomó una de las cajas lo suficientemente grande como para que le cubriera el rostro. Tambaleó un poco. El peso que cargaba le recordó el dolor de sus piernas luego de correr casi un kilómetro. Aún así, siguió para unirse a la fila que ingresaba al barco más grande.

Al poner el primer pie, el aroma marino de la brisa le azotó el corazón. Desde la proa, o lo que él pensaba que era la proa, la vista del océano  era digna de una pintura. El sol, débilmente iluminando el grisáceo cielo de julio, estaba cubierto por varias nubes. Un empujón de los que iban atrás le hizo avanzar. Bajaron al almacén donde no habían solo cajas y barriles, sino sacos llenos de balas, algunas aún con sangre. Había botellas vacías de todos los tamaños habidos y por haber y otras pocas llenas. El resto entraba y salía del almacén y Yoongi ya no sabía qué hacer. Avanzó un poco. Grandes telas colgaban del techo húmedas y rotas. Seguramente eran las velas que tenían que reparar. Más sacos con balas más grandes hasta ser del tamaño de su mano llenaban todos los rincones del lugar. Era como si nunca se completara. Las cajas cubrían las ventanas sin dar lugar a la luz del día alumbrar absolutamente nada. Salvo una. Se subió a una de las cajas para llegar a esa pequeña ventana circular y lo primero que vio fue el Cuartel. Parecía tan pequeño como un Municipio y las torres hasta daban pena de lo débiles que parecían desde el barco.

The Story of Tonight ─ JinSu (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora