Capítulo 2: Los hijos Cass no son niños

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Teodora no quiso que me pusiera mi uniforme porque podía llamar mucho la atención de los niños Cass. 

Me incomodé un poco cuando dijo: la atención de los niños Cass. ¿Por qué los pequeños se fijarían en mi trasero? No tenía sentido, pero cerré la boca.

Mi habitación estaba en el segundo piso de la mansión. El corredor era muy ancho y alumbrado por unos apliques en la pared, proporcionando una luz directa a todo el pasillo.

En lo que avanzaba para llegar a mi cuarto, el que estaba cerca de la puerta del baño, habían otras cinco puertas y cada una de ellas poseía un nombre.

Primera puerta: Baal.

Segunda puerta: Af.

Tercera puerta: Addue.

Cuarta puerta: Nariman.

Quinta puerta: Azæl.

¿Entonces todos eran varones? La idea me aterró. Usualmente los niños suelen ser más traviesos y atrevidos. Sobre todo si tenían alrededor de diez y catorce años.

Ingresé a mi habitación y la contemplé desde mi lugar. Era simple. Una cama, una alfombra grisácea, unas ventana tras unas gruesas cortinas, un pequeño ropero y una puerta que supuse era mi baño personal. El color de las paredes era azul, atribuyendo un aspecto triste, frío y sombrío a la habitación.

—Bueno, al menos no me hicieron dormir en el depósito —opiné para mí en un murmullo.

Me quité los zapatos y, luego de poner un pie sobre la alfombra, un humo de polvo saltó de la alfombra a mi nariz. Los ojos me ardieron e hice una mueca. Noté que todo aquí, además de ser oscuro y entristecido, era sucio.

Recogí mi cabello con una coleta bien hecha y comencé a ordenar la habitación.

Luego de casi una hora y mientras frotaba el suelo con una esponja para deshacerme de la suciedad impregnada del piso, vi unos bellos tacones rozar el paño y me alejé rápidamente para evitar ensuciarlos.

—¿Pero qué haces, Audrey? —Teodora me miró con una sonrisa confusa—. ¡Acabas de llegar! ¿Ya te has puesto a limpiar?

Pues, sí... Es mi trabajo. Lo pensé pero no lo dije.

—Es que estaba algo... sucio —traté de no sonar grosera.

—¿En verdad? —resopló y puso los ojos en blanco—. Le dije a Baal que por favor limpiara tu habitación.

—No te preocupes.

—Suelta eso. —Me arrancó el paño de las manos y ayudó a ponerme de pie—. Ven, te enseñaré la mansión.

Ella giró sobre sus tacones y me quedé allí sin saber qué hacer. Observé la habitación y no tuve otra opción más que seguir sus pasos.

Cabe resaltar que todo aquí era enorme. La mansión contaba con lugares amplios y prometía mucha elegancia. Admito que era espléndida por dentro y por fuera, pero en cada pasillo había un olor peculiar, como a muerto.

Definitivamente esta casa necesita una limpieza con mucha profundidad.

En el tercer habían paredes repletas de cuadros con rostros antiguos, como de otra época. Todos compartían una belleza medieval y los caracterizaba una mandíbula definida y angulosa.

—La mansión fue heredara al señor Cass luego de que el abuelo de los niños muriera —me explicaba Teodora al detectar mi atenta mirada puesta en los retratos—. Él es el señor Cass, antes llamado Arturo Segundo Cass. Su fortuna es sublime. Tras su muerte, todo se ha heredado a sus hijos.

El Secreto de los 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora