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Había tomado la peor decisión de su vida.

Todo por desesperarse.

Había decidido cortarse el cabello, pero lo había hecho terriblemente mal. Quiso hacerse un fleco para enmarcar su rostro, ya que varias veces su mamá le había dicho que le quedaría bien, pero se arrepintió demasiado tarde. Había quedado con un mechón de pelo corto que se le atravesaba en la cara cuando no se daba cuenta.

Que la vieran así sería humillante.

Decidió que no saldría en un buen tiempo, o al menos en mientras ese mechón volvía a crecer. No debería ser tanto, ¿o sí?

Y así pasó una semana. No había hecho más que tareas del hogar, jugar con su gata y dormir. Extrañaba al moreno, extrañaba sus besos y sus caricias. Extrañaba sentarse en su regazo. Pero sobretodo, lo extrañaba a él y lo protegida que la hacía sentir.

Leo sí que había notado su ausencia. Casi siempre iba a verlo a la panadería, mínimo una o dos veces a la semana, por lo que estaba ocupado o acababa muy cansado de su jornada como para no ir a verla, pero su ausencia era palpable, no le gustaba.

No quería decirlo abiertamente, ni siquiera a su hermano o a sí mismo, pero empezaba a obsesionarse ligeramente con ella. No estar a su lado lo ponía ansioso. Estar con ella lo ponía todavía más ansioso. Era hasta cómico.

Una linda chica como ella no podía pasar tanto tiempo lejos de su novio.

Fue a verla dejando la panadería encargada con Nando. Sabía que su mamá estaba trabajando y que ella se encontraba en casa (¿dónde más?), así que estaba sola. Tocó la puerta una y otra vez, pero nadie abrió. Forzó la cerradura de la puerta, descubriendo que estaba abierta. Ingresó a la casa con cautela, encontrándose con la gata de la muchacha.

Como siempre, empezó a restregarse contra él, a modo de saludo. Sonrió ligeramente, saludándola en un susurro mientras acariciaba su pelaje. Al volver a reincorporarse, examinó con la mirada la escena vacía. ¿Dónde podría encontrarse?

Decidió subir las escaleras. Si no la encontraba, ya se iría y la buscaría en otro momento. Aunque sí lo hizo, recostada en su cama, cabeceando. Tenía un libro en sus manos que supuestamente se encontraba leyendo.

—¿____? — al hablar pudo ver que pegó un pequeño brinco del susto, parpadeando repetidas veces. Al escuchar la voz de su amado tan de repente, sintió cómo se estremecía, tanto por el susto como por lo mucho que le gustaba. Era increíble lo que ese castaño lograba hacerle. — Lo siento... ¿te sientes bien? ¿Estás bien? ¿Qué es eso que cuelga de tu cabello?

—Ay, Leo... mira. — se levantó y lo guió al baño, donde frente al espejo le mostró su mechón pequeño. — Es horrible.

Leo notó la tristeza en su mirada, la vergüenza, el temblor de su barbilla y el brillo cristalizado de sus ojos. Para no querer hacerla sentir mal por su reacción, la abrazó desde atrás, apoyando su mentón en su hombro.

—A mí me gusta.

Ese simple comentario hizo danzar su corazón de alegría. Su barbilla seguía temblando, seguía llorando, pero ya no de vergüenza por sí misma y su apariencia.

Se dio la vuelta. Leo, con su pulgar, hizo el mechón a un lado. Mirándola a los ojos, se inclinó para besarla. Enterró sus dedos en su pelo para acercarlo, pensando en lo sedoso que era y lo mucho que le gustaba. Leo posó su mano sobre su cuello, acariciándolo.

Ambos solos en casa era lo mejor que les pudo haber pasado.

✓ ALL OF THE GIRLS, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora