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—¡Dinos quién eres!

El sonido de una fuerte cachetada en su mejilla resonó en la habitación, jadeó horrorizada, aturdida. Llevó su mano al lugar de su mejilla donde la mano se estampó y sintió una punzada, temblaba frenéticamente de miedo por la presencia de los hombres frente suyo que la miraban con furia. No entendía nada. De pronto habían llegado y las habían «arrestado» —si es que se le podía decir así, más bien las habían retenido en contra de su libertad sin darles razón alguna.

—Yo no soy... — habló con un tono frágil, aún a pesar de tanta práctica se le dificultaba hablar el español y su acento del idioma inglés era demasiado notorio. — Yo no soy una...

—¡Habla bien! — exigió uno de ellos en un tono que realmente la hizo romper en llanto. Llevaba tiempo guardándoselo para no hacerlos enojar aún más, pero si ya la habían hasta cacheteado significaba que ya lo estaban. No entendía nada, no sabía qué querían de ella, de su mamá. Si a ella, una niña, ya la habían dejado con una mitad de la cara roja, no se imaginaba cómo se encontraba su mamá. — ¡Habla ahora!

De pronto estaba volviendo al pasado, donde era maltratada y se sentía harta de vivir en ese lugar tan mediocre, donde llegó a su límite, que su eleuteromanía la impulsó a planear con su madre la forma de escapar de esa casa. Porque no era un hogar, no tenía la calidez de uno.

—No va a hablar. Enciérrenla junto con los otros. — el viejo comandante del pelotón demandó de repente, mirándola con desprecio puro. Temió cuando sintió a dos agarrarla de cada brazo y arrastrarle, hizo lo posible por retroceder sin caer.

—¡Esperen! ¡¿Dónde está mi madre?! — titubeó de la forma más rápida que pudo entre sollozos para que la oyeran y entendieran, pero eso pareció por terminar de molestarlos.

—Cállate, americana.

Siguió implorando que no era una traidora, que ni siquiera era de ahí, que la dejaran ir junto con su mamá, que toparse con su campamento fue un terrible error, pero no le hicieron caso. Al llegar a una celda la empujaron y cayó, gruñó del dolor escuchando los abarrotes de plomo hacer ruido al entrar en contacto con las cadenas de un candado bastante viejo.

Notó que habían más personas ahí, hombres mayores, específicamente. La miraban con asombro pero a la vez con neutralidad, de seguro pensaban que también era una ladrona. Retrocedió hasta hacerse un ovillo en una esquina y aferrarse a sus piernas como si estas fueran su madre, como si estuviera ahí. Temblaba como una loca y nada podría tranquilizarla.

«Todo estará bien», pensó. «No nos van a matar», trató de convencerse. Pero lo más probable es que ya no la librara después de todo. Suspiró profundamente.

Minutos después inspeccionó el lugar, con sus ojos cansados y calientes, entrando lentamente en un estado de somnolencia a pesar de que no se sentía capaz de dormir. Las mugrientas paredes de piedra de la celda, la lluvia que parecía no tener fin...

Eso que estaba a su lado era... ¿un niño? No lo había sentido mirarla, pero ahí estaba, observándola con cierto asombro. Procesando que una chica con cabello rubio atado en una trenza y ojos azules opacos, con un largo vestido sucio y de piel blanca estaba en la misma situación que él. Mientras que el moreno tenía cabello castaño —con un mechón de pelo en medio que después apartó.—, piel morena y profundos ojos café.

Leo no destacaba en nada además de ser el famoso niño que venció a temidas leyendas como la Nahuala, la Llorona y otros más. Pero ella sí, por claras razones.

Él observó sus pómulos empapados por las lágrimas pasadas. O eso creyó.

—¿Qué te pasó? — no, no era eso. Miraba la zona afectada de la cachetada que le dieron, parecía algo preocupado, así que supuso que se puso peor. La yema de su dedo la acarició superficialmente y apenas sintió una punzada. Negó con la cabeza, en modo de que no era nada. — Soy Leo San Juan. — le extendió la mano, amable. La primera persona que era amable y de su edad, la primera persona que había sentido el mismo terror que ella.

✓ ALL OF THE GIRLS, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora