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-¿Sabes por qué no te besé a medianoche?

-¿Por qué aprecias en algo tu vida?

-Por eso y también porque no sabía cómo ibas a reaccionar. Temía que salieras corriendo y no te detuvieras hasta llegar al Ártico.

-Me lo vas a recordar toda la vida, ¿verdad?

-A ver, déjame pensar... Sí.

-Lo suponía.

-Ya, bueno, al menos tengo una cosa que reprocharte.

-Es verdad.

-Tú, en cambio, tienes muchísimas.

-Tú te lo buscaste.

-Lo que tú digas, Floyd.

-Esa me la vas a pagar.

-No tengo la menor duda.

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Por raro que parezca, empezar el año con una operación de rodilla no resultó tan mal augurio como me temía. Me salté la primera semana de clases, así que no tengo queja en ese aspecto.

Reconozco que después de lesionarme tenía la mecha corta, pero es que me dolía muchísimo. Atravesé los cinco estadios del duelo: me enojé, me disgusté, me enfurecí, me invadió la frustración y, por último, me hundí en la depresión.

Entonces llegó Hoseok, como tantas otras veces, y se negó a seguirme el juego. Si me quejaba, no me dejaba en paz hasta que me sobreponía o me reía. Me llevaba a la escuela y luego a casa. Me ayudaba con los libros, cocinaba para mí, me traía cuanto necesitaba y no se quejó ni una vez. A menos, claro, que yo me pusiera pesado. Lo cual sucedía a menudo.

Hoseok se las arreglaba para tranquilizarme. No me gustaba tener a mi mamá encima. No quería que mi papá me considerara un flojo, aunque él, mejor que nadie, comprendía la gravedad de la lesión. Y me molestaba que los alfas tuvieran la sensación de que debían cuidar de mí.

Ah, sí, y Stacey. Me gustaba estar con ella, pero con Hoseok era otra cosa.

En Año Nuevo pensé durante un instante que me iba a decir que me amaba. Que quería que lo besara. El titubeó apenas un par de segundos, pero aquel breve lapso bastó para disparar mis esperanzas.

Hoseok fue una de las últimas personas que vi antes de entrar en el quirófano y una de las primeras que encontré al despertar. Aquel día faltó a clase para estar con mis papás y conmigo. Me trajo la tarea durante toda la semana y me hizo reír con sus imitaciones de mis amigos.

Incluso me acompañaba a la rehabilitación. Lo cual le agradezco muchísimo, porque la recuperación es un asco. Duele. Es lo más frustrante que me ha pasado en la vida. Me sentía incapaz de mover la rodilla. Algo tan sencillo como doblarla me resultaba doloroso y difícil. Si mi mamá hubiera estado allí conmigo, se habría preocupado mucho viendo lo mal que lo pasaba.

Hoseok, en cambio, se sentaba y me atendía cuando era necesario. Hacía la tarea mientras la fisioterapeuta me ayudaba con los ejercicios. Y me dio fuerzas para no tirar la toalla, hacer un berrinche o echarme a llorar. Un deseo que me asaltaba a diario.

Tras una sesión especialmente dolorosa, Hoseok se sentó a mi lado durante el baño de hielo con electroterapia.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó.

—Mejor —mentí.

Kim, mi fisioterapeuta, conectó la máquina.

—Hoy tuviste un buen día. Estoy seguro de que dentro de un par de semanas podrás ir al baile. Bastará con que te pongas una rodillera.

¿Simplemente amigos? (VHOPE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora