IV

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Los recuerdos iban y venían, pero nunca se materializaban. Desde esa noche, nada parecía haber sucedido antes. La memoria cortó relación con el pasado y se negó a dejarle recordar.

La noche anterior, el zapateo de tacón de las mujeres no se detenía. Sonaban y sonaban como si los pies no sufrieran dolor. Las faldas de los vestidos volaban con pomposidad cuando giraban sin elegancia al bailar. Entre ellas, como era de esperarse, estaba Dohee. La muchacha tenía el cabello tan desordenado como su propio vestido de tanto bailar. Sus tacones colgaban de su muñeca, por lo que estaba descalza.

Ella ahora descansaba al lado de la chimenea, sonriente, agotada. Los invitados la animaban a seguir danzando, pero, sorpresivamente, ella se negó. Intentaron llevarla a la pista de baile unas veces más, igualmente en vano, hasta que la joven Min se retiró por cuenta propia.

Aún era temprano, ni siquiera era media noche y ella no acostumbraba a dejar las fiestas hasta pasadas las dos. La celebración de despedida fue más aburrida de lo que había pensado. Los hombres que se enlistaban no habían hecho más que presumir de sus habilidades una y otra vez. Se llenaron la boca de exageraciones alegando que ellos iban a poner en su lugar a la escoria que desafiaba al reino. No había cosa más repugnante que oír a un hombre hablar, según Dohee.

Sin embargo, había alguien que era muy similar a esos hombres y, aún así, era la única persona con más sensatez de entre ellos. Su hermano aspiraba a la misma meta, al mismo objetivo, que aunque ella no compartiera, creía con firmeza que merecía mucho más que esos cadetes pedantes.

Había esperado, sin éxito, que él apareciera aunque sea para regañarla por semejante fiesta. Pero nunca pasó. Olvidaba que su hermano era un antisocial sin gusto por la bebida. Tuvo que subir hasta el tercer nivel para buscarlo. Recorrió el corto pasillo pasando por varias puertas de habitaciones vacías y oscuras. Cuando llegó a la suya, tiró sus tacones a la cama, pero no entró. La siguiente habitación, injustamente más grande, era la de Yoongi. Levantó su mano para tocar la puerta, pero se detuvo al oír otra voz.

─ Tal vez no es tu momento, cariño.

Madame Bae había llegado antes que ella.

La señora estaba sentada frente a su hermano, quien comía con pausa algo que supuso había traído la mayor.

─ Tal vez estás más seguro aquí.

Si bien no había escuchado desde el inicio, sabía de sobra de qué hablaban. El tema no había sido otro desde que Yoongi envió la primera carta al Conjunto de Artillería para unirse a la lucha con la mayor de las alegrías. Dohee podía jurar que no había visto a su hermano tan impaciente y emocionado durante los días que esperó por una respuesta. También podía jurar que jamás lo había visto llorar como cuando recibió esa primera negativa. Esa vez, ella pudo leer la carta. Lo rechazaron antes de someterlo a las pruebas de inmunidad y salud porque detectaron un movimiento inusual en su hombro. Ella sabía de esa condición. Empezó a notarlo cuando jugaban entre los pasillos del Asilo. Cuando ella corría detrás de él, notaba un leve desnivel entre sus dos hombros, siendo el derecho el que estaba un poco más arriba que el izquierdo. Dohee no sabía cómo ni cuándo pasó, si le dolía o si le daba alguna inseguridad, pero estaba segura que eso no era motivo para rechazarlo.

─ Tal vez te están protegiendo.

La joven Min apretó sus ojos y suspiró. Esa frase era típica en Madame Bae. No solo con él, sino con ella. Cada vez que algo no salía como ambos querían, algo que involucrara riesgo, la vieja nodriza citaba sus propias palabras como un 'te lo dije'. Ninguno se atrevía a decirle, pero les cansaba oír eso. Para ninguno tenía sentido. Ya no. Quizás a los seis, siete, ocho años cuando preguntaban por sus padres, pero ahora no valía de nada.

The Story of Tonight ─ JinSu (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora