Prólogo

138 14 1
                                    

El olor de la tierra carbonizada se mezclaba con el de sangre derramada en el campo de batalla. Ya no se escuchaban voces llenas de furia ni los metales chocando entre sí. El silencio de los caídos era aterrador, pero más lo era ver las sonrisas de aquellos que habían llegado para conquistar el reino y lo habían logrado sin dificultad. El emperador del autoproclamado Imperio de Svarr no ocultaba sus ansias por sumar más territorio a sus dominios, en sus ojos escarlatas solo había guerra.

El regalo que los dioses dieron a quienes se atrevieron a hacer del norte su hogar ahora servía para hacerse con todo el oeste del continente.

El emperador dejó caer su espada para apartar los mechones negros que caían por su frente. A pesar del cansancio, aún le quedaron fuerzas para reír por lo bajo.

—Rurik, vayamos a la ciudad, los caballeros les darán sepultura digna a los caídos —Le interrumpió su hermano Blaz, quién permanecía a su lado igual de exhausto.

Las bajas habían sido pocas, no se requirió mucha fuerza para sobrepasar al ejército enemigo. La dureza del norte había producido caballeros fuertes y fieles dispuestos a sacrificar su vida por la causa, por Svarr, por su Emperador. Fueron años duros de una guerra que ellos mismos iniciaron contra el mundo. Pero el fuego seguía quemando todo aquello que su portador ordenaba. Rurik I lograría lo que nadie antes pudo: conquistar el oeste y unificarlo bajo sus órdenes.

Por su infortunio, su castigo sería no vivir para ver el Imperio que tanto ansió en todo su esplendor.

Flor de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora