Capítulo 11

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Si me hubiesen preguntado, no habría tenido una verdadera razón de peso para escaparme del palacio aquella noche. La calma ya había formado demasiado parte de mi tiempo y, aunque agradecía haberla descubierto, mi cuerpo me pedía saciar mi curiosidad cometiendo una irregularidad.

Tenía una posición ventajosa, pues sabía que, aunque me descubriesen, el incidente jamás pasaría a mayores ni tendría consecuencias. Era una Dazhbog, la princesa imperial, todos allí conocían lo que significaba rozarme un solo pelo.

No me gustaba utilizar mi título para salirme con la mía, así que solo tomaría la opción en caso de que ocurriese lo que no deseaba. En mi cabeza ya estaban todas las alternativas posibles para llegar al Invernadero Real sin ser vista, al igual que el día que entré a la biblioteca al inicio de la semana.

Después de que Goran y yo escuchásemos las quejas de Yasen sobre lo aburrido que había sido el día entre vegetación y calor, me despedí de ambos para esperar la cena sin incidencias y la posterior madrugada, el momento perfecto para escabullirme por la ventana. Desde esta se podía ver el jardín y parte de la estructura que quería volver a visitar, sería fácil hacerlo.

La vigilancia, por mucho que hubiese aumentado, no se acercaba a la que existía en los alrededores de la capital de Svarr. Es por eso que confié en que nadie me viera descolgarme por el segundo piso del palacio agarrándome de las cornisas que sobresalían.

También confié en que nadie me vería quitarme los guantes ignífugos para conseguir esta hazaña, ese sería el único problema real por muy absurdo que lo creyese.

Nadie lo entendería, pero necesitaba ver la vegetación que Deira había mencionado en el clima invernal, ponerle nombre a las plantas que mis antepasados empezaron a quemar. Además, si tenía que esperar una nueva invitación de la princesa, la boda llegaría antes probablemente.

Bufé por lo bajo cuando volví a colocarme esos dichosos guantes negros y me recoloqué la camisa blanca remangada. Nadie parecía custodiar la parte trasera del palacio a esas horas, aún confiaban en las buenas gentes y la paz de las islas que Sirona les brindaba.

Atravesar la parcela que separaba el palacio de los invernaderos que visitamos por la mañana era la tarea más fácil de todo el proceso. A pesar de la oscuridad, mi visión se acostumbró fácilmente por el camino de arcos y naranjos.

La zona estaba vacía, no había señales de que nadie siguiese por allí, lo que hacía que los jardines adquiriesen un tono lúgubre. Era demasiado silencioso comparándolo con mi primera visita durante la mañana. Y pese a ello, el aire que llegaba desde el mar me volvía a recordar que este lugar, en cada uno de sus rincones, tenía tanta vitalidad como al Imperio le faltaba, era evidente.

El olor de lo que ahora reconocía como azahar me acompañó por todo el camino. Prestar atención había servido para aprender cosas nuevas, Layla lo celebraría si me acompañase, pero era más legal que yo y buscaría la forma de convencerme —o convencer a Deira— de ver el siguiente invernadero al día siguiente en vez de escabullirse como estaba haciendo yo.

La suerte me seguía acompañando, pues al llegar al invernadero del lado derecho, encontré la puerta de cristal abierta. El descuido de un empleado, un regalo para Tyra Dazhbog. Las imprudencias de la guardia tenían castigo más allá de las islas, habría sido imperdonable dada la importancia que tenía aquel imponente lugar para los Di Niamh.

Entré despacio, mirando detenidamente cada lugar en el que pudiese esconderse una persona, ver donde estaban colocados los utensilios por si se daba el caso de tener que usarlos en defensa propia si pretendían asaltarme. Aunque no era la primera vez que habría peleado con mis propios puños.

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⏰ Última actualización: Nov 21, 2023 ⏰

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