Capítulo 3

57 6 7
                                    

Por primera vez desde que nos habíamos visto, ambas estábamos completamente solas. La rubia de gesto enfadado aprovechó esto para establecer una gran distancia conmigo, dejando sus manos sobre la baranda de piedra blanca ornamentada con flores naranjas que limitaba el balcón. Mientras, aproveché este gesto para resguardarme en la seguridad de la sombra. El sol era agradable, pero nunca sería mi amigo si dirigía sus rayos directamente sobre mí.

En ese silencio incómodo solo se escuchaba el piar de las aves que anidaban cerca del castillo, aunque por mi parte solo esperaba volver a escuchar su dulce voz, por muy áspera que fuese hacia mi persona, pues seguro que tenía mucho que decir, y por su expresión hacía ver que no se mantendría callada mucho más tiempo.

—A mi padre podrás engatusarle, pero créeme, a mí no. Tanto tú como yo sabemos que esto es una burda mentira, un acuerdo que nuestros reinos necesitan para encontrar la paz —escupió las palabras como si fueran veneno, sin hacer ningún intento por esconder su odio. Después de esto hizo una pausa para establecer al fin contacto visual a pesar de la distancia que nos separaba—. Nada más que eso.

Con lo último sentenció así cualquier posible relación que pudiera surgir entre nosotras. Estaba segura de que Deira no podía desarrollar nada más que una profunda aversión que para nada pretendía disimular frente a mí, modales aparte. ¿Qué podía hacer ante esto sino aceptarlo? O eso pensaría alguien de determinación más débil.

Le permití que hablase primero con el desdén que ya intuía. Sabía que tenía motivos de sobra para querer mi cabeza y no la culpaba por ello, aunque tampoco iba a guardar silencio constantemente. 

Verla tan seria y molesta siendo de una menor estatura a la mía y con un físico tan delicado me emocionaba hasta el punto de dejar escapar una carcajada desde el otro lado del balcón, pocas personas tendrían las agallas de dirigirse a la princesa imperial de Svarr en ese tono. Por suerte el estatus de ambas era el mismo, le estaba permitido según su propio criterio.

—El beso que dejé en vuestra mano no fue en absoluto falso, ¿fue actuada vuestra expresión al vernos? Creí haber visto que incluso os sonrojasteis... —quise bromear para suavizar la conversación, peinándome los mechones de pelo blanco ondeados por la brisa que caían a ambos lados de mi frente antes de continuar, ahora en un tono más serio, pues tampoco quería seguir enfadando a mi futura esposa—. Es un matrimonio pactado, es cierto, pero de nosotras depende que sea cordial o un desastre. Ya que vamos a estar unidas a la fuerza...

Necesitaba dejar clara mi posición. Podía ser cortés e incluso amable por el bien de todos los que se relacionaban con este acuerdo, pero unas palabras de enfado no frenarían mis intenciones.

Comencé a dar pasos cortos hacia donde estaba la rubia. El sol me cegó por un segundo, hasta llegar a ella. Fue entonces cuando dejé la diestra con guante negro sobre el hombro de ésta, quien me sostenía la mirada con lo que parecía fuego azul.

 Si ella se había tomado el permiso de hablarme en ese tono, mi respuesta fue iniciar un nuevo acercamiento. A decir verdad, el contacto físico no era algo que me incomodara siempre que no fuera un hombre, y por ello es que me permití afianzar nuestra confianza así, sin gran preocupación por las repercusiones que pudiesen existir. Algo me decía que dentro de ese rencor que me profesaba, había el suficiente sentido común como para entender la responsabilidad que teníamos por cumplir.

—No nos lo hagamos más difícil, princesa.

No estaba en mi preparado discurso acordar una tregua con mi propia prometida, pero tampoco haría arder los cimientos de nuestro compromiso igual que las ciudades que mi padre me ordenó tomar en la guerra.

—Si no hubieseis amenazado con conquistar las Islas por la fuerza primero, a lo mejor os odiaría menos de lo que os odio ahora.

—¿Y existe alguna manera de compensaros?

Flor de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora